¡Petro presidente, hijueputa!

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Sobre las elecciones presidenciales, he dicho, sustancialmente, dos cosas: que Petro va a ser presidente — si no lo matan — y que los problemas electorales de este país (eso que llaman la polarización o la falta de rigor o la podredumbre en el discurso) no son culpa de los candidatos o de los partidos sino de nosotros, los electores. En ambas tengo razón, primero, porque yo pocas veces no la tengo y, segundo, porque ambas ya se han confirmado teórica y fácticamente. Por un lado, Petro ya es presidente, como mostraré y, por otro lado, la podredumbre, la falta de rigor y la pelea de polos las han erigido ustedes, los lectores (los electores).

Permítanme explicarles qué es lo que pasa políticamente hoy, a propósito de esto: la gente está obsesionada con la democracia directa; como he dicho hasta el cansancio (aunque en realidad yo nunca me canso de señalar las cosas de este mundo, como si estuviéramos en Macondo), la gente quiere elegir directamente a sus gobernantes, esencialmente, porque quiere elegir lo que gobierna el mundo que habita. La gente cree que, eligiendo, modifica el mundo; que, escogiendo, el mundo se acomoda a sus intereses. La gente es tonta: el mundo es uno, como mostró Hegel, y no cambia ni ha cambiado ni cambiará, como digo yo y el Eclesiastés.

Sumidos en la diabetes democrática, el hombre contemporáneo cree que debe intensificar los mecanismos de participación directa, como una forma de intensificar su propia subjetividad; si no participa activa y directamente de lo que sucede por fuera de él, cree, deja de existir. Las redes sociales virtuales existen, precisamente, por ello (no como causa de ello): la gente tuitea “¡Petro presidente, hijueputa!” no como una participación doxática sino como un voto democrático. No están opinando quién creen que debería ser presidente sino que están votando, tal cual lo harán el día que para ello haya agendado la Registraduría. Les tiene sin cuidado qué hacer tal día pues pueden votar cada que quieran vía tuits. Sin importar qué pase el 29 de mayo, Petro ya es presidente porque en la cafetería y en la cafetontería ya Petro es presidente, que son los únicos lugares donde importa que lo sea. En Twitter Petro define la suerte diplomática de Colombia, el posicionamiento de las Fuerzas Armadas, la estabilidad macroeconómica y cualquier otro elemento del gobierno de este país sin remedio ni salvación. Petro es presidente desde hace mucho porque en la palestra de la democracia participativa — que es la única democracia vigente — ya fue elegido.

Los primeros en elegirlo fueron sus contrincantes, los demás candidatos. Antes, cuando el mundo era decente, los grupos políticos se reunían a puerta cerrada, en grandes salones, con grandes sillas, tomando en grandes vasos y cenando grandes terneras; elegían quién gobernaría el mundo en sendas reuniones, sin publicitarlas ni clamar por la pomposa atención popular. Hacían política — en el más hermoso de los sentidos, que es de espaldas a la polis. Sucedía lo mismo que sucede hoy (que este dice que tal sí tiene un programa bueno pero que es amigo de aquel que es un patán y que tal otro dice que aquellos sí son pero estos otros no y así, infinitamente) sin que para ello fuera necesaria la parafernalia circense que, para nuestro caso, llamamos coaliciones. Todo — exactamente todo — lo que está sucediendo al rededor de “elegir un candidato para ser candidato a la candidatura de los candidatos” siempre ha sucedido, siempre, con la particularidad de que hoy se hace frente a todo el mundo, dizque con propósitos de transparencia. ¿Esas reuniones de Gaviria? ¿Esos amoríos publicitados de Char? ¿Esas rencillas de Betancourt con Gaviria (el otro)? Todas esas cosas sucedían, exactamente iguales, y sucederán para siempre, porque eso — y no el insulso y simplón voto — es la política. Petro es presidente desde hace mucho porque todos los candidatos erigieron sus candidaturas asumiendo que Petro es presidente; y lo será hasta el día en que, de nuevo, con el siguiente, en Twitter empiecen a votar, con tuits e hilos, por quien lo vaya a reemplazar en la cabeza gobernante de este país sin remedio ni salvación.

El problema es la gente. Los polos agresivos son la gente. Los faltos de rigor son la gente. La podredumbre es la gente. La política es discurso, esto es, retórica, y la gente, para ser gente, habla. La democracia directa es el gran mal político de nuestra era, precisamente, porque el habla de la gente es el gran mal político de nuestra era. ¿Quieren tener un país decente? Silénciense.

Silencien a los periodistas, a los tuiteros, a los columnistas de Medium, a los YouTubers, a los señores en las cafeterías, a las señoras en donde sea que estén las señoras; silencien a todo el mundo y dejen solo a los políticos — a los santos políticos — que, quizás así, si nos callamos de una vez por todas, si Dios se apiada de nosotros, la política se avispa y destruye, ella solita, ese cáncer malvado y maldito llamado democracia directa.


*La pintura del inicio es el retrato de Luis XIV, de Hyacinthe Rigaud.

Juan Sebastian Villegas

Estudiante de derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana.

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