Que la violencia no prevalezca

La captura de alias “Otoniel”, el temido jefe del llamado Clan del Golfo, aunque una buena noticia y un triunfo de la institucionalidad, está lejos de ser el fin de una práctica mafiosa, de una amenaza contra nuestros jóvenes y nuestras familias. Es cierto, como dijo el Gobernador Aníbal Gaviria que ese episodio “reafirma la superioridad de las instituciones frente al delito y la ilegalidad”, que merece el reconocimiento al Ejército, la Policía, la Armada, la Fuerza Aérea, la Fiscalía y todas las instituciones que se empeñaron en ese objetivo hasta alcanzarlo, pero sin querer ser ave de mal agüero, debo decir que el monstruo sigue vivo.

El sometimiento de quien era considerado el objetivo de más alto valor es un triunfo de las instituciones, pero el aparato criminal tiene muchos tentáculos. Son muchas las personas vinculadas a él y muchos los que se benefician de su empresa criminal. De hecho, el propio “Otoniel”, como tantos otros, migró de una a otra estructura delincuencial según fueron cambiando las circunstancias. Por eso, aunque está bien celebrar el logro, no se puede bajar la guardia ni creer que se terminó la tarea.

Lo entienden las familias que han sufrido en carne propia el horror de la muerte y de la violencia. Quienes han visto a sus muchachos caer en el abismo de las drogas y la promesa del dinero rápido, del éxito reflejado en el oropel del momento y la ilusión de aventuras y epopeyas que no alcanzan a entender ni dimensionar hasta que es demasiado tarde. Por todos ellos, y por los que aún podemos salvar, no debemos desmayar ni dejar de buscar caminos seguros, alternativas de futuro que sean más amables, mejores oportunidades y sueños colectivos que nos ayuden a cerrar las brechas enormes que nos separan como sociedad.

No podemos renunciar al esfuerzo de proteger la vida y de ayudar a construir escenarios de vida digna. Por eso no podemos acostumbrarnos a los homicidios, selectivos o indiscriminados, individuales o colectivos, de jóvenes o de campesinos, de hombres o de mujeres. No podemos ser indiferentes ni indolentes frente a ningún tipo de violencia o de amenaza, porque no hay violencia buena ni muertes violentas merecidas.

Con la caída de un capo, generalmente, se mueven las estructuras y se escala la violencia. Tenemos que estar atentos y respaldar la institucionalidad en el propósito de luchar contra la ilegalidad. Al tiempo, tenemos que cerrar filas como comunidad, levantar nuestras voces y decirles a los violentos que no queremos dejar a nuestros hijos a su merced, que no queremos menores involucrados en el conflicto, ni instrumentalizados en los ejércitos mafiosos, ni ahogados en el pantano de las adicciones.

Cada joven que cae en las redes de la mafia, como consumidor o como jíbaro, es una tragedia para toda la sociedad, un fracaso para todos. Así como cada mujer que es maltratada, abusada, explotada, es una vergüenza para el estado y la comunidad. Nuestra responsabilidad es cuidar, proteger, defender la vida, no vamos a renunciar a ella, pero solos no podemos alcanzar el éxito, necesitamos que sea propósito común y que nos comprometamos todos, como sociedad, hasta el tuétano, para que la vida entre nosotros merezca la pena vivirla, desde las diferencias, desde las particularidades, pero con respeto por los otros y por la vida misma.

Solo una sociedad en paz consigo misma, equilibrada mentalmente, con un alma limpia y serena, es capaz de entender el valor de la vida y la necesidad urgente de hacer frente común en su defensa. Esa es la sociedad que debemos ser y construir para que la violencia no prevalezca y se impongan la cordura y la vida. No todo está perdido, todavía podemos encontrar el camino y orientar nuestros pasos en esa dirección desde la unidad, con esperanza y con voluntad.

Luis Fernando Suárez V.

Soy odontólogo y especialista en epidemiología. ExSecretario de Gobierno de Antioquia. ExSecretario de Inclusión y Seguridad Social, secretario. Privado y Vicealcalde de Gobernabilidad y Seguridad. Precandidato a la Gobernación de Antioquia.

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