Las dos Colombia

Han sido días de desconcierto, de confusión, casi de teatral histeria entre los connacionales que no sabemos hacia dónde irá a parar la sagrada República Bananera de Colombia, y mientras reina el caos, la polarización y la efervescencia política, se crea un caldo de cultivo perfecto para un estallido social.

Bien lo han dicho ya varios: ser colombiano es más una cuestión de fe que del territorio donde uno nace; ser colombiano no es apto para cardíacos; ser colombiano es como estar en la casa de los espíritus de Isabel Allende, dentro del Macondo de Gabo, haciendo parte del Reino de este Mundo de Alejo Carpentier, y escrito por la sincera y visceral pluma de Gonzalo Arango. Ser colombiano es una concepción oscilante entre el realismo trágico y el surrealismo prosaico.

Estamos ante la calamidad del apasionamiento violento de los “pacifistas” que denigran de su patria; al cinismo de la izquierda intelectual que apela a tramoyas para desconocer la voluntad de millones de colombianos, y a las banderas terroristas izadas por los enviados de Aureliano… y no Buendía.

Este es el país de las dos Colombia; una desvertebrada ante los vaivenes de la política parroquial, que mira con goce e indignación la traición, el juego sucio, la destrucción de los legados y la prolongación de estirpes aferradas al poder, y esa otra Colombia apática, ausente, inamansable, irreconciliable, sumida en su propio ego o su propia tristeza, lejana, incrédula, desesperanzada; una Colombia anacrónica del “sálvese quien pueda”.

Son dos Colombia, la primera en la que los unos le quieren quitar los ojos a los otros, y los otros las lenguas a los unos; y la otra Colombia que mira expectante cómo entre los unos y los otros se sacan los ojos y las lenguas.

Confieso caer en periodos de desesperanza, de agotamiento mental, de cansancio espiritual al ver tanto desajuste nacional, tantas heridas que algunos se empeñan en no dejar cerrar, de ver cómo los terroristas sin asomo de vergüenza se apoderan de la “paz” e invitan a un país partido y resquebrajado, a acogerlos en su seno sin mayor consecuencia por su sevicia arcaica, y lo peor es que no faltan los crédulos.

Y de esto se trata ser colombiano, de traspasar fronteras invisibles entre una Colombia y la otra, o de enloquecerse tratando de encontrar algo de cordura en este teatro, y tal parece que la brecha es cada vez más grande, cada vez más distante, y sin embargo todo pareciera cosmético, pero la verdad es que no.

¿Por qué cuesta tanto unir a esas dos Colombia? ¿Por qué los que se rasgan las vestiduras por la reconciliación son los primeros en sembrar ese odio mezquino, agigantando las fronteras? ¿Por qué las banderas blancas parecieran más estandartes de batalla que francos anhelos de paz?

Colombia es la tribulación de sí misma ¡Es aún un concepto extraño para los colombianos! un luto permanente, un enigma para nosotros mismos, un reto que no hemos sido capaces de afrontar.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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