Hombre pequeño de pueblo grande…

Aguardando consejos que se reciben con dulzura por saber, la generosidad de una crítica cuando señala los defectos que adolecen los cuerpos vulnerables de los vivos. Existen enfermedades que no se notan hasta que la muerte reclama tal clemencia con metástasis; la flaqueza de los necios es insistir en la ignorancia de sí mismos, renegando la verdad con autocomplaciente soberbia.

Todo pueblo es una historia, la narrativa de valores cohesionados que constituyen territorio sobre la tierra parcelada, límites geográficos que encarnan los límites del alma misma. La conquista y la colonia es del hombre sobre su naturaleza, racional, la autoridad que emana yace del carácter y la templanza, los imperios que soporta son una apología a su cultura, la cual adopta los matices de la cordura que su grandeza cimienta. La fuerza es, ante todo, mental.

País de borde extenso se desgarra entre pedazos, tiende lazos sensatos por auxilio a la distancia, agoniza entre los atisbos de la guerra, pero en libertad resiste y con su honra democrática está respirando, aun cuando deviene el ocaso junto a la sed de los violentos. Pueblo insumiso que con sudor transforma sus yugos en obras, la polarización que seduce como elixir en tiempos de sequía es el veneno, se vierte sobre el agua de embalses disminuidos, de los cuales bebe un déspota que añora la corona de una nación sin trono.

Hijo pródigo que se alza en armas contra la casa de sus progenitores, al volver de su derrota en la revuelta es recibido con manjares, tomando el puesto del padre en la mesa. El abrigo del hogar y la calidez de la sangre apaciguan la frialdad de la infamia desleal, más el invierno entró por las heridas de aquél que ahora otra vez traiciona con el despojo. Obtenida la fortuna, allana el camino a la miseria, un amigo inmoral es más letal que cualquier enemigo.

Pronto escala el ambicioso, entre peldaños asciende suplantando el honor con trampa, se hace al aplauso vulgar de las pasiones cuando en masa desplazan la prudencia de pensar. Olvida el caos que le espera a su regreso, cada naipe se derrumba cuando salta por alcanzar otro más, no ve la geografía montañosa por la que transita diariamente la sociedad a la cual pretende impresionar. Llegar a la cúspide es un martirio cuando se desconoce el camino por el cual descender a la realidad.

El pueblo condena lo que comprende intolerable, redime al perdonar. Pero la justicia no es permisiva, la laxitud es el poder humano ostentando impunidad; el juicio se supera cuando la ética es sentencia y el perdón una acción que garantiza que determinados sucesos no vuelven a pasar. La memoria admite cadena perpetua y la civilización es fundamentalmente la búsqueda de bondad.

El pueblo que carece de ídolos falsos elabora para sí el concepto de dignidad, entiende que el cargo de un hombre nunca es superior a la humanidad, por eso las fortalezas del castillo del rey ahora son la metáfora de principios que cada uno elige habitar, entendiendo las consecuencias que padecen los desposeídos de conciencia ante un pueblo que la cabeza no aprendió a bajar.


Todas las columnas de la autora en este enlace: María Mercedes Frank

María Mercedes Frank

**

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.