Fuego

Ardía la vida, quizá no lo notaba, jamás sería otra vez la misma

Me había visto en el espejo de mi propio egoísmo, por primera vez salía de mí para buscar, buscarme, querer encontrarme con otro. Extrañaba el tiempo perdido en una mente perturbada de un cuarto vacío, deseaba la magia ausente sufrida en cuerpos que son cascarones sin contenido.

Las normalidades de las selvas de cemento me recordaban la desolación del ruido, quería un abrazo que me rompiera en calma, el detalle de las palabras y su melifluo sonido en labios donde somos besos sin mayor fin o motivo que los mismos. Novata no pude esperar a desgarrar los vocablos ya escritos que develaron un nuevo velo de fragilidad y añoranza, sueños muy íntimos. Entonces encendí el fuego que asfixiado en la vergüenza me negaba, como cuando se anulan los hechos de las realidades programadas. De encenderse una misma para en consecuencia ser quemada en otras épocas cuando el deseo se mutilaba, ¿más qué había en el alma, como en la riqueza de la chagra o el alcance de una mirada que queda marcada?

Estaba existiendo, amaba.

Tenía preguntas y reparos, más la orfandad es una desolación absurda en dimensiones no físicas o explotadas, quizá no todos nacemos con el carácter de ateos. Yo crecía temerosa de no ser verdugo de mi propia desidia. Incomprensión reconfortante donde ocurre la epifanía de lo divino, principio de preservación que no me resultaba meramente biológico. Bien señala el principito, invisible a los ojos ¿y que fuese esencial?, a veces me acongoja la duda, tal vez se equivocaba en un planeta que colapsa por basura, la sentencia de la estupidez obscena.

Seguidamente la esperanza (…), la sonrisa de los niños, las familias afectuosas, la amistad y el aleteo de las abejas con las patitas de polen empapadas; con en esa útil ternura, son grandes daños los que reparan. Compasión que me encuentra ahí, sintiendo juntos la otredad, vitalmente conectada. Es claro que me alimenta cada gesto donde el corazón late rápidamente clamando millones de cantares y mañanas. Pero quedan también espacios en que se ignora, otoños donde la alegría de los colores se resquebraja.

De barro, cenizas…

Tantos elementos que un día escribí un amor con agua. Me sostenía la paciencia, aprender: el Fénix que yacía y un hombre resucitaba.

Todo podía ser lecciones, hablar de necios me decepcionaba. Racionalmente conquistamos algunas libertades, aunque insolente se postule esta determinación desde el poder, quien es el que sostiene la balanza. Mi derecho natural a sentir, pensar, expresar, ¡instinto! y es que soy humana. Lo personal es político, señala una mujer que, como la luna, cíclicamente cambia. Noches claras y fertilidad como prosperidad y danza. Morderme la lengua y los dedos para no gritar impotente que mis incendios le necesitan, que siendo roca le necesitaba.

Entre el Wii-Fii y las estrellas, múltiples pobrezas se contrastan. La brisa primavera resulta bella y poética ante la posibilidad platónica e profundamente imaginada, aunque con turbios vientos contaminados de ansiedad que miedo suscitan y la sensatez maltratan. Mundos diversos y mi obra inacabada, que debía aprender de la fortaleza que se requiere para encontrar la felicidad en el proceso, la misión de saberse propia y responsable de sus acciones, omisiones y ganas. Quererse es tan importante que al prójimo también se lo debemos y en la experiencia esto se constata, servir como grato consuelo de nuestra condición y sus fugaces hazañas.

 

Sé oxígeno;

en mis letras,

mi cama.

María Mercedes Frank

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