El pueblo camina

“Vamos caminando”

Hay en Colombia mucho talento en bruto, personas con capacidades y talentos increíbles; gente con un compromiso gigantesco con su realidad y su comunidad. Saberes y talentos que de ser atendidos y potenciados lograrían alumbrar para el país avances y desarrollo.

Ingenieros espaciales liderando misiones para descubrir nuevos planetas; científicos que redescubren el genoma; atletas consagrados con laurel; jóvenes que sueñan con transformar su comunidad, poner fin a la zozobra de sus vecinos; hombres y mujeres que han afrontado la muerte, campesinos, indígenas, afrodescendientes construyendo paz en sus territorios.

Pero este talento en bruto y los frutos que podría traer no son potenciadas ni son una preocupación del Estado. Los recursos destinados a las rublos que permitirían su total expansión son depredados por los carroñeros y destinados a carteras cuya importancia para la sociedad civil ha sido corroborada como inútil -pues trabajan en contra de la sociedad civil desde su necropolitica-.

Desde el Estado pareciese que lo que se busca es desaparecer este capital cultural e intelectual. Se sabe de las brechas sociales, se sabe de la división interna de los estudiantes en el modelo educativo, se sabe las políticas que agravan el acceso a la cultura, a la información, a los espacios adecuados para enseñar y aprender, a los centros de investigación, a los espacios para la decisión y la participación política.

Los talentos no solo se desperdician al no contar con los medios para desarrollarse, se desperdician al condenarlos a sumirse en un estándar determinado por el sistema de trabajo; se desperdician al arrastrar a los jóvenes con toda la potencia imaginativa y creadora que los caracteriza en actividades fatigantes para su ser, actividades que los destrozan.
Son arrastrados a la guerra, a la sobreexplotación laboral, a la imposible cualificación profesional, a la expansividad de su ser.

Esta es la labor indetenible y ardua -sistemática- de ciertos sectores políticos que insisten en medidas regresivas -como el glifosato, presupuestos astronómicos para la guerra, la falta de redireccionamiento del gasto público hacia la educación y la cultura-. Políticos y empresas que se han empeñado -y se empeñan- con sevicia en obstaculizar el acceso a los canales de ascenso social. Cuando uno escucha a ciertos políticos haciendo loas y panegíricos sobre la corrupción, la parapolítica y el narcotráfico, buscando afanadamente desenlodar el nombre de sus familiares procesados, eliminar los prontuarios que los relacionan y detallan sus fechorías, comprende el miedo a permitir la dignificación del ser: no podríamos concebir ni remotamente la posibilidad de existir bajo estas condiciones; rechazaríamos vehemente vivir en un ambiente viciado, toxico para la vida.

Cuando uno escucha a políticos como María Fernanda Cabal -que de cabal no tiene nada- en el programa la Tele Letal decir que el problema de la concentración de la tierra en Colombia responde a un excesivo uso de esta por parte de los resguardos indígenas y de los territorios de comunidades negras, que los falsos positivos fueron pura paja, que las cifras que dibujan la radiografía exacta  de la guerra y sus consecuencias son manipuladas por una confabulación socialista internacional, le está escuchando afirmar -creyendo en ello con toda la fe- que los problemas de este país tienen por causal la existencia y la manifestación de esa ciudadanía  frente a la cual el Estado opone sus armas.

¡Burda comedia! ¡La culpa de la tragedia -parafraseando a Marx en el inicio lúgubre de su 18 brumario- la tenemos las victimas de sus decisiones!

Esas decisiones que se niegan a comprometerse con la paz, con todas aquellas voluntades que deseando una vida digna; se atreven a traer sus cifras elaboradas por departamentos cooptados, con métodos de medición corrompidos en su veracidad, gritándole a la ciudadanía que son injustificadas sus demandas, que la función que desarrollan ese ejemplar, indigna de cualquier contestación; se atreven a retar a la miseria generalizada, a la violencia asesina que se enseñorea en nuestras plazas públicas, en los atrios de las iglesias, la que arrastra a nuestros jóvenes – potencia infinita- desarmados, indemnes.

La verdadera riqueza de un pueblo es su gente no sus gobernantes Cada talento tiene la fuerza de crear cambios en su realidad inmediata, esos cambios pueden llegar a traducirse en grandes transformación en la esfera social. Esta es la generación que cree -creyendo en ella con toda la fe, comprometidos con este propósito mientras la clase dirigente persiste en la lucha abierta contra el pueblo- de que el cambio es necesario y realizable; esta es la generación que no marchitan pese a su avanzada genocida en las ciudades; la generación que no claudica, la que resiste en la primera línea, la que baila y goza y es diversa en sus expresiones políticas, la misma que lleva años diciéndole a los caciques políticos y las grandes burocracias de la guerra ¡ya no nos representan!; su forma de gobernar es nefasta para superar los problemas históricos del país y contraproducente por agravar estos problemas al disolver violentamente los pocos avances conseguidos en el naciente – trabajo arduo y amenazado- proceso de reparación de la sociedad colombiana -de la construcción de paz, del posconflicto que llaman- hacia una verdadera sociedad democrática.

Ellos lo prometieron, ganarían la guerra. Y si para ganarla había que llevarla del campo a las ciudades, pues ¡ajuaa, que viva la guerra! La forma como se ha asumido la protesta social por parte de los gobernantes -en sus distintos niveles en la división administrativa- ha dejado entrever la forma como se libró la guerra en el campo durante años. Las constantes ataques a la integridad física, el repudio de la prensa crítica y objetiva, el señalamiento de defensores humanos y misiones medicas como objetivos militares, el total desprecio por la vida, la crueldad inaudita, ha dejado ver como libro la guerra el Uribismo en el campo. Pese a todo esto no ganaron la guerra en el campo, el silencio de los fusile fue traído por una solución política, y en las ciudades la violencia autoritaria de los gobernantes está perdiendo terreno ante las posturas políticas cada vez más citicas de la ciudadanía. El Uribismo y el proyecto de país que representan es simplemente de aniquilar, suprimir toda tentativa de cambio y mantener la realidad inmunda que les es necesaria para sobrevivir.

En las mediocracias, en las inteligencias de la medianía, rodeados por el aura mediocritas -como lo escribía José ingenieros- es razonable el asesinato sistemático, los crímenes de Estado, la cooptación del Estado, la ausencia de garantías para los derechos. El gobierno cree con fe -con la fe de un maniático- en que el país que necesitamos es el de la guerra absoluta y el de los talentos destinados a la matanza y la juventud le está respondiendo -mientras baila y canta, porque el baile y el canto son políticos- ¡jamás, jamás! ¡Uribe paraco hijueputa, Gobierno asesino! ¡a ver, a ver! ¿Quién lleva la batuta? ¿los que sueñan? ¿o el gobierno hijueputa?

Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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