Relato breve de la vida de Michel Serres

Nota del editor: «El día en el cual se realizó la publicación de esta columna, Sábado 01 de Junio de 2019, el filosofo Michael Serres falleció»

Dice Michel Serres que él es «un hijo del Garona». El río Garona es uno de los grandes ríos de Europa, que va entre España y Francia. En el año 1930 el río se desbordó y arrasó varias ciudades y pueblos –incluyendo la localidad de Agen- dejando centenares de muertos. Cuando ocurrió la tragedia estaba a punto de nacer Michel Serres. Su padre, de oficio marinero, tuvo que rescatar a su familia cuando el agua ya llegaba hasta el segundo piso de su casa. Por eso, dice el filósofo, que él navegó antes de haber nacido.

Michel Serres desde niño se destacó por su gran inteligencia en la escuela. Pero, para su padre, esto no era motivo de orgullo, sino de preocupación, dado que para las gentes de su cultura, la ambición de ascenso social era una mala señal; el padre desconfiaba de los estudios de su hijo. Dice, Serres: «En casa, los estudios no contaban. Se trataba de arena, de albañilería, de dragado, de barcos, de inundaciones… Mucho más tarde, cuando mi director de tesis George Canguilhem, pasando por Burdeos, vino a visitar a mis padres, mi padre lo recibió con estas palabras: «¡Ah! Ud. fue pues ese bellaco que ¡me arrebató a mi hijo!»».

La infancia y la primera formación de Michel Serres, él la resumió perfectamente así:

“No puedo decirle que habitábamos una casa; se habitaba el río. Se habitaba en los barcos, se habitaban los torbellinos y las contracorrientes. Se vivía en medio de los cascajos redondos y pegajosos, los sábalos en líos, y las anguilas plateadas, las rocas puntiagudas, los barros amarillentos, los juncos en la ribera, las bajas aguas del verano y, por supuesto, las crecientes. El Garona era nuestra verdadera casa. Mi padre, como muchos marineros, no sabía nadar; yo aprendí la brazada, amarrado al vientre por una cuerda fija a jabalcones plantados en el muelle. Uno de mis puntos de anclaje es evidentemente el Garona. Pero no es el único. Pues había otro linaje en mi familia, que era campesino simplemente. Mi padre tenía una propiedad agrícola donde trabajaba. Y por el lado quercynuas, también aprendí desde muy joven a vender en la especiería de mi abuelo materno y de mi tío, sardinas y mantequilla. Entonces poseo un triple anclaje: campesino, marinero y comerciante. Soy del pueblo. Mi primera formación viene de los oficios y técnicas de la gente del común; desde la más tierna edad frecuenté a los herreros, los talabarteros, albañiles, obreros agrícolas, marineros… Y me formé en su contacto. Conducir un barco, levantar un muro, vender latas de conservas o hilo de hierro; todos estos saberes me han irrigado profundamente; cada una de esas experiencias inmediatas se ha inscrito en mi cuerpo. Para fijar las ideas, cuando tenía trece o catorce años, nos levantábamos mi hermano y yo hacia las cuatro y media, cinco de la mañana, antes de que saliera el sol, para cargar los camiones con la pala, tomar la arena y enviarla a la vagoneta. Éramos dos para cargar un camión de diez toneladas. Era un verdadero trabajo forzado, duro, muy muy duro”.

En su casa tan sólo había dos libros: la biblia y el diccionario Larousse, por lo tanto, su amor por la lectura lo tendría que fundar en una biblioteca comunal. Sus primeras pasiones fueron cuentos de Julio Verne y los atlas. Aunque su vocación no fueron las letras solamente, muy pronto se entusiasmó por la matemática:

“Recuerdo en particular haber asistido a un curso que me iluminó. En matemáticas, el profesor, que era forzosamente un viejo –quizás ya cuarenta años– puesto que no había sido movilizado [a la segunda guerra mundial], trazó una x en el tablero. Yo estaba acostumbrado a contar “1, 2, 3”. Y yo lo veo ¡que cuenta con letras! Y además lo hacía con el alfabeto a la inversa. Ponía x, y, z. Me pareció todo eso muy extraño ¡lo de contar con letras! Entonces levanté la mano y le pregunté: “¿Ud. cuenta con letras? –Sí, me respondió con una sonrisa. –Pero, ¿qué quiere decir x? -X es lo desconocido. –Pues ¡no me sorprende! Pero ¿qué es lo desconocido? -Es una letra que tiene todo los valores”. Y yo creo que aquel día, en ese instante, recibí el rayo en mi cabeza. Me di cuenta que podía haber un lenguaje formal que no tenía sentido, pero que tenía todos los sentidos. Y entré en las matemáticas”.

A pesar de que estalló la guerra, -Agen fue ocupada por los alemanes y luego liberada en 1944- Michel Serres no se interesó mucho en ese momento en los temas políticos, en su familia, las mayores preocupaciones seguían siendo las crecidas del río Garona. Años después, el acontecimiento que más impactaría al joven Michel Serres, y que escucharía en la radio y leería en la prensa, sería la bomba de Hiroshima el 6 de agosto de 1945:

“Para mí, el problema del mal y de la violencia se sitúa aquí. Es lo que ha hecho de mí un filósofo. No hubiera sido filósofo sin la guerra y sin la bomba atómica. Soy un hijo de Hiroshima. […] Hiroshima, es la física que se ha vuelto mala. Pero de esto solamente tomé conciencia más tarde”.

Al terminar el bachillerato, Serres, quería estudiar filosofía, pero, “me acuerdo de un viejo cura, traductor de las Confesiones de san Agustín. Lo conocía bien, y pasé vacaciones con él traduciendo la Farsalia de Lucano, por diversión, o no sé cuál tragedia griega. Cuando obtuve mi primer bachillerato –en la época había dos– él me preguntó qué iba ya a hacer, y yo le respondí que me iba a inscribir en filosofía. En la época se tenía elección en undécimo entre dos especialidades: terminar en letras, llamada “filo”, o terminar en “mat”, “¡Ni de bamba! me dijo el cura. Puesto que eres bueno en letras, vas a hacer matemáticas”. Me sorprendió y balbucee: “¡Está charlando! ¡No tengo ni idea!”, y todavía lo veo sonriente: “¡Mejor así!”. Seguí su mandato y pasé el bachillerato en matemáticas en Agen”.

Michel Serres se alejaría pues de los grandes debates filosóficos de la época y se dedicaría al mundo de las matemáticas. La única influencia que aceptó para él, en el campo de las letras, fue la obra de la filósofa Simone Weil. Después del grado de bachiller estudió algunos meses en la Escuela Naval, donde pudo estudiar literatura e historia, pero, su mayor pasión seguía siendo las matemáticas y el amor por una muchacha que luego se convertiría en su esposa. Después de estudiar licenciatura en matemáticas, ingresó a la Escuela Normal Superior en 1952. Sobre esta época en su formación recuerda que se alejó del marxismo militante y de los debates filosóficos de la época:

“Estaba el compromiso político, más bien marxista, de los normalistas de filo. Aquello era fastidioso ¡incluso inmamable! […] Althusser era un enfermo mental, no hacía cursos o muy pocos. La Escuela Normal era para él un hospital más que un lugar de enseñanza. En cuatro años de escuela, yo debí tener tres o cuatro cursos con él, no más. De todas formas, él defendía la biología soviética y, por consiguiente, el lyssenkismo contra el indeterminismo. Yo que venía de un universo científico, que había hecho preuniversitario en ciencias antes de la preparatoria, ¿cómo podía yo darle crédito a tales asnerías? Y sin embargo, era muy difícil decirles que estaban equivocados. Uds. no imaginan a qué punto era el asunto. A decir verdad, el costo era inmenso… No había pensamiento independiente. Quizás por eso yo me sentía a tal punto fuera. Yo era testarudamente independiente. Simone Weil, que murió en 1943, es la única filósofa que fue para mí una brújula en la neblina de aquella época en la que sólo estaba rodeado de contra-ejemplos. […] Por el lado de la filosofía, Camus me parecía un poco débil. Y Sartre lejano, muy lejano de las verdaderas cuestiones. A mí me interesaban más bien las matemáticas”.

Una escapatoria a esta vida intelectual y conflictiva, fue su ingreso dos años al servicio militar en la marina, era la guerra de Argelia, pero no le tocó combates, disfrutó más bien de su antigua pasión por ser navegante, marinero. Luego volvió al ambiente académico de Francia, y siguió sin interesarle los debates intelectuales que estaban en boga:

“Se sostenía en dos palabras: marxismo y psicoanálisis. Pero en aquel entonces, ¡en dosis altas! Y con ella el cortejo de los devotos de Jacques Lacan y de Ferdinand de Saussure. Era la gran moda de las ciencias humanas, que alcanzó su apogeo precisamente antes de 1968. […] Yo estaba aislado y no era cómodo vivirlo. En realidad, yo no comprendía dónde se situaban las apuestas de lo que hacía sus mieles. Además que esas modas me parecían, sino ilusorias, por lo menos efímeras; tenía muchas ganas en aquella época de “trabajar por mi cuenta”, como se dice en los negocios. No quería pasar mi tiempo haciendo comentarios sobre los autores de moda”.

Su gran descubrimiento será Leibniz, a su manera y de la forma más inesperada, Michel Serres se estaba convirtiendo en filósofo, por su propia cuenta: “yo fui testigo, en la Escuela Normal Superior, del trastorno, o de la transición si Ud. prefiere, de las matemáticas clásicas hacia las matemáticas modernas. Yo hice pues mi tesina de estudios superiores sobre esta cuestión. Como había abordado el álgebra, quise hacer una tesis sobre la topología combinatoria que comencé cuando regresé a Francia; por ahí debe estar en alguna parte en mis archivos. Fue en 1960. Simultáneamente fui nombrado profesor asociado de la universidad de Clermont-Ferrand. Allá encontré a Michel Foucault de quien me hice amigo. En resumen: yo hacía idas y regresos entre la universidad de Clermont y la Escuela normal superior de París, en donde preparaba mi tesis. Y, a medida que leía, constaté que Leibniz había sido el precursor de la topología combinatoria y de algunas otras novedades algébricas. De repente, comencé a escribir lo que yo creía ser una pequeña introducción a mi tesis. Mil páginas y algunos años más tarde, me dije que ya tenía la tesis entera. Y la defendí en 1968. […] Participé en 1968 de forma muy activa. En Vincenne, donde fundé en ese momento con Michel Foucault el departamento de filosofía; y en Clermont-Ferrand, por supuesto, donde yo era profesor. […] Después fui nombrado para París. Es necesario decir que en mayo de 1968 yo también sostuve mi tesis que había sufrido muchas evaluaciones, puesto que yo comencé con el álgebra, continué con la topología y terminé en Leibniz”.

Los jurados que evaluaron su tesis fueron Georges Canguilhem y Jean Hyppolite. Luego a Michel Serres lo nombrarían profesor en Vincenne. Quería enseñar filosofía, pero su cátedra sería la Historia de la Ciencia. No le permitieron ser el profesor de filosofía, pero, poco a poco ahora se iba convirtiendo en el filósofo más original y extraño de Francia. Rápidamente, Michel Serres, tomó prestigió y luego fue invitado a ser profesor en las universidades norteamericanas, de ahí en adelante dividiría su vida en viajes, escrituras y clases, atravesando mares de continentes a continentes. Sin embargo, las cosas al principio no habían sido tan fáciles en Francia, ya se había casado: “Éramos muy pobres, mi mujer y yo. Ella no trabajaba y ya teníamos tres hijos. Fuimos saliendo porque yo era profesor”.

Se ha hablado de su amistad con Michel Foucault, pero, Serres aclaró que “aquello era una medio amistad: yo le ayudaba en su trabajo [Las palabras y las cosas] y él no se interesaba en el mío”.

En realidad, Michel Serres se negaba a hacer vida social con la élite intelectual, a pesar de que él iba ganando ya igual o mayor prestigio que los filósofos de moda. Nunca ambicionó tener un poder ni económico, ni académico, ni la ambición por alcanzar la celebridad. Él seguía siendo un solitario. Cuando le preguntaron por sus amigos, él respondió: “[Mis amigos eran] los científicos, los marineros, los obreros, los agricultores… No los intelectuales. Cuando me casé, por ejemplo, invité a todos los obreros de la empresa familiar. Y agricultores. Soy un hijo del pueblo, no puedo hacer nada, es así. Siempre he sido de “los de abajo”. Y mi corazón y mi alma está entre las “pobres gentes”, y no se puede hacer nada”.

Pensó en irse a vivir a EEUU, dada las ofertas que le hacían las universidades, pero, había otras consideraciones: “Estaban tan contentos con mis cursos que me pidieron permanecer como profesor residente. Yo lo discutí mucho con mi mujer. Todo el asunto era saber si nuestros hijos iban a ser franceses o norteamericanos. Y mi mujer no quiso. Yo pues seguí siendo visiting professor. Y a partir de Johns-Hopkins, fui a Buffalo, a New York, luego a Irvine, en California, pero también a Austin, en Texas, un poco por todas partes… Pero mis puestos más importantes fueron Baltimore, Buffalo y, para terminar, Stanford. […] tuvimos que escoger: ¿tendríamos hijos estadounidenses o franceses? Es el dilema que afrontan todos los inmigrantes. Si se instalan definitivamente en los EE.UU. y fundan una familia, harán de sus hijos ciudadanos norteamericanos que no conocerán ya su propia cultura. Ahora bien, yo no tenía ganas de que ellos fueran gringos. […] hay cosas que yo no soporto de allá”.

Michel Serres se convirtió en un viajero. Un día expresó: «Tuve la intuición de un héroe que se llamaría Pantopo, viajaría por todo el mundo, conocería a los hombres, aprendería todas las ciencias y nunca, nunca, correría tras ningún poder». Yo creo que finalmente este héroe, Pantopo, fue él.

Michel Serres desde el año 1968 hasta el presente ha escrito más de cincuenta libros, obras donde se combinan armoniosamente todas las ciencias, la filosofía y la literatura del mundo. No tengo como referirme al conjunto de su pensamiento, intenté, hace algunos años,  reseñar lo más destacado de su pensamiento, lo hice en un viejo ensayo que llamé Michel Serres el filósofo del mundo. Pero, yo no soy experto en Michel Serres, tan sólo un enamorado de su vida y obra. Faltarían muchos años de estudio, para decir que uno ha comprendido siquiera todo lo que él ha escrito. Además que no toda su obra se consigue en castellano. Acá sólo quise hacer una apretada síntesis de su vida. Lo que sí puedo recordar, son estas palabras donde él hizo un magnífico balance:

“En el fondo, lo que quería y sigo queriendo acabar, antes de llegar al término de mi viaje, lo que quiero es diseñar o construir como una representación global, un filosofía que abarque una cosmología, la física de la tierra, la biología, lo vivo, para llegar a las ciencias humanas, a la antropología, a la sociedad, a la política, incluso a la psicología. ¿Y ese sistema para qué? ¿Por qué? Sencillamente porque hemos sufrido mutaciones tales, estos últimos años, que vivimos en un nuevo mundo, en una nueva tierra y seguramente también bajo un nuevo cielo. Y estas mutaciones son tales que ha ocurrido algo extraordinario: y es que el hombre ya tiene la talla del mundo. Que los hombres juntos hoy en día están a la misma potencia que el universo. Y esto es tan novedoso, tan extraordinario, que hay que hacer una filosofía para entenderlo”.

Frank David Bedoya Muñoz

Itagüí, 24 de enero de 2018.

Bibliografía.

·         “Pantopía: de Hermes a Pulgarcita”. Entrevista a Michel Serres de Martin Legros y Sven Ortoli. Traducción de Luis Alfonso Paláu C. Medellín, marzo – mayo de 2015.

·         “El viaje enciclopédico de Michel Serres”. Documental que actualmente se puede ver en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=dfzAEmksbRo

·         “Michel Serres: el filósofo del Mundo”, Capitulo VIII de: “Tras los espíritus libres” / Frank David Bedoya Muñoz, 2012

Frank David Bedoya Muñoz

Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia y fundador de la Escuela Zaratustra. Fue formador político en la Empresa Socialista de Riego Río Tiznado en la República Bolivariana de Venezuela. Ha publicado “1815: Bolívar le escribe a Suramérica”, “Relatos de un intelectual malogrado” y “En lo alto de un barranco hay un caminito”, libro que reúne cinco relatos, un ensayo y dos conferencias sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar. Actualmente es asesor en el Congreso de Colombia.