Reflexión de huellas y bigotes

“Somos una especie curiosa con un afán de autodestrucción, rodeada de otros seres curiosos, pero definitivamente superiores en lo esencial”


La vida se manifiesta de las maneras más hermosas y sublimes, los humanos somos los que nos hemos encargado de hacer de este un camino tenebroso a partir de nuestros miedos y de las acciones que estos mismos originan. Por ejemplo, las “sorpresas de la vida” no son más que situaciones completamente esperadas que preferimos olvidar, al menos hasta que el estremecedor abismo es inminente. Ver para creer.

Somos una especie curiosa con un afán de autodestrucción, rodeada de otros seres curiosos, pero definitivamente superiores en lo esencial.

Es en momentos como estos que el presente cobra sentido. Un sentido desgarradoramente efímero, en el que en un momento estás y al otro sientes que una parte de ti se apagó para siempre. Tal vez sea una idea tonta, pero seguir con todo después de observar incrédulamente como, entre las estorbosas lágrimas, una luz se apaga en la tierra para unirse a la noche estrellada, es seguir con un poco menos.

Es extraño como nuestra propia naturaleza nostálgica nos permite olvidarnos de los momentos difíciles y nos enfocamos específicamente en lo bello de una existencia. No hay porque pensar en los muebles dañados cuando la imagen de un ser feliz correteando ardillas a expensas de la vida de su paseador nos llena el alma de alegría. De nada vale quejarse por las infinitas veces que no pusimos el árbol de navidad para evitar desastres cuando el recuerdo de un gusto humanizado por comer mango o maní nos llega a la memoria. O quizá no hay por qué recordar las noches enteras que pudimos pasar en vilo esperando no encontrar desastres olorosos por los corredores de la casa al hacer memoria de la dulce sensación de un pequeño roce peludo y una mirada de comprensión silenciosa en los momentos más duros.

Somos seres incompletos, con una necesidad de llenar nuestros vacíos. Afortunadamente, como especie hemos encontrado (tal vez de manera accidental) nuestra manera natural de kintsugi[1]: la compañía. El oro que recorre nuestra resquebrajada existencia suele tener nombre, collar y carnet de vacunación. Ellos nos unen nuevamente, nos regalan desinteresadamente la plenitud de un alma prístina, y con la mirada nos transportan a las utopías soñadas de la paz en medio de la tormenta.

Las caricias, la comida y los juegos no hacen justicia al agradecimiento necesario por el rescate titánico que logran estos seres incomunicados con un mundo en afán. Ellos viven en la frecuencia sagrada del silencio y la gratitud infinita. Para ellos basta con dejarte poner su cabeza entre las piernas, acariciarlos cuando habilidosamente te “dan la pata”, y mirarlos a los ojos con la promesa de que quedarán tatuados en tu alma por el resto de tu existencia.

Por eso hoy hago un corto homenaje, que continúa siendo insuficiente, a los seres que nos han salvado a mí y a los míos.

Gracias por sus enseñanzas, por su entrega infinita, por sus besos de narices frías, y por ser los mejores huéspedes de un mundo que no los merece.

Hoy nos toca a nosotros extrañarlos y mover la cola al volverlos a ver.

Para Nerón, Chester, Polo y Shifu


[1] Ancestral práctica japonesa de reparación de la cerámica con oro.

Nicolás Molina Arroyave

Estudiante de Ciencias políticas. Cinéfilo e hijo de las montañas antioqueñas.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.