La República imposible

Pareciera un poco desmesurado el tener esperanzas ante el triunfo de Javier Milei. Mejor sería hablar de expectativas. Que no es lo mismo. Hay que ver qué pasa de ahora en más. Puede ser que logre solucionar una parte de los avatares económicos inmediatos que padece la Argentina y colocar algo de maquillaje en temas neurálgicos como, por ejemplo, la seguridad, entre muchos otros.

Ojalá me equivoque, pero todo indica que las primeras medidas del flamante presidente son más de lo mismo, es decir, parte del problema y no la resolución de fondo. La dificultad no está en las medidas en sí (que muchas están apuntadas a un cambio verdaderamente copernicano), sino en que estas no tienen muchas perspectivas de ser definitivas ni perennes. Ahí estriba la crítica. ¿Cuánto van a durar? ¿Cuatro años? ¿Ocho?, en el mejor de los casos. ¿Y después qué? Después regresará el peronismo con sus tretas conocidas, aquellas ideas fracasadas que durante décadas han devastado el tejido social.

Para ser un país normal se necesita en primer lugar constituir a una sociedad madura que acompañe con estoicismo y paciencia el espinoso camino que hay por delante. Esto último es una deuda todavía pendiente. En tanto edificar tan siquiera tres fuerzas políticas que jueguen hacia un mismo lado: un liberalismo blando de centro (como pudo haber sido el póstumo “Juntos por el cambio”), un partido liberal más de derecha (como lo son los débiles libertarios de “La libertad avanza”) y otro quizás, que no existe todavía, un socioliberalismo más inclinado a la izquierda (hoy tristemente representado en la Unión Cívica Radical). Tres fuerzas en oposición pero que al mismo tiempo tengan un mismo proyecto de base.

Esto está lejos de ocurrir. La realidad es otra. La anomalía peronista está muy vigente siendo un tipo de “fascismo light” cuya sabia es la corrupción y el clientelismo camaleónico. Pero esto no es todo. Por otra parte, tenemos a un trotskismo reaccionario cuya filosofía es la violencia organizada. Estos grupos lamentablemente constituyen casi la mitad de las preferencias de la población. Y ante dicho panorama estos colectivismos que sostienen a su electorado a “pan y circo” retornarán inevitablemente y echarán por tierra todos los avances que pudiera hacer el actual gobierno.

No creo que Milei sea la solución. Sin embargo, bien puede ser un principio. Hay que empezar por algún lado. Por lo menos se ha puesto en discusión -cosa que antes era un pecado mencionar- la necesidad de volver a los valores de la “Generación del 37” y casi por primera vez se permite reflexionar al peronismo como uno de los tantos orígenes de nuestra decadencia.

Pero debemos aclarar algo. No es muy seguro que la Argentina entre 1860 y 1930 fuera una potencia mundial económica. En primer lugar, carecemos de datos certeros. Las primeras cifras de un PBI no se establecieron sino hasta mediados del siglo XX. Lo que sí es cierto es que en dicho período había una intención de país, un norte. Todos apuntaban hacia un mismo lado. Cosa que hoy no ocurre: “el “Muro de Berlín” aquí aún no ha sido derribado. Mientras la mitad de la población pretende ser Suiza, la otra mitad sueña con ser Cuba.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos y la Unión Soviética entraban en la llamada Guerra Fría. El Plan Marshall afectó de modo sustancial a América Latina y dejó a la región en clara desventaja. Esto coincidió con el gobierno de Juan Domingo Perón y su utilización rosista de la “barbarie” (constituyendo una oligarquía que se disfrazaba de proletariado), además de su simpatía por los totalitarismos que, ante la crisis creo la ilusión de abundancia comenzando a sumir al pueblo en una cruda inflación. Las oligarquías anteriores quisieron recuperar la idea “sarmientiana” de “civilización”, lo que decantó en la llegada de seis dictaduras militares, proscripción y lucha armada y, sobre todo, la pérdida irremplazable de un rumbo seguro.

A partir de 1983 la Argentina se nucleó alrededor de la democracia, que no es poco, pero aparte de eso no volvió a tener un proyecto compartido. A pesar de lo que pretenden muchos el peronismo nunca constituyó dicho “proyecto adeudado”, ya que está en su esencia ser un “cualquiercosismo” y con claras actitudes antirrepublicanas. Ante semejante trance de identidad se ensayaron distintos tipos de sendas que muchas terminaron en tristes caricaturas, como un nacionalismo proteccionista, un fascismo blando, un neoliberalismo híbrido, un centro dialoguista, hasta un socialismo a la cubana. Las políticas pendulares ahuyentaron a los inversores extranjeros y nuestro territorio se fue hundiendo cada vez más en la desigualdad, el populismo, la ignorancia y la corrupción.

Hace falta recuperar el sentido hacia políticas de Estado permanentes y coherentes, con planes que, aunque desde diferentes miradas, todos apunten a un bien común. Para salir de la esquizofrenia imperante hay que saldar viejas rencillas e integrar valores. Para ello es menester desarrollar un pensamiento nacional serio sostenido por pensadores que hoy, lamentablemente, aunque estuvieran casi nadie tiene ganas de escuchar. ¿Dónde están esos ilustrados imparciales que tengan la integridad ética para rechazar las prebendas de la ideología? ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de ser un intelectual libre que se comprometa con lo que es moral y no con los inquilinos del poder?  Y como si fuese poco para ello hace falta una sociedad diferente, con otra apertura de consciencia, que produzca un régimen también diferente. Todo indica que estamos a años luz de ser una Nación, sí entendemos por tal tener un boceto que marque un trayecto. Y esto no es nuevo.

Para muchos, y con razón, el exilio es lo único que queda. Esta opción ya estaba en sus raíces. José de San Martín cuando terminó su misión se fue incomprendido a Europa. Manuel Belgrano por no hacerlo murió en la pobreza y el olvido. Bernardino Rivadavia dejó expresamente en su testamento “no ser enterrado en Buenos Aires”. Jorge Luis Borges renegó de una tierra que apreciaba más el futbol que la literatura y Julio Cortázar se embarcó a Francia cuando percibió su “casa tomada”.

Tras casi dos siglos de idas y venidas hemos fracasado en el intento de constituir una República. Sus valores se han convertido en significantes vacíos. Solo se ha logrado la “transvaloración de todos los valores”: un “Cambalache”: un sitio donde por ejemplo un Diego Maradona fue millonario mientras un René Favaloro no le quedó otra que quitarse la vida. “Lo mismo un burro que un gran profesor”.

En conclusión: ¿qué vemos en el horizonte? Si no hay un milagro donde se transmuten los opuestos en algo serio (que dudo que lo haya en el corto plazo) solo queda más decadencia: es decir, profundizar la ruta hacia la creciente africanización o, en su defecto, la osadía de pensar en retornar a la monarquía.


Todas las columnas del autor en este enlace: Sergio Fuster

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

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