La obsesión de los anticapitalistas por regularlo TODO

La economía planificada está disfrutando de otro resurgimiento. Los defensores del cuidado y preservación del medioambiente, los activistas que luchan contra el cambio climático y otros movimientos semejantes, exigen que el capitalismo sea abolido y reemplazado por una economía planificada, porque, de lo contrario, afirman que la humanidad no tiene posibilidades de sobrevivir.

En mi natal Alemania, un libro llamado Das Ende des Kapitalismus (Kiepenheuer & Witsch, 2022) –en español, El fin del capitalismo ha sido un éxito de ventas, y su autora, Ulrike Herrmann, se ha convertido en una invitada habitual a diferentes espacios de opinión. Hermann promueve abiertamente una “economía planificada”, pese a que esta ya fracasó una vez en Alemania, así como en todos los otros lugares donde se ha implementado.

A diferencia del socialismo clásico, en una economía planificada las empresas no están nacionalizadas, sino que se les permite permanecer en manos privadas. Pero es el Estado el que especifica con muchísima precisión qué y cuánto se produce.

El Estado determinaría casi todos los aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, no habría más vuelos ni más vehículos de motor privados, no habría más casas unifamiliares y a nadie se le concedería ser propietario de una segunda vivienda; se prohibirían las nuevas construcciones puesto que son perjudiciales para el medioambiente, y por el contrario, la tierra existente se distribuiría “justamente” y el Estado decidiría cuánto espacio es apropiado para cada individuo. Asimismo, el consumo de carne solamente se permitiría como excepción, porque la producción de carne es “nociva para el planeta”.

En general, la gente no debería comer tanto”, afirma Hermann. Señala además que, “2.500 de calorías al día son suficientes”, proponiendo una ingesta diaria de 500 gr. de frutas y verduras, 232 gr. de cereales integrales o arroz, 13 gr. de huevos, 7 gr. de carne de cerdo, y demás. “A primera vista, este menú puede parecer un poco escaso, pero los alemanes estarían mucho más sanos si cambiaran sus hábitos alimentarios”, asegura esta asidua crítica del capitalismo. Para ella, como las personas serían iguales, también serían plenamente felices: “El racionamiento suena desagradable. No obstante, posiblemente la vida sería aún más placentera de lo que es hoy, porque la justicia hace felices a las personas”.

Estas ideas no son, de ningún modo, novedad alguna. La popular crítica canadiense del capitalismo y la globalización, Naomi Klein, admite que inicialmente no tenía ningún interés particular en el cambio climático. Luego, hacia 2014 escribió un voluminoso tomo de unas 700 páginas titulado Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima (Ediciones Paidós, 2015) –en inglés, This Changes Everything: Capitalism vs. the Climat.

¿Por qué de repente se interesó tanto? Bueno, antes de escribir este libro, el principal interés de Klein era la lucha contra el libre mercado y la globalización. Abiertamente, ha manifestado que: “Me sentí impulsada a involucrarme más profundamente en ello, en parte porque me di cuenta de que podría ser un catalizador para formas de justicia social y económica en las que yo creo(creía)”. Pide una “economía cuidadosamente planificada” y directrices gubernamentales sobre “la frecuencia con la que conducimos, la frecuencia con la que volamos, si nuestra comida debe llegar en avión hasta nosotros, si los bienes que compramos están fabricados para durar… el tamaño de nuestras casas”. También apoya la sugerencia de que el 20 % más rico de la población debería aceptar mayores recortes para crear una “sociedad más justa”.

Estas citas –a las cuales se podrían añadir muchas más declaraciones del mismo corte contenidas en el libro en mención y otros similares– confirman que el objetivo más importante de los anticapitalistas, como Herrmann y Klein, no es el de contribuir al cuidado y preservación del medioambiente ni el de encontrar soluciones para el cambio climático. No. Su verdadero objetivo es eliminar el capitalismo y establecer una economía planificada y dirigida por el Estado. En realidad, esto implicaría la abolición de la propiedad privada, incluso si, técnicamente, los derechos de propiedad continuaran existiendo, ya que lo único que quedaría es el título legal formal de propiedad. El “empresario” seguiría siendo propietario de su fábrica, pero qué y cuánto produciría, lo decidiría únicamente el Estado: se convertiría en un administrador por cuenta ajena del Gobierno.

El mayor error que siempre han cometido los defensores de la economía planificada fue creer en la ilusión de que se podía proyectar un orden económico sobre el papel: que una autoridad podría sentarse ante un escritorio y proponer el “orden económico ideal”. Lo único que quedaría por hacer sería convencer a suficientes políticos para implementar el orden económico en el mundo real. Puede parecer cruel, pero los Jemeres Rojos en Camboya pensaban de la misma manera.

El experimento socialista más radical de la historia, que tuvo lugar en Camboya, entre mediados y finales de los años 70’s, fue concebido originalmente en las universidades de París. Dicho experimento, cuyo principal líder, Pol Pot –también conocido como “Hermano I”– llamó el “Súper Gran Salto Adelante”, en honor al “Gran Salto Adelante” de Mao Zedong, es bastante revelador, pues ofrece una demostración extrema de la creencia de que una sociedad puede construirse artificialmente sobre una mesa de dibujo.

Hoy día, continuamente se afirma que Pol Pot y sus camaradas querían implementar una forma puritana de comunismo primitivo, razón por la que su Gobierno se presentó como una manifestación de irracionalidad desenfrenada; nada más lejos de la verdad. Los autores intelectuales y líderes de los Jemeres Rojos eran intelectuales de familias destacadas que habían estudiado en París y militaban en el PCF (Partido Comunista Francés). Dos de estos autores intelectuales, Khieu Samphan y Hu Nim, habían escrito disertaciones marxistas y maoístas durante su estancia en la “Ciudad de la Luz”. De hecho, la élite intelectual que había estudiado en la París ocupó casi todos los Puestos Directivos del Gobierno después de la toma del poder.

Habían elaborado un plan cuatrienal detallado que enumeraba con total detalle todos los productos que necesitaría el país (agujas, tijeras, encendedores, tazas, peines, entre otros). El nivel de especificidad era muy inusual, incluso para una economía planificada. A saber, decían que: “Comer y beber están colectivizados. El postre también se prepara colectivamente. En pocas palabras, elevar el nivel de vida de la gente en nuestro propio país significa hacerlo colectivamente. En 1977 habrá dos postres por semana. En 1978 se sirve un postre cada dos días. Luego, en 1979, hay un postre cada día, y así sucesivamente. De modo que la gente vive colectivamente con lo suficiente para comer; se alimentan con snacks. Están felices de vivir en este sistema”.

El Partido”, escribe el sociólogo Daniel Bultmann en un análisis que hizo al respecto, “planificó la vida de la población como si estuviera en una mesa de dibujo, encajándola en espacios y necesidades predeterminados”. En todas partes se debían construir gigantescos sistemas de riego y campos siguiendo un modelo uniforme y rectilíneo. Todas las regiones estaban sujetas a los mismos objetivos, ya que el Partido creía que las condiciones estandarizadas en campos exactamente del mismo tamaño producirían también rendimientos estandarizados. Con el nuevo sistema de irrigación y los arrozales en forma de tablero de ajedrez, la naturaleza iba a ser adaptada a la realidad utópica de un orden absolutamente colectivista que eliminaba la desigualdad desde el primer día. Sin embargo, la disposición de las presas de riego en cuadrados iguales con campos igualmente cuadrados en el centro, provocó constantes inundaciones, porque el sistema ignoraba por completo los flujos naturales de agua; por otra parte, el 80 % de los sistemas de riego no funcionaron, de la misma manera que los pequeños altos hornos no funcionaron en el “Gran Salto Adelante” de Mao.

Como ya lo he dicho en otras columnas, a lo largo de la historia, el capitalismo ha evolucionado al igual que lo han hecho los idiomas. Las lenguas no fueron inventadas, construidas ni concebidas, sino que son el resultado de procesos espontáneos y no controlados. Por ejemplo, el esperanto, acertadamente llamado “lengua planificada” y creado en 1887, no ha logrado el sueño de sus inventores de establecerse como la lengua extranjera más hablada en el mundo. El socialismo y el fascismo tienen mucho en común con un idioma planificado: sistemas ideados por intelectuales; sus seguidores se esfuerzan por ganar poder político para luego implementar el sistema elegido.

Ninguno de los sistemas mencionados ha funcionado nunca en ninguna parte. Pero esto, aparentemente, no impide que los intelectuales crean que han encontrado la “piedra filosofal” y han ideado finalmente el sistema económico perfecto desde su “Torre de Marfil”. Por eso, no tiene sentido discutir ideas como las de Herrmann o Klein en detalle, porque todo el enfoque es constructivista: la idea de que un autor puede “crear” un sistema económico en su cabeza o en el papel, algo que, lógicamente, es erróneo.


Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Rainer Zitelmann

Fráncfort Alemania (1957). Comenzó su carrera en el Instituto Central de Investigación en Ciencias Sociales de la Freie Universität Berlin (Universidad Libre de Berlín), y luego se convierte en Director de varias secciones de uno de Los principales diarios de Alemania: Die Welt. En 2000 funda su propia empresa, la cual consolida como líder del mercado en el campo de la consultoría de comunicación para empresas inmobiliarias alemanas, con una cartera de clientes que incluían a Ernst & Young Real Estate, CBRE y Jamestown. Vende su empresa en 2016 y desde entonces se centra en la investigación académica y la escritura de libros. En total ha escrito y editado 27 libros sobre historia, política, finanzas, entre otros, siendo de los más destacados “The Wealth Elite: A groundbreaking study of the psychology of the super-rich” (LID Publishing, 2018), “The Power of Capitalism: A journey through recent history across five continents” (LID Publishing, 2019), y recientemente, “In Defense of Capitalism” (Republic Book Publishers, 2023). Sus libros sobre la psicología del éxito y la creación de riqueza se han traducido a una gran cantidad de idiomas y han disfrutado de un éxito notable en China, India y Corea del Sur. También, es colaborador habitual de numerosos medios de comunicación europeos de prestigio, incluidos Neue Zürcher Zeitung en Suiza, The Daily Telegraph en Reino Unido y Frankfurter Allgemeine Zeitung en Alemania.

Obtuvo su primer doctorado en Historia en 1986 con honores “suma cum laude“ por su disertación sobre la influencia del socialismo en el pensamiento de Adolf Hitler, y el segundo, esta vez en sociología, en 2016, con su tesis sobre la psicología de los multimillonarios. Hoy por hoy, Zitelmann es una de las voces más influyentes del liberalismo contemporáneo.

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