La carta maestra: el miedo

La indignación no lleva la bandera de ningún partido político ¿Hasta cuándo vamos a permitir que se siga jugando con nuestras emociones? ¿Es esto lo que se merece nuestro país?


Cuando era niño, apenas llegaban las vacaciones, viajaba con mi primo a la casa de mis abuelos en el campo. Entre todos recuerdos de aquellos días, hay uno que se conserva intacto, que me remite a una casa abandonada vecina, decaída con un montón de murciélagos volando por ahí. Tanto mi primo como yo, solíamos mirar hacia esa casa con mucho temor. El reto siempre era acercarse, intentar entrar, mirar. Ambos siempre estuvimos a punto de lograrlo pero siempre llegado cierto punto, ante la manifestación del primer murciélago, corríamos del susto. No fue hasta una reunión familiar de navidad, que otro primo, más grande y experimentado, entró sin problema. Nosotros al ver tal hazaña, lo volvimos a intentar. Él se encargó de hacernos la experiencia aún más traumática haciendo sonidos y embistiéndonos por la espalda. Desde ese día lo vimos con otra cara, como un valiente. Desde esa tarde, él también supo cómo hacer que nosotros los pequeños hiciéramos lo que él quisiera, aprendió que el miedo es un gran recurso. Han pasado diez años, y aún recuerdo a mi primo mayor como el más valiente ¿Cómo hizo el miedo para perdurar en el tiempo? Han pasado 10 años y ya no lo temo a las casas abandonadas ni a los murciélagos, pero si veo como día a día los medios y las redes sociales se llenan de amenazas y enjuiciamientos. El miedo pasó de ser un ingrediente de la vida fantástica de ser niño y para ser un arma política para imponer ideologías destructivas. 

La teoría del pánico ha tomado fuerza los últimos meses en nuestro país a raíz de las protestas y la crisis social actual, sin embargo, los análisis que se pueden hacer con la misma datan desde mucho tiempo atrás. Colombia siempre ha estado envuelta en constantes olas de violencia, a ninguna generación reciente le ha tocado vivir en un país en paz. Con el auge del narcotráfico, las guerrillas empezaron a fortalecerse, a ganar puntos estratégicos y a crecer en armamento. El secuestro se impuso como un medio de financiación y las masacres empezaron a acaparar los diarios nacionales, la población civil sentía miedo de salir a la calle. En este contexto, a inicios de nuevo siglo, un político encontró tela para potenciar su campaña. Después de un cuestionable ejercicio como director de la aeronáutica civil y una alcaldía de Medellín que dejó mucho que desear, su apellido empezó a ganar fuerzas gracias a una publicidad impecable acompañada de discursos de salvación y de fuerza. El problema era claro, y hasta ese momento, ningún otro candidato se había arriesgado a hablar con tanta firmeza respecto a la guerra. En algunas zonas del país, los ciudadanos incluso empezaron a armarse por ellos mismos, a realizar las terroríficas limpiezas sociales, vanagloriándose como ciudadanos sin miedo. Colombia eligió la mano dura, el corazón fuerte y en nuestro territorio se empezaron a tiempos extraños. 

El pánico ya estaba sembrado. Carros bombas, tomas guerrilleras, desapariciones y descontrol estatal. ¿Y qué se hace cuando se tiene un mal? Se vende la cura a todo dar. La esperanza se puso sobre un gran paisa de apellido bonito y presencia de seminarista, el pueblo estaba tan desangrado que lo único que quería era paz, la emoción que se evocaba en aquellos tiempos difíciles no daba tiempo para sentarse a reflexionar a qué precio, la paz había dejado de ser un derecho para ser una necesidad. Lo que siguió, durante ocho años de mandato, es una historia difusa que es difícil reconstruir. Algunos que han tratado de darle eco, como los líderes sociales, aparecen asesinados en una serie de hechos confusos según las autoridades. Para muchos, la guerra cumplió con su cometido de acorralar a las guerrillas, al “problema”. A cierto sector de la sociedad se le solía escuchar decir: “Gracias al señor presidente pudimos volver a las fincas”, pero la realidad es que nos encontrábamos ante una bola de nieve que cada día se hacía más grande. Es importante además refrescar la memoria y mencionar que para aquel entonces, todo aquel que pensara distinto al gobierno de turno era llamado comunista o guerrillero. La oposición empezó a verse como un sector político que no quería ver el país en paz, que no quería progresar. 

Con el término del periodo presidencial del paisa, llega a la presidencia un nuevo candidato de su mano. Otro hombre con apellido bonito. La reputación del que solía llamar a los colombianos como compatriotas les sirvió para ganar las elecciones, pero al iniciar su mandato, las cartas se voltearon y el presidente en turno se alejó de sus mentores políticos para proponer un acuerdo de paz que le diera fin a la guerra más antigua de la región. La oposición, representada por el partido fundado por el expresidente, empezó a usar la estrategia del miedo con el fin de lograr el cometido de tumbar los acuerdos. ¿Cómo es posible que existe una inclinación política que se oponga a la clausura de un conflicto? Esa pregunta me la sigo haciendo todos los días, en medio de mi ignorancia me cuesta concebir que existan seres humanos que prefieran la guerra por encima de todas las cosas. El no a la paz ganó en un plebiscito sorprendente, el haber hablado de ideología de género, comunismo, satanismo y otros temas sensacionalistas dio su resultado. El hecho de los diálogos quedó en segundo plano, a las urnas llegaban madres con el susto de que a sus hijos en el colegio los fueran a homosexualizar y feligreses con el temor de que se derrocaran las iglesias. El miedo ante todo.

Los acuerdos igualmente se lograron bajo unas estrictas condiciones. La paz no llegó, pero el mayor problema de la realidad colombiana dejó de ser las guerrillas. Llega el año 2018, para el partido de la mano firme, el presidente que dejaba su puesto había sido el peor mal de Colombia, se referían a él como un hombre que entregó el país a la guerrilla. Todo problema que se tenía, así fuera de índole social, cultural o político, se le atribuía a su periodo presidencial, las responsabilidades siempre se derrocaban a un otro ajeno de su ideología política. Para unas nuevas elecciones, la estrategia de la guerra no iba a funcionar por segunda vez, en ese aspecto la situación había cambiado. En el país vecino se vivía una crisis social debido a un mandatario y la predominancia de una ideología poco tradicional, hablar de Venezuela se convirtió en la mejor oportunidad de campaña política. Los colombianos ya no tenían tanto miedo de las guerrillas, ahora el miedo se encarnaba en lo que se veía en el país vecino. En los debates presidenciales siempre se tocaba el tema, en las redes sociales siempre se hablaba de lo mismo, incluso, llegó el punto donde muchos empezaron a cuestionarse sobre el país que iría a gobernar el nuevo presidente. Los colombianos que no tenían miedo votaban a favor de una supuesta calma, por no llegar una crisis, así fue como llegó a la casa de Nariño el presidente más joven en toda nuestra historia como Estado. 

Aunque los hechos se nombren de una manera brusca y condensada, la realidad puede dar fe de todo lo que se está diciendo. La estrategia siempre es la misma: Se le da eco a un problema, se estimula el miedo y el pánico, se vende una solución a largo plazo por medio de un discurso político. Todo esto a la luz de una oposición que los alimenta, que les da herramientas para el desprestigio. Sin una oposición fuerte, dichos esfuerzos no tendría sentido, siempre se necesita de otro al que se le pueda culpabilizar de todo. El actual presidente, por ejemplo, arrasó en votos, pero queda en duda sus méritos, algunos solo lo eligieron en las urnas por miedo a la victoria del otro candidato, no necesitaban conocer ni siquiera su plan de campaña. El miedo es el mayor tesoro que tienen los grandes oligarcas de este país, pararse en el con tanta seguridad nos ha hecho creer que no tener miedo es seguirles la corriente: Evitar entregar el país a las FARC, la guerra como una opción al fin del conflicto, evitar ser una nueva Venezuela. A los que pensamos distintos nos han condenado a ser actores del mal, guerrilleros, comunistas, vándalos. Nos matan, nos silencian, nos censuran y desconocen, y aun así el espíritu que está en contra sigue intacto. Hace unos meses el miedo cambio su posición, y ahora somos más los que nos atrevemos a cuestionar una historia que nos ha mentido, unos representantes que nos han fallado. El partido de gobierno quiere implantar el problema en la protesta social, en la oposición, se olvidan del detalle de que la crisis no es por el paro, sino que el paro es una respuesta ante una crisis que nos ha estado agobiando. La indignación no lleva la bandera de ningún partido político ¿Hasta cuándo vamos a permitir que se siga jugando con nuestras emociones? ¿Es esto lo que se merece nuestro país?

Al ser niño es fácil asustarse con las casas, con los murciélagos. Al ser niño es fácil creer en las figuras de grandes héroes, en soñarse con una capa roja para imitar a Superman, pero cuando la magia de la infancia caduca, solo nosotros mismos nos podemos salvar, nadie más que nosotros nos puede sacar a flote. No necesitamos de un primo mayor que nos asuste, que finja ser nuestra voz porque la voz propia ya es lo suficientemente valiosa. Ojalá la próxima vez que salgamos a las urnas votemos por convicción y no por miedo. Ojalá nuestros mandatarios no cayeran tan bajo en campañas de desprestigio los unos entre los otros y se dedicaran a defender con argumentos sus ideologías políticas, sus propuestas al país. Ojalá el presidente caiga en cuenta de que salir a hablar mal de la oposición es innecesario, lo que necesitamos es verlo empoderado en su rol, ejerciendo acciones. Hay que dejar de temer, el país es nuestro, no solo de ellos. 

Sebastián Castro Zapata

Envigadeño de corazón, amante a la poesía y a la literatura. Le tengo miedo a los truenos y llevo una tormenta tatuada en mi brazo derecho. A veces me las doy de poeta y en la actualidad, estudiante de psicología en la Universidad Pontificia Bolivariana.

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