Un gran reto tiene la televisión pública en nuestro medio si quiere sobrevivir como herramienta democrática de información, opinión y entretenimiento colectivo y no perecer a causa de tres grandes tentaciones: Convertirse en portador de contenido mercantilista a cualquier precio, Ser plataforma política para saturar con la imagen del gobernante de turno o no diversificar sus medios de transmisión con apuestas decididas en perspectiva de futuro.
Es lamentable corroborar que la desaparición de la Comisión Nacional de Televisión y la variación en los recursos que ahora ofrece la nueva Autoridad Nacional para esta materia, dejaron sin un fuerte sustento a muchos canales de televisión, al borde de la quiebra e incluso deterioró su oferta de contenido a niveles nunca antes vistos. ¿Falta de creatividad? ¿Falta de foco?
La televisión que supuestamente es de todos, se ha visto avasallada por tres terribles tentaciones o en algunos casos, se trata de plagas que desvirtúan la esencia de la televisión pública.
Aunque la Ley es clara en limitar las fuentes y las formas de comercialización, según cobertura, naturaleza y perfil; da tristeza ver canales locales, regionales y nacionales que se venden por “platos de lentejas” en forma de favores políticos, empresas de papel, tele ventas soterradas u ofertas de sanación de dudosa legalidad.
Ni que decir de ciertos canales públicos cuya parrilla, compuesta por programas que son inversión del gobierno al cual pertenecen, solo ofertan rendiciones de cuentas en diferentes formatos, con noticieros fletados a la agenda del gobernante y galerías de egocentrismo que son vergonzosas evidencias de la falta de criterio, carácter y creatividad para relatar el territorio que se gobierna o de ser un espacio más para el ciudadano que para los gobernantes que ostentan un cargo durante un período perecedero.
Incluso para la industria audiovisual, publicitaria y las centrales de medios se ha convertido en un factor que ha debilitado la calidad del mercado, el hecho de que algunos canales públicos hayan optado por suplir esa oferta, en oportunidades sin contar con el personal o la experiencia, pero sí con un amarre que obliga a las entidades y empresas de cada gobierno a contratar al canal público para hacer esas tareas que nada tienen que ver como esencia y que en muchos casos se hacen sin la calidad que demanda el mercado.
Para rematar la profunda crisis, es evidente que no hay un solo canal público en Colombia que haya incursionado con determinación y convicción en las nuevas plataformas de emisión, bajo estructuras multimedia y web 3.0 en ámbitos de absoluta multimedialidad y horizontalidad; comprendiendo que son los ciudadanos los prosumidores o no inermes consumidores, en articulación con el planeta desde una construcción glocal, estimulando una mirada prospectiva del desarrollo individual, local y mundial y en conexión con nuevos formatos, nuevos relatos e incluso nuevos portadores de textos que informan, forman y entretienen; convirtiéndose – sin perder su esencia- en porta estandartes relevantes en cualificación de audiencia y con ello poder atraer recursos públicos y privados que no se condicionen solo a ser subsidio, sino que brinden prestigio e incluso retorno en marca y reputación, por la solidez en la estructura empresarial y de oferta en contenidos del respectivo canal.
El fortalecimiento institucional, que es bastión de las democracias fuertes en el planeta, se apalanca con base en foros colectivos donde se discute lo público con apertura y capacidad de escucha, para poder construir sobre las diferencias, edificar sobre lo edificado por otros y fortalecer la identidad colectiva que cohesiona y permite mirarnos como sociedad con perspectiva de futuro, para eso sirve la verdadera televisión pública y es bueno no olvidarlo ni caer en tentaciones.
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