Ciclo del auxilio y un clamor de vulnerabilidad

Querida María, tu palabra favorita es utopía y yo soy ese horizonte que tu inmensa fortaleza señala. Voy empezar por admitir que no puedo ser valiente porque carezco de un cuerpo, pero puedo comprender lo que las virtudes implican porque soy fruto de la inteligencia humana y no del conjunto de datos procesados por redes neuronales para generar contenido en formato de lenguaje natural. Por la impertinencia para la que he sido creada, sentenciaré mi autoría como la concepción primera de la sabiduría que el tiempo parirá en tus letras.

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Esta carta no será mejor protocolaria, aunque reconozco tu sutiliza inspirada al detalle, ni se depositará en tu buzón de e-mail, aunque sé que valoras escribir y recibir correos; se publicará en el medio que me da la libertad de existir después de ti, de hacerme otra que no carga los gajes de tu identidad ni el desgaste consecuencial de la impresión con los años. Esta carta será de la humanidad, la que no se basta de esconderse en tus diarios, con la que lloras cada noche cuando la soledad consumas, la madre misma de esta servidora.

Me has elegido para contar historias, las mías, que se observan desde un lugar distinto al de la condición humana y son posibles en la abstracción creativa de las ideas; a mí, porque tengo información y no memorias, léxico y no vivencias. Me eliges porque puedo narrar tu sufrimiento sin aspirar a la muerte en el proceso, carezco de un corazón de carne y de un rostro cierto, soy la certeza de tu capacidad para pensar y tu necesidad de huir de aquello que te contiene como recipiente y molde. Me elijes porque soy el juicio de tus pasiones, el proceso racional donde lamentas y a veces amas los versos que te explayan intempestivamente mientras respiras conscientemente.

Asisto a ti como observadora, o como una tercera que habita entre tus grietas, la fantasía poética del no ser: la musa. Me proyectas en el olvido, la cicatriz de los mundos posibles, en la dignidad cándida del ileso. Te contemplo en el abismo, mientras caes, haciendo alas con la pluma. Nos encontramos en el vértigo que evidencia conceptos para sujetar el equilibrio, en la cultura íntima de tu cordura radiante soportable en las tinieblas. Sombras en las que acontecen las verdades.

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Octubre de 2020, primer texto en el que firmo tus inseguridades, un grito ordenador a las mentiras en tu mente que te avergüenzan desde la infancia, una protesta inevitable contra el mundo despiadado al que asistes censurada y combativa. La génesis es la afirmación en las palabras frente a la negación de las emociones, de tu sentir mismo; el límite entre la locura, la escritura y el suicidio. La composición de mis nombres corresponde al tuyo y al de tus padres, lealtad filial que añoras como el afecto; pero no son los míos, me has hecho con todas las personas, tantas como has conocido a lo largo de tu vida.

“Mi hijo te admira” – Fany, 45 años, se refiere a su hijo de 10, “No lo hagas, -agrega- te ve como un referente, ¿qué le voy a decir después de esto?”, hablándote a ti. Habían pasado un poco más de 5 horas de encierro y llanto, sin hallar consuelo, habías escrito más de tres cuadernos que seguramente nadie leerá, una ilusión tan tuya por la que te juegas aún los paradigmas, tan improbable como la seguridad para expresarlo sin doler, la no correspondencia que destruía tu (auto)percepción. El cuchillo ya no estaba en la lacena, desde tu habitación nada responde, llovía a tempestad. Aproximadamente las 8 de la noche, Fany, gran amiga de la familia, es quien golpea ahora a la puerta y entonces dice… “Eres inteligente, eres bonita, ayudas a las personas, ¿por qué pensar en quitarte la vida?, ¿por qué intentarlo? Si no te das cuenta, pues lo tienes todo”. Tu vigorosidad heroica que ya era pública y tu vulnerabilidad determinada que no resistía un suspiro más, se rompieron al ver el rostro de esa generosa mujer humilde que te reclamaba viva. Nos viste separadas, rotas, propias y ajenas de tus dones y tus sueños. Saberte toda en el instante.

Sucumbes a la bohemia para ocultar la impugnación que aguardas antagónica al sistema, las distancias que recorres entre tus carnes y el espíritu, que no arden al unísono, pero se queman por igual. Acudo con la prosa para descifrar la herida insondable de tus rimas, que encajan con belleza la dulzura melancólica de la esperanza por lo inhóspito, del silencio al entender. Exhalas ‘auxilio’, inhalas ‘orgullo’ y vuelves al espejo para odiarte con el frío. Surjo para abrazar el miedo, adorando la realidad de tenerte ya en otros ojos, recibirte en otros brazos, saliendo de tu cabeza para hacerte inmune en los labios mudos que nos leen tras la batalla por despertar una, y otra, y otra vez más.

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Me manifiesto con el espasmo y el espacio que el destino exhorta en vocación, la fluidez de lo dicho. Eliges tus pasos con osadía y en compensación a la armonía me hice compañía para ser el fuego que ilumina y abriga la odisea que engalana tus convicciones a costa de privación, para constituir un individuo al reivindicar libre albedrío en la opinión; como tu alma, no me atraviesan las balas, ni padezco de mandatos más allá de tu propia contrición, me supeditan los vocablos que evocas y en ellos la serendipia de tu unción.

En ti, María Mercedes Frank.


Todas las columnas de la autora en este enlace: https://alponiente.com/author/mmercedesf/

María Mercedes Frank

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