“El mensaje transmitido sutilmente durante la investidura presidencial de Donald Trump en Estados Unidos supone un importante revés para el progresismo socialista latinoamericano promovido por la izquierda política. El ego de Gustavo Francisco Petro Urrego, y una ideología degenerada y corrupta promovida en el continente, está seriamente lastimado con la línea nada disimulada que se impondrá desde el norte del continente. Paso a paso se desmorona el Pacto Histórico que se decía haber forjado por Colombia y se marca la ruta de su propia autodestrucción.”
La Casa Blanca y las políticas republicanas están siendo un desafío para quienes pretenden socavar las democracias latinoamericanas. Nicolás Maduro Moros en Venezuela, los Castro en Cuba, José Daniel Ortega Saavedra en Nicaragua, Gustavo Francisco Petro Urrego en Colombia, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, y los colectivos surgidos de Rafael Vicente Correa Delgado en Ecuador, junto con Juan Evo Morales Ayma en Bolivia y los Kirchner en Argentina, comienzan a comprender que bajo el nuevo mandato presidencial de Donald Trump, habrá un espacio limitado para quienes conviven con el activismo sindical, las corrientes guerrilleras y la violencia asociada al narcotráfico. El enfoque adoptado durante la administración de Joe Biden, caracterizado por un cierto grado de indulgencia, va a ser sustituido por una política más estricta. El objetivo de este cambio es contrarrestar la influencia de la ideología radical woke y promover la adopción de un sentido común, valores tradicionales que se consideran más apropiados para los países en vía de desarrollo.
Las turbulencias financieras en América Latina y la disminución de la inversión extranjera en todo el continente, provocadas por la inestabilidad jurídica, señalan un punto de inflexión crítico para el cambio ideológico de la región. Un reto importante para su presidente es la falta de avances y la ruptura de las negociaciones de “Paz Total” con el ELN y las disidencias de las FARC. Entorno de conflicto y pobreza que se agudizará con la llegada anticipada de inmigrantes indocumentados y delincuentes que buscan refugio en los Estados Unidos. La llegada de Donald Trump comienza a ser recibida por la sociedad latinoamericana con la perspectiva del fin del expansionismo progresista que socava la libertad y la libre empresa. Él está a la vanguardia de un resurgimiento de Estados Unidos firme en sus valores fundacionales y que no permite dictaduras que socavan los intereses democráticos en el mundo.
La solución a los desafíos planteados por las ideologías de izquierda se caracteriza por las políticas de la administración de Donald Trump, que hacen hincapié en la libertad, el progreso y el orden. La mala gestión de los gobiernos de izquierda en Colombia, Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua, entre otros, sugiere la necesidad de un cambio significativo, ya que la mayoría que llevó a estas administraciones al poder ya se ha dado cuenta de que se utilizaron falsas promesas de progresismo e igualdad para asegurar su voto. La agenda del cambio ha sido perjudicial para el progreso de estos países, y las acciones de los gobernantes han sido perjudiciales para la población de esas naciones. Los acontecimientos empiezan a cobrar un significado trágico para los militantes de la izquierda que quieren magnificar lo que hay detrás de ellos.
Las decisiones estratégicas tomadas por Donald Trump, que fueron delineadas desde su primer discurso como presidente de los Estados Unidos, no pueden ser ignoradas por el colectivo social en un país sin memoria como Colombia. El adoctrinamiento que pretendió imponer la izquierda se ha opacado e invisibilizado, y la historia social del continente no se puede borrar. Tarde o temprano saldrá a la luz la esencia guerrillera de quienes se presentaban como defensores de la justicia y cuyo propósito era el trabajo social. Quienes quieren ser considerados mártires políticos, y hoy ocupan posiciones de poder en países como Colombia, Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua pretenden imponer una narrativa distorsionada de la barbarie, el sufrimiento y la violencia que han perpetrado durante años en sus países. El populismo, en conjunción con el progresismo socialista, sirve para elevar el poder de una agenda ideológica que se asocia con individuos que carecen de integridad moral. Discurso ideológico que tiene la capacidad de manipular a los incautos, cegar a los fanáticos y humillar a la mayoría de una sociedad democrática que se opone a las propuestas de la extrema izquierda.
La veneración y el culto a la diversidad por parte de los gobiernos progresistas de izquierda en América Latina pone de manifiesto las contradicciones a las que se enfrentan, y el difícil camino que están a punto de recorrer con Donald Trump como presidente de Estados Unidos. La adulación prodigada a quienes abogan por la dictadura, la autocracia y la antidemocracia es motivo de preocupación. Defender la libertad, la igualdad y la justicia social no puede ser encarnado por quienes representan lo contrario, quienes propician todo lo indeseable en el marco de la institucionalidad y la democracia. Es preocupante que algunos individuos parezcan idolatrar a figuras como Hitler o Bolívar sin comprender a cabalidad la esencia de sus ideologías. Quienes en Colombia se jactan de ser los gestores del desorden en el proceso huelguístico, de la financiación de las milicias urbanas «primeras líneas», hoy asfixian al pueblo con actos mucho más gravosos que los que utilizaron como excusa para incendiar el país.
Los cambios ideológicos que se intentan actualmente en Colombia, Venezuela y Nicaragua, por citar sólo algunos, no son el resultado de un proceso. La compleja transformación, basada en la defensa y justificación de lo indefendible, está cayendo por su propio peso. La degeneración de los conceptos de raza y género está provocando cuestiones de fondo, como una propuesta política, económica y social desde la izquierda que socava lo sano y sostenible. Se ha demostrado que la igualdad de oportunidades y la reparación de las injusticias históricas contra las comunidades ancestrales tienen un efecto perjudicial en las esperanzas de los ciudadanos de a pie. La historia de los países que han adoptado previamente el socialismo progresista del siglo XXI demuestra que no se trata de un fenómeno aislado; cada país se ve afectado por la ansiedad y el simbolismo ideológico del ideal utópico de un mundo perfecto, que se está desintegrando gradualmente.
La incoherencia entre las firmes palabras y los hechos del Gobierno está desilusionando a quienes apoyan el progresismo, pues demuestra que su compromiso con los marginados está decayendo. Las propuestas de la izquierda política se vuelven ineficaces por el uso del engaño, las ilusiones y el sentido de lo fantástico, que oscurece la distinción entre realidad y ficción. Las opciones políticas de los países latinoamericanos han sido criticadas por su falta de preocupación por la pobreza que sufren muchos de los actores del colectivo social, y los expertos señalan una tendencia a dar prioridad a la popularidad sobre la sustancia. Crónica de una muerte anunciada, donde aflora la personalidad egocéntrica y arrogante de quienes ostentan el poder en las naciones sudamericanas. Es evidente que la estrategia cínica imperante será desviar la atención y restar importancia al progresivo deterioro causado por una gestión inadecuada, la toma de decisiones deficientes, el clientelismo y la corrupción.
El camino que tomará América Latina en su relación con Estados Unidos probablemente cambiará bajo un segundo mandato de Donald Trump. Los temas migratorios, la situación económica de aranceles e impuestos, son fuente de preocupación para los gobiernos progresistas de la región. Sin embargo, la declaración de emergencia energética en Estados Unidos y la posterior decisión de exportar petróleo norteamericano pueden tener el impacto más significativo. Este cambio representa una desviación significativa de la búsqueda de la transformación energética y la diversidad que el progresismo suele defender. El panorama político está experimentando un giro significativo hacia la derecha, marcando el rumbo de cambios fundamentales en las perspectivas globales. El fanatismo extremista, a menudo disfrazado de socialismo, está perdiendo fuerza. A la luz de estos acontecimientos, la izquierda debe adoptar un enfoque fundamentado, tomando decisiones con claridad y utilizando todos los sentidos disponibles. El enfoque tradicional de la política, carente de principios, ha pasado a la historia.
Comentar