¿Y ustedes por qué no son feministas?

¿Usted es feminista?, es una pregunta que me han dirigido en varias ocasiones en los últimos días como si serlo fuera un asunto exótico y hasta un poco ilógico, lo sorprendente es que la pregunta ha venido de mujeres jóvenes claramente beneficiadas por el feminismo, quienes sin embargo, no reconocen la importancia del movimiento en sus condiciones actuales de vida. A modo de ilustración me gustaría exponer las razones por las que admito orgullosamente ser feminista y que creo que deberían ser compartidas por todas las mujeres, e incluso por los hombres, a quienes la liberación femenina también ha beneficiado aunque el sistema se empeñe en negarlo.

¿Usted es feminista?, es una pregunta que me han dirigido en varias ocasiones en los últimos días como si serlo fuera un asunto exótico y hasta un poco ilógico, lo sorprendente es que la pregunta ha venido de mujeres jóvenes claramente beneficiadas por el feminismo, quienes sin embargo, no reconocen la importancia del movimiento en sus condiciones actuales de vida. A modo de ilustración me gustaría exponer las razones por las que admito orgullosamente ser feminista y que creo que deberían ser compartidas por todas las mujeres, e incluso por los hombres, a quienes la liberación femenina también ha beneficiado aunque el sistema se empeñe en negarlo.

Un recorrido por la vida de nuestras abuelas e incluso madres colombianas puede ser un primer paso bastante ilustrativo para reconocer las bondades del feminismo, en la época de nuestras abuelas las mujeres se dividían en “buenas” y “malas”, “buenas” aquellas que eran propiedad de un hombre, vivían bajo el amparo del matrimonio y terminaban  cargadas con por lo menos 10 hijos, encerradas en sus casas con todas las labores del hogar encima, en muchos casos maltratadas por sus esposos y sometidas a todos sus caprichos; “malas” las que por necesidad, violencia o deseo caían en la tentación de mantener sexo por fuera del matrimonio y en los peores casos tener hijos “bastardos” con hombres irresponsables. Tanto las “malas” como las “buenas” estaban imposibilitadas para trabajar en un sistema social y económico que hasta bien entrado el siglo XX las miraba con hostilidad al salir de sus casas, y eran pordebajeadas por un sistema político que no las reconocía como sujetos de derecho. Para las “buenas” mujeres quedarse en casa no era una opción sino la norma y para las “malas” buscar un hueco en el campo laboral no era un capricho sino una necesidad que terminaba en muchos casos en la clandestinidad de la prostitución. Un panorama en el que sólo algunas, como María Cano tuvieron el valor para salir a las calles y reclamar nuevos espacios en la vida social, política y económica de un país marcado por la cultura patriarcal.

Las luchas de mujeres como ella en la primera mitad del siglo XX y la presión de la revolución feminista a nivel mundial a través de grandes manifestaciones y tratados internacionales, dieron frutos importantes para cambiar la realidad femenina, disminuir la división entre “buenas” y “malas”, y permitir que nuestras madres tuvieran mayores aunque no totales posibilidades de decidir qué hacer con sus vidas, pudiendo por lo menos ejercer control frente al número de embarazos, participar de la vida económica del hogar y en algunos casos con condiciones económicas y familiares excepcionales, asistir a la universidad. Nuestras madres gozaron en su juventud de libertades como vestirse a su antojo, tomar decisiones importantes para la vida familiar, participar en política, salir sin supervisión de otros miembros de la casa (aunque mi madre cuenta que para las salidas con sus novios debía estar acompañada de un hermano), explorar el campo laboral, divorciarse o mantenerse dentro de los linderos de las tradiciones pero por decisión propia y no por imposición.

Creo que ese último elemento es la ganancia más importante que ha dejado para las mujeres la lucha del feminismo a través de décadas de sufrimiento, el poder de elegir, decidir si queremos seguir el modelo de mujer hogareña o si preferimos salir a la calle para ganarnos nuestra propia vida, conciliar ambas posibilidades o revolucionar cualquier modelo ya concebido. Tener libertad para elegir es el derecho más básico que debe garantizarse a cualquier ser humano, tal vez por esa razón una vez logramos tenerlo lo asumimos como un asunto natural sin mayor relevancia, tal vez por eso tantas mujeres desprecian el feminismo que les permite estar donde están hoy, ser lo que quieren ser o por lo menos, cuestionar abiertamente un sistema patriarcal que no se ha acabado, pero que tiene cada vez más válvulas de escape.

De esas válvulas participamos todas, cada mujer que acude a una escuela, que sale a trabajar, que participa políticamente, que se pone minifaldas a la altura que se le antoje, que se niega al juego de ser “buena” o “mala”, que mantiene relaciones amorosas y sexuales sin el amparo de un matrimonio, que cuestiona y rechaza la institución matrimonial o que sueña con una unión en equidad, que usa anticonceptivos y elige si desea o no ser madre, e incluso una mujer que desea un matrimonio religioso tradicional pero exige respeto por su cuerpo y su vida, es una mujer que le hace el quite al patriarcado y vive el feminismo de forma consciente o inconsciente.

La estrategia que sataniza el feminismo confundiéndolo con posiciones radicales, también útiles para la apertura del debate y la construcción de nuevos paradigmas sociales, pretende distraernos del fondo del asunto, ponernos un velo que nos impide ver el feminismo como la tabla de salvación que nos ha permitido recuperar nuestra dignidad y derechos básicos, pero también para construir un mundo en el que los hombres puedan desarrollarse en libertad, en el que puedan sentir, pensar y actuar de forma libre y no guiados por los estereotipos tradicionales que les imponen la fuerza y el éxito como únicas posibilidades de ser. Que una mujer niegue el feminismo, puede equipararse a que un esclavo desconozca las virtudes de la lucha antiesclavista, por eso la próxima vez que alguien (en especial una mujer), me pregunte si soy feminista voy a devolverle la pregunta, ¿y usted por qué no es feminista?

 

Daniela Galvis Restrepo

Alfarera de pequeñas revoluciones, exploradora de nuevos caminos sin pretensiones de permanencia. Opositora de cualquier culto, incluso del de la razón. Sin certezas pero con opiniones. Convencida del amor más allá del mito romántico. El cartón dice politóloga, la vida me ha llevado por otros caminos. Conversar, leer y bailar, mejor si es con buena compañía.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.