¡Silencio, el silencio!

Egoísmo, letra de Julio Miranda, trae una estrofa adherida a mi memoria en las llanuras araucanas y ambiento con ella este comentario:

“En silencio, he sufrido tantas penas

Por ser mi alma tan buena y no poderla controlar.

Que pesar,

Si nunca he dado motivos

No conozco el egoísmo

Y a nadie le hago mal.”

Citas de frases, sentencias y anécdotas acerca del silencio, a cuál de todas más precisa y valedera, existen por montones. Aquí algunas:

  • Quien calla no siempre otorga, a veces no quiere discutir con idiotas (Darwin).
  • El ignorante ataca con la boca, el sabio se defiende con el silencio (Gandhi).
  • La sabiduría consiste en diez partes: nueve de silencio y una de pocas palabras (Buda).
  • Una solemne mentira es la que dice que quien calla otorga, puesto que el que calla sencillamente no dice nada (Sansón Carrasco).
  • El silencio no es debilidad, señor presidente, sino fortaleza (Gilberto Alzate Avendaño).
  • Para tener derecho al silencio, hay que haber trepado muchos años la dura cuesta de las palabras (ibidem).

No soy anacoreta, pero aquerenciado en las dos últimas citas me he refugiado cada vez más en el silencio, y lo disfruto, sin que logren confundirlo las bulliciosas guacharacas que a diario visitan la arboleda que circunda el condominio que habito.

Juré en el Coliseo Romano que el día que me convierta en ser de luz, descendería con Júpiter Tronante a electrocutar a todos los parlanchines que haya conocido, porque esos son los que hacen imposible la paz de los espíritus, porque paz para las almas no debe haber solamente en los sepulcros o en los cuartos sanitarios.

Corre por ahí una antigua historia de cierto maestro hindú a quién los discípulos le preguntaron cuál era el ápice de la sabiduría, a lo que nada respondió. Ellos le repitieron la cuestión por dos, tres veces consecutivas, al cabo de las cuales el viejo maestro les dijo: os lo estoy enseñando hijos míos, la mayor de las sabidurías es el silencio.

Cuanto estupor, cuando no justa indignación suscita aquello de que el que calla otorga, pues no es cinismo sino lo citado atrás: el que calla no dice nada.

Finalmente agrego que el más grande enemigo de las buenas relaciones humanas, al nivel que fuere, está en que nos hemos educado en la mezquina práctica de oír y no escuchar y que ni oímos, ni escuchamos para interpretar y reflexionar, sino que fatalmente, con lo que de fatalidad tiene, para contestar de manera pronta e irreflexiva, como si el arte del diálogo estuviese limitado a un juego de concurso de agilidad mental. He ahí la raíz de desencuentros, divisiones y alegaciones inmoderadas de nunca acabar.

Tiro al aire: habituémonos al silencio, que al buen callar llaman Sancho. Guardemos las palabras para después o para nunca. Depende, ¿no?

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*email: [email protected].

En Twitter @forotw

Francisco Galvis

Abogado | No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo

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