¿Qué genera la música?

¿Qué haríamos sin la música en momentos de soledad? En mi caso, la música acompaña mucho mis noches, mis desvelos, mi melancolía, en fin, se clava en mi alma.


Es de noche, una copa de vinotinto siempre es una buena compañía, aunque el tic tac del reloj de péndulo anuncie siempre el olvido. Es abril y no para de llorar. Me acerco al tocadiscos; un tocadiscos de los años cincuenta, color café desvanecido por los años y casi olvidado en un rincón de la sala. El plato giradiscos aún se mantiene en el tiempo, en el arte y la poesía, en los recuerdos y la soledad. Pero para qué los voy a volver sentimental con esta caja que para muchos no les significa nada, dejemos así; comienza a girar Lucho Gatica, El Rey del Bolero.

La melodía que acompaña la noche es perfecta para sentir el tiempo recorrer mis venas. Con la voz melosa de Lucho Gatica se escucha cantar Reloj detén tu camino porque mi vida se apaga… detén el tiempo en tus manos, haz de esta noche perpetua… para que nunca amanezca…

Tomo asiento, las melodías sutilmente acarician la noche, la soledad. ¿Qué haríamos sin la música en momentos de soledad? En mi caso, la música acompaña mucho mis noches, mis desvelos, mi melancolía, en fin, se clava en mi alma.

La música me hace manifestar muchas emociones, por ejemplo, me hace recordar la vez que mi abuela en su lecho de muerte y con su mirada al infinito, y en el frío de la habitación de un hospital le escuché cantar sin abrir muchos sus labios resecos y casi cerrándose para siempre: Nuestro amor es tan grande y tan grande, que nunca termina, y esta vida es tan corta y no basta para nuestro idilio, por eso, yo te pido por favor me esperes en el cielo y ahí entre nubes de algodón haremos nuestro nido. Siembre le había escuchado una melodía a mi abuela entre labios, como para que nadie se entere, hasta que cierto día, quise poner una grabadora cerca de su boca para saber qué cantaba, qué era ese ritmo que siempre acompañaba su soledad, qué era esa melodía que siempre escuchaba desde niño, nunca conocí su historia sentimental, pero, la escuché en aquella ocasión y en voz muy baja cantando, soy casada y amarte no puedo, porque así, lo dispuso la ley, quiero serle constante a mi esposo, y en silencio, por ti lloraré”.

La música dibuja muy bien la vida. Es una expresión sublime que llena de júbilo o nostalgia. La música en su narrativa cuenta mil historias y a su vez transportan -sin previo aviso- a una cantina, un bar, o un café de las muchas esquinas que podríamos recorrer en noches estrelladas. Quienes suelen frecuentar esos lugares, nunca hallan lo mismo, siempre hay algo diferente que hace nublar o alegrar la vida, siendo esto último casi imposible, puesto que la soledad casi siempre acompaña.

Sigo pues, bebiendo vino tinto. El disco sigue dando vueltas. De fondo, Óyeme, de Homero Expósito, Tu forma de partir nos dio la sensación de un arco de violín clavado en un gorrión. El tic, toc del reloj de péndulo estilo vienés puesto en la pared de la sala interrumpe con su canto de campana indicando una hora más que queda en el pasado, en el olvido. Sin embargo, la música acompaña, calma, es la mejor medicina para la catástrofe mental, y más para quienes buscan en ella una respuesta de la vida, del amor, de la decepción; la música, pues, es la salvación.

¿Qué haríamos sin la música en noches como estas?

Kevin Abad Ríos Miranda

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