Petro y las expectativas racionales

Luis Guillermo Velez Alvarez economista

La semana pasada falleció Robert Lucas, nobel de economía de 1995, quien – con Thomas Sargent, Robert Barro y otros economistas – desarrolló, en los años 70 del siglo pasado, la teoría de las expectativas racionales, que llevó a importantes cambios en las políticas fiscal y monetaria de las economías de libre mercado.

La economía ha reconocido siempre el papel de las expectativas en la explicación de la conducta de las familias y las empresas. La decisión de comprar o vender un activo o de emprender o suspender un negocio está influenciada por las expectativas sobre la situación económica en general y sobre la política económica en particular.

En efecto, contrariamente a lo imaginan políticos y economistas mediocres, los agentes económicos, en lugar de soportar pasivamente los efectos de las decisiones de política, los anticipan y modifican su conduta, de tal suerte que se ve a menudo frustrada la materialización del resultado esperado.

El gasto público deficitario, financiado con deuda o expansión monetaria, se traduce en mayor inflación, sin estimular la actividad económica real o reducir el desempleo, como pretendía el keynesianismo. Tras décadas de estímulos fiscales y monetarios, la estanflación – combinación de bajo crecimiento, alto desempleo y elevada inflación – fue el padecimiento de las economías capitalistas en los años setenta lo que llevó a una mayor ortodoxia en la política económica.

El equilibrio presupuestal recuperó su prestigio y se abandonó la ilusión de que la expansión monetaria estimulaba la creación de riqueza. La política monetaria de inflación objetivo, adoptada hace más de dos décadas, y la regla fiscal, de más reciente implantación, son las expresiones institucionales de la ortodoxia macroeconómica en Colombia.

Petro y los economistas que lo acompañan – Ocampo, Bonilla, González, etc. – son keynesianos hasta médula e impulsan sus reformas sin preocuparse de la reacción de las empresas y las familias. No creen que una reforma tributaria, que castiga el patrimonio, paralice la inversión; no admiten que un contrato laboral indisoluble reduzca la demanda de trabajo; niegan que la expropiación del ahorro pensional deje en cuidados intensivos el mercado de capitales.

En las democracias liberales, en el diseño y aplicación de la política económica, los gobiernos tienen en cuenta la reacción del sector privado y tratan de maximizar el recaudo sin paralizar el consumo de las familias ni ahuyentar la inversión.

Hasta el momento, a las reacciones del sector privado, Petro ha respondido con amenazas abiertas y soterradas al empresariado, tomándose por asalto entidades que lo representan, corrompiendo al Congreso y desprestigiando a quienes evidencian el desastre que se viene encima. Siendo demasiando, eso es solo el comienzo.

Petro es el prototipo del hombre doctrinario descrito por Adam Smith en su “Teoría de los sentimientos morales”:

“…se da ínfulas de muy sabio y está casi siempre tan fascinado con la supuesta belleza de su proyecto político ideal que no soporta la más mínima desviación de ninguna parte del mismo”.

El doctrinario cree que la sociedad es un ajedrez, cuyas piezas puede mover a su amaño; si fracasa en su propósito, pues las piezas tienen vida propia y se resisten, no vacila en patear el tablero.

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista. Docente. Consultor ECSIM.

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