Perseguir el bien

Pintura: Landscape from a Dream, Paul Nash, 1936-8

«Simone Weil escribe en Echar raíces: “Si se reconoce algo como un bien hay que tratar de alcanzarlo. No hacerlo es una cobardía”»


Ocurre con la ceguera lo mismo que con las enfermedades: anuncian su llegada, no previniendo a los anfitriones, o aguardando, lo cual es más respetuoso, su invitación, sino que, a la puerta de la casa, tocan el timbre. Abráseles o no, entran. Y conviven, o lo abruman a uno, en su perpetua estadía. Se aclimatan a los hábitos adquiridos y los deforman a su gusto, proclamándose, de esta forma, dueños del lugar, ensillando la bestia, el verdadero dueño, a su antojo.

A la enfermedad la combate el médico y a la ceguera, espiritual para el caso, la combate el bien. Distinguiéndolo, sepultado por el reblujo y la incoherencia de actitudes sin propósito, se creería que es la luz al final del túnel; es el faro, la campanilla que guía al perdido en medio de la gruta. La aparición del bien, como lluvia intempestiva o golpe en el cráneo, traza las líneas que han de seguirse a futuro.

Encontrarlo es el inconveniente.

Omitiendo la parte sobremanera difícil, encontrar el bien que difumine la ceguera, que dé sentido y salve de la perdición, vayamos al bien en sentido propio.

Simone Weil escribe en Echar raíces: «Si se reconoce algo como un bien hay que tratar de alcanzarlo. No hacerlo es una cobardía», tras explicar que Hitler, si no me equivoco, pues hace un año que lo leí, tuvo como bien la gloria, el reconocimiento, e, influenciado por figuras que lo alcanzaron, a pesar de injusticias y deslealtades, alcanzó lo que se propuso. Eso que él tenía como bien lo movió a actuar. Y tratando el asunto de la ocupación nazi en Francia, desde una posición estratégica en Londres, asegura: «en esto él vale más que nosotros».

Estar de acuerdo o en desacuerdo con la filósofa acerca de Hitler es asunto individual. Separando el ejemplo, me es innegable darle la razón sobre el bien: una vez reconocido, una vez con el pájaro en mano, ¿qué hacer sino mantenerlo firme y cumplir sus designios hasta las últimas consecuencias?

Siendo tan arduo de percibir, ¿cómo desperdiciar el derrotero de una vida, la fuente de donde emanan las acciones? Negar el bien es, tanto como negar el sentido, negar la oportunidad, irrepetible, de situarse en el mundo y no hacer nada, por negligencia, en él.

Por tanto, ha de acogerse a su ciencia y a sus caracteres, observar y someterse a sus cláusulas: ¿quién teme a que el bien le haga daño? Si hace daño, no es bien; es apariencia de bien; es fraude. «[…] no es posible tener prudencia, ni guardar la piedad, pues quien en males se halla mucha es la fuerza que le compele a obrar mal», gime Electra por la supuesta muerte de Orestes. Así como a quien lo rodea el mal actúa mal, a quien lo rodea el bien, actúa bien.

Conozco a un señor ya viejo que habita el parqueadero de una casa. En la casa habitan su hijo y la familia de este. Las tardes, sus amigos llegan en un carro gris a su habitáculo, improvisan una sala de ensayos y tocan música de cuerda. Yo, su vecino, me acuesto en la pieza más cercana al concierto, a leer. Los señores, y una señora, ríen y aplauden hasta la noche.

Sucede que un día me dijeron que estaba hospitalizado: «El corazón…». Su alta edad complicaba los pronósticos favorables. Durante semanas sus amigos no parqueaban el carro gris frente a su guarida ni una esquina de la tarde se regocijaba con los palmoteos y efervescencias de la música de esos viejos.

Pero una noche, del parqueadero de la casa vecina salía una música de cuerdas: el vecino se salvó; se recuperó; sigue vivo y se entrega, con sus amigos, a la música… Ese es su bien. ¿Cómo lo percibió? ¿Quién se la dio a conocer? ¿Desde hace cuándo lo acompaña? ¡Qué importa! El viejo alcanzó su bien y demuestra, como resultado, que no es un cobarde; le echó raíces.


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Alejandro Zapata Espinosa

Estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana del Tecnológico de Antioquia.

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