Benedicto XVI, el “punto final” de una iglesia milenaria.

La fe es la libertad, porque somete al individuo ante la infinidad, ante una constante forma de vida. Por ello, la infinidad-fe, son la liberación del alma”


El 10 de febrero del 2013, se cumplían 600 años desde la primera renuncia de un Papa registrada. Gregorio XII lo hizo en 1415, y luego llegó Benedicto XVI, ésta fue la primera gran sacudida en la historia que dio la venerada figura. Al cabo antecedieron las estruendosas reformas del Banco Vaticano para enfrentar el auge del blanqueo de dinero. Los suscitados y cada día más bulliciosos escándalos de abuso sexual de la pederastia, e incluso el tema lobby-gay que transcurre hoy entre las reverberaciones del santo sitio. Lo cierto es, que pudimos vivir unos años de cambios drásticos, en los cuales la Iglesia se quedó tendida del hilo de la contradicción.

El carácter tradicionalista del que fue emérito, representa una polémica que le prohibió ver o entender las transformaciones sociales, y acudir a ellas como una verificación de su propio gremio, pues la falsa mirada omnipotente ya no aplicaba en el siglo. Los problemas que enfrentaba el mundo, eran los problemas de la Iglesia, que, a su vez, no dejaba de ser parte de muchas sociedades. Este fue el punto erróneo del ex Papa, no fijó su mirada en una inclusión de sus compañeros, y ello lo enfrentó ideológicamente con el actual Papa Francisco y con más de la mitad del clero.

Sin embargo, no necesariamente ha de existir incoherencia en el error, la obra de Benedicto XVI, fue más allá del amarillismo, sensacionalismo y mal periodismo. Se fijó en un firmamento filosófico vital para la permanencia de su profesión, y alcanzó con ellas reflexiones sobre un mundo que se vive entre extremos, y que convierte las modas en leyes. Ante esto nos advertía el representante de Dios. Las leyes no han de ser tendencias, pues tal hecho excomulga a muchas personas, simplemente moviendo la balanza hacia el otro lado, entonces ¿Quedaría resuelto el problema de la justicia?

Los momentos actuales, el tras día de la fatiga constante en un mar de informaciones, las valías y desvaídos sentimientos, las generaciones y el futuro, todo ello, abarrotado de personajes puramente lógicos, prácticos, materialistas y escépticos: Los nombres hoy fijados, son grandes letreros de neones, de millonarios informáticos, de políticos, científicos, psicólogos y hasta simples altaneros influencers, todo parece ser súbdito de la idiotez del que ve, del que vive en lo visto y al final olvida todo, es lo triste de encontrar la verdad en lo palpable, desechando así las ideas, que aun siendo las más científicas, surgen de alguna magia, de algún sueño.

Hace unos días, en un sepulcral despido del mundo, se fue el último gran líder espiritual. Se pudiese afirmar, disculpando antes el arrebato, que el pontífice Papa Benedicto XVI, sería ante la magia, el punto final de una era para la Iglesia Católica, a su vez, para todo creyente sobre la faz, sea de la religión que fuere.

Joseph Ratzinger escribió y dictó desde su credibilidad una serie extensa de obras literarias, de ensayos teológicos, que a modo de desquiciado alarme, se vio obligado a decir palabras de última hora, como quien, ya vaticinando un punto final en medio del desierto, veía y pudo con su solemne sensibilidad, intentar reparar el mundo cada día más corrompido. Las morales ya no eran cambiadas según la modernidad, sino, que eran destruidas, capaces los hombres de ver vida en tal bestialidad. De todo ello habló el pontífice, vio que la Iglesia moría, y como una vieja flor del jardín, pretendía conservarla, aun sea misión difícil.

Su espada era la fe, una fe que, en su más puro estado contrariaba grandes impulsos sociales y vetustos. Al publicar su “Introducción al cristianismo”, un amplísimo ensayo sobre la fe como única solución mundial, permanencia humana y conserva de tantos vestigios necesarios, acuñaba el verdadero camino que ha de trazar la Iglesia. El ex Papa, era un hombre que veía su religión demasiado profunda, buceaba en aquellas sabidurías, y a cada instante, veía como la necesaria política iba convirtiéndose en la base de todo el edificio clerical, envenenando las mentes endiosadas en un impulso; embarrar de tantas nimiedades las sagradas letras y hasta el mismo nombre de Dios, ahora, el mundo necesitaba la fe más que el propio Israel en los tiempos de los padres. La actitud de un hombre que a modo de pureza nos delineaba un camino en el que desvirtuaba la Iglesia como un eje primordial, convirtiéndola así en una profesión entregada a salvaguardar las almas, este ha sido el mayor acto vanguardista de la Iglesia, rompió esquemas, dijo que la transparencia y el secretismo empañaban la confianza, culpó a todos los responsables, de cada una de las corrupciones, y expuso que la conversión de la iglesia en política, la institucionalizaría. Aparentemente no observamos más que la calma en la basílica de San Pedro, las paredes eran pircas de una mente angustiada, de un hombre, que como hombre mismo se gritaba: ¡La materia es un ser que no se comprende! La mejor forma de disidencia es el pensamiento, la mejor manera de oponer la materia y transformarla en rebelión, en moda, es el pensamiento; y a su vez veía la inteligencia humana como una creación del Yo eterno, del Tú efímero, y viceversa. El alma era la inteligencia, y algo más, ese “algo más” era Dios. Con ello llamaba a los marxistas, pobres almas que tienen como Dios a la materia, por ende, un Dios mortal.

La fe es la libertad, porque somete al individuo ante la infinidad, ante una constante forma de vida. Por ello, la infinidad-fe, son la liberación del alma.

La década se lleva a un filósofo, a un fiel hombre que murió con la confianza ciega en sí mismo, que era su magnánimo Dios. Lo años pasarán, y del pontífice sólo quedarán sus obras y la memoria para muchos escueta. Ahora Lucifer, el gran enemigo de la Iglesia Católica, es el aquí llamado “punto final” Es la difícil tarea de adaptarse a una sociedad condenada al futurismo, es la pérdida de la ilusión, de la magia y la fe. Muchos seres se abalanzan al extremista idiota, y ello será nuestro futuro, un obscuro tuvo en el cual no cabe un Dios tan inmenso.


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Wilfredo Hernandez

Poeta cubano que escribe en español bajo el seudónimo Wilfredo Hernández, nacido en la ciudad del golfo, Manzanillo, reside actualmente en La Habana, Cuba. Publicó su primera obra "Las Floralias" en febrero pasado.

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