Lectores de segunda categoría

La gaminería más grande es que los buenos libros sean tan caros e irremediablemente inaccesibles para la mayoría de la población. El libro como objeto sagrado para el conocimiento es una propiedad privada custodiada por varios billetes  de los grandes y  varios ceros a la derecha”


Uno llega a algunas librerías de Armenia con la firme intención de gastarse los ahorros en algún gustico literario vario, y con lo primero que se encuentra es con una declarada displicencia. -Bien, amigo librero. Sé que tengo cierta apariencia de vago, pero me gusta leer, ¿ok? deja de mirarme con ese gesto de mantis religiosa, no te voy a robar nada-. Más allá del crudo “Qué busca” “Sí. A la orden”, las torpes asesorías, que dicho sea de paso, parecen orientadas a darle rotación al stock de la editorial X o Y más que hacia los intereses genuinos del Yo como cliente, y más allá del seguimiento angustioso de los trabajadores del local que no te dejan curiosear en paz; más allá de todo, la situación solo abona el lugar en el que se halla el verdadero obstáculo que me separa del disfrute del más reciente lanzamiento literario de ese poeta de Mongolia del este.

“A cuánto este libro”, pregunto. Y proceden a decirme -con ánimo rutinario e impersonal-,  un montón de datos aleatorios, sobre el prestigio del autor, de la editorial, del distribuidor, del local, de la calidad del papel, de la gracia de los dioses de Mongolia. Lo interrumpo. “Sí, gracias, qué bien, pero cuánto vale, deme el precio por favor”. Y con sorna, como jactándose de una misericordia inventada -ahora sí es a tono personal-, me dice, “A usted se lo dejamos en trescientos veinte mil pesos. Barato”. “¿Barato? loco, me estás diciendo que a ti esa suma de dinero te parece algo barato. Te estás burlando de mí”. Los músicos escuchamos intenciones entre palabras y mejor que cuiden el tono, hay pasiones que hacen perder la serenidad intelectual. Entonces hay que soltar un hijueputazo. Para equilibrar el mundo.

Hay un romanticismo extraño en el hecho de ser echado de ciertos lugares. Los antiguos espartanos expulsaban a sus hijos adolescentes a los bosques. Si conseguían sobrevivir durante una semana eran declarados hombres y ciudadanos aptos; por mi parte siento que no tiene nada de lindo darse cuenta de que, si bien no te impiden la entrada a un lugar, te van a tratar con aspereza y recelo, y en el momento en el que tú como víctima de ese trato insolente hagas un reclamo, ellos torcerán la situación para hacerte sentir que el problema eres tú, tu gaminería, porque ellos piensan que no eres lo suficientemente bueno para estar en su local. Te lo dicen de esa manera indirecta. Con estrategias pasivo-agresivas, o como se escriba.

¿Otro ejemplo de cómo la lucha de clases habita en las interacciones más cotidianas?, vaya uno a saber. La gaminería más grande es que los buenos libros sean tan caros e irremediablemente inaccesibles para la mayoría de la población. El libro como objeto sagrado para el conocimiento es una propiedad privada custodiada por varios billetes  de los grandes y varios ceros a la derecha El problema no es el librero hostil, el problema es el sistema que lo parió y del que sigue mamando. Complejidades que escapan, por supuesto, a lo que puede hacer un estudiante de universidad pública que quería leer a un poeta de Mongolia del este… pero que no dejan de ser un baldado de agua fría. Sí, la gente es grosera, el peso colombiano vale poco y los libros que quieres son demasiado caros. No puedes consumir la actualidad literaria. Tus ahorros alcanzan para clásicos mal traducidos y mal diagramados, tómalo o déjalo.

Leer los lanzamientos recientes es un privilegio. A nosotros los pobres nos toca esperar un par de años para conseguirlos piratas o de segunda. En PDF no siempre se logra dar con el texto, esa es la verdad. Y con las búsquedas infructuosas en los lugares más recónditos de internet se va haciendo certeza esa rara condición que resistimos: Nos estamos quedando atrás del panorama literario. Somos lectores de segunda categoría. Los que esperan para comprar la ganga, el segundazo, los que alguna vez han sacado libros de la basura de alguien… maldita sea, Roberto Bolaño tenía razón.


Todas las columnas del autor en este enlace: Cristian Felipe Leyva Meneses

Cristian Felipe Leyva Meneses

(Armenia, Quindío, Colombia, 1997) ha publicado su trabajo literario en ERRR Magazine, Seattle escribe, Himen, Palabrerías y otras. Ocupó el segundo lugar en el V concurso departamental de cuento Humberto Jaramillo Ángel; fue invitado al XI Festival internacional de poesía de Manizales y al XXXVI Encuentro nacional de palabra, proclamado como escritor del año en el XIV encuentro nacional de escritores Luis Vidales, autor del poemario «Ansiedad sobre los senderos» y participante de numerosas antologías de microrrelato, cuento y poesía.

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