El condensador de flujo: Inventario Welles

Su enfermedad es la creatividad, su mente es un trastero con proyectos sin finiquitar. Es un mago que relata un nuevo canto al fraude, y su voz no se quiebra, es un muro de sonido hondo, perdido en la inmensidad del ser grandioso que es.

Escena 1, exterior día. París

1973

Su enfermedad es la creatividad, su mente es un trastero con proyectos sin finiquitar. Es un mago que relata un nuevo canto al fraude, y su voz no se quiebra, es un muro de sonido hondo, perdido en la inmensidad del ser grandioso que es.

En la capital francesa reponen sus quimeras una y otra vez por las pantallas de los cines.

El exceso de besos de un Burdeos estalla en temblores y el mago hace trampa a la realidad. Demuestra que todo el falso, un eterno interrogante. Es un ser obeso que carga un largo exilio, y siente el cansancio que sintieron Hitchcock, Nick Ray y Chaplin cuando fueron expulsados del edén de Hollywood.

Y a Welles lo expulsaron de Xanadu, que se diluye como un lejano recuerdo de infancia.

Lejos quedan las historias inmortales al lado de Jeanne Moureau y los vientos que rodó pensando en  John Huston, Ernest Hemingway. Ambos proyectos inacabados, con síntomas de querer y ya no poder, y grandes, en su lenguaje de la luz y el veneno de las sombras siempre alargadas en el cine de Welles. Y sobreviven tres minutos de regreso a la Viena de su tercer hombre, en un cortometraje demasiado breve.

Y el caballero de la Blanca Luna lo mira. El caballero de la Blanca Luna lo esta mirando. Y espera con los ojos silenciosos.

F for Fake ilumina al crepuscular maestro del encuadre y de la farsa Shakesperiana, París pertenece a la derecha gaullista, al Pernod caducado y que apesta a Gauloises. Ibiza fue su última fiesta.

 

Escena 2, interior día. Madrid

1967

Y Falstaff se tomó varias rondas de fracasos en la barra de una taberna madrileña. Su prolongado exilio creativo lo suelta en tierras españolas para retomar la fantasía del pobre hidalgo Alonso Quijano y filmar bajo el encapotado cielo franquista. Lejos queda la frontera mexicana con sus Estados Unidos y su prodigiosa sed de males y lujurias a ritmo de Henry Mancini. El Welles repudiado por Hollywood es ese Falstaff rebelde, en su último homenaje a Shakespeare y a sus reyes. Un hombre del pueblo rechazado por el príncipe Hal, que se convierte en un Enrique V que reniega del aprendizaje que le dio el viejo Falstaff. Son unas campanadas a medianoche amargas, inmortales, en ese blanco y negro onírico que Welles siempre supo pintar en su cine.

Y el proceso kafkiano devoró al cineasta, pero por su enormidad creativa. Nunca los contra picados de una cámara dolieron tanto, pocas veces esas sombras wellesianas habían herido con tanto amor.

Escena 3, exterior noche. Tanger

1955

“No son mediterráneos, ni alpinos, magiares, celtas, germanos, semíticos, escandinavos ni arios. Nadie sabe quiénes fueron sus antepasados. Según ellos, Adán y Eva eran vascos puros. Son como los pieles rojas de América. Estaban aquí antes de que llegaran otros europeos. Hablan una lengua propia y extraña de origen desconocido. No. Los que aquí viven no son ni franceses ni españoles. Son vascos, y el surgimiento y caída de otras repúblicas y de otros reinos nunca les han hecho olvidar que son… vascos”. (Orson Welles).

Mister Arkadín perdido en la frontera que separan a los últimos caseríos vascos de la brisa francesa. Su Quijote deambula por el laboratorio del fracaso, el delirio de su creación cervantina se le escapa de las manos. Welles se siente hidalgo abandonado contra un ejército de molinos de viento. En la ciudad marroquí, el soñador se emborracha a punta de té verde y puros cubanos.

Su carrera se ha inundado con los remolinos del gran Othelo, con las corrientes del cruel Macbeth y el paisaje mágico de Cagliostro, personaje de otra ilustre pluma: Alejandro Dumas.

Y en España siguen sus emociones, en la eterna búsqueda de la perfección creativa, con altibajos financieros, que salva a golpe de contratos pasajeros para actuar en películas olvidables. Es una etapa que el Welles mutante nunca deja de encontrar una identidad fija bajo la piel y el maquillaje y los kilos de una docena de personajes deformes, a la vez inmensos, y a la vez inolvidables.

 

Escena 4, interior noche. Los Angeles

1941

El chico terrible de Hollywood tiene 26 años. la prensa adora sus desplantes, Hollywood odia su espíritu libre. El joven Welles carga una larga experiencia shakesperiana en los escenarios y en las emisoras de radio. Es el momento de convertirse en Charles Foster Kane.

Su hogar es Xanadu, y en su mente, un futuro desmesurado y con toques de cine negro en estado puro: una boda con Rita, una obra maestra en Shanghai, una pesadilla en Estambul, un alegato anti nazi en territorio americano que levantó sospechas en el despacho de J. Edgar Hoover, y un breve melodrama de época que fracasó en los cines estadounidenses.

En su presente, una denuncia al poder sin medida, a los medios de comunicación que manipulan, a la épica del control absoluto del individuo, a la borrachera creativa de picados atrevidos, contra picados descarados y encadenados y fundidos y diálogos portentosos.

Y Hollywood se le quedó pequeño de cuerpo y obtuso de mente al valiente hidalgo quijotesco Orson Welles.

 

Escena 5, interior día. Nueva York

1938

31 de Octubre, con unos cuantos miembros de su compañía teatral bautizada como la Mercury. Welles se embarca con la nave de sus locos en un estudio de la CBS para relatar “La guerra de los mundos” de H.G. Wells. Nunca una voz había provocado tanto pánico por las ondas, 12 millones de oyentes se asustaron al escuchar el directo un noticiero de 59 minutos que relataba una invasión alienígena que comenzaba a las afueras de New Jersey.

las carreteras colapsaron por la huida en masa de ciudadanos que nunca supieron que aquella emisión era una dramatización de la obra maestra de H.G. Wells y narrada por un hipnótico Welles y su compañía teatral. Las llamadas telefónicas de emergencias  reventaron la comunicación nacional. Comenzaba la leyenda, la voz poderosa de Welles había ganado su primer asalto.

 

Epílogo. Granada

1932

Orson Welles tiene 17 años, sueña con el bamboleo gracioso de Dulcinea del Toboso y se monta sobre las costillas de su Rocinante. Es un idealista que devora a Shakespeare, a los realistas franceses y a los grandes escritores rusos.

53 años después un infarto lo sorprenderá mientras esta escribiendo otro sueño frente a su fiel máquina de escribir.

En Granada encuentra el camino por donde se van a fugar sus proyectos, en el sur de España comienza a nacer el mito de un gran creador.

mientras chupa el jugo que sueltan unas pepitas de una granada, Orson Welles pronuncia por primera vez: ROSEBUD…

Manel Dalmau Etxalar

Nacido en un pequeño pueblo del pirineo catalán cuyo nombre es La Pobla de Segur. Adoptado en la ciudad de Medellín en 1998, paisa chivado desde Enero del 2010. Periodista, documentalista, historiador, dinamizador cultural y onanista compulsivo. Forma parte del equipo de la casa Museo otraparte desde el año 2010. El “NO” de su gorra es un adverbio positivo y un morfema ácrata. Es un “NO” a la intolerancia, al desajuste social, al abuso, es una invitación para que todo aquel que lo lea, se invente su propio NO. Es un yonqui de la tertúlia y un borracho de silencios. Intenta soñar.

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