El nuevo MinInterior dijo que buscaría un «acuerdo nacional que permita la posibilidad de convocar una asamblea nacional constituyente bajo los parámetros de la Constitución del 91». Es inevitable volver, otra vez, sobre el tema.
Cuatro elementos políticos a resaltar: a) Cristo es el ejemplo típico del camaleón. Al menos en cuatro ocasiones distintas había sostenido que la constituyente era «una mala idea, es inviable y las posibilidades de concretarse son nulas [y que] es un debate que no tiene sentido ni futuro» y se había despachado contra la propuesta petrista con variados y sensatos argumentos. Pero ante la oferta del Ministerio sus reparos desaparecieron y ahora defiende lo que antes atacaba. Para estos políticos tradicionales los principios no valen nada. Hay que generar nuevos liderazgos, con convicciones y carácter, que generen confianza en los ciudadanos y que no estén dispuestos a venderse por un plato de lentejas. b) La entrada de Cristo al gabinete es el regreso del santisamperismo al gobierno. Fue resultado del encuentro entre Santos y Petro, ocurrido unos días antes. Según algunos medios de comunicación, además de Interior, pidieron la Defensoría del Pueblo. Habrá que ver qué más. c) Cristo sostuvo que no aceptó el Ministerio sino hasta que obtuvo el respaldo de los conservadores y los Char. Con certeza no fueron gratis. Mejor el intercambio de apoyos por burocracia que el soborno de congresistas con dinero del presupuesto pero… d) La entrada de Cristo, si en verdad consiguió los apoyos que se dicen, podría reconfigurar el juego en el Congreso, pero eso se verá más adelante.
Ahora, lo fundamental no ha cambiado. Si se quiere sacar adelante una constituyente «bajo los parámetros de la Constitución del 91», no podrá ser durante este gobierno. No alcanza el tiempo y no se tiene las mayorías. Quizás pueda conseguirlas en el Congreso, aunque sería muy difícil, pero sin duda no se tienen entre los ciudadanos. La desaprobación de Petro es el doble que su aprobación y la constituyente misma tiene muy poco apoyo, incluso entre los petristas. Apenas tres de cada cinco petristas están de acuerdo. Para convocar una constituyente se requiere que la tercera parte del censo electoral, 13.430.689 ciudadanos, vote a favor. Se necesitaría que sufragaran a favor de convocarla 2.138.703 ciudadanos más que los 11.291.986 votaron por Petro en la segunda vuelta del 2022. Un 19% adicional. Altamente improbable.
Dicen algunos que, a pesar de las declaraciones de su nuevo Ministro, Petro no va a actuar de acuerdo con lo que la Constitución dice. Vuelvo a insistir en que si se sale del marco constitucional estaría dando un autogolpe que, no lo dudo, estaría destinado a fracasar. Su suerte sería la de Castillo en Perú.
Si la constituyente no es posible en este gobierno, ¿por qué insiste Petro en ella? Uno, porque la variante del «poder constituyente» le sirve a Petro y a la izquierda para desde ya hacer campaña para el 2026 y para hacerlo con los recursos del Estado. Un abuso y posiblemente un peculado, pero está sucediendo. Dos, porque distrae a los partidos de oposición, a los opinadores y a la opinión pública. Hablamos de la constituyente en lugar de denunciar la corrupción, discutir sobre los escándalos que se suceden sin pausa, resaltar el colapso de la economía y el fracaso sangriento de la «paz total», exigir que el CNE ratifique la violación de los topes, que la Fiscalía avance en los casos contra los parientes de Petro y su círculo íntimo y que la Comisión de Acusaciones de curso al juicio por indignidad. Tres, porque la constituyente le sirve a Petro para excusar el desastre general de su gobierno. La culpa deja de ser de él y sus funcionarios, venales, sectarios, inexpertos e ignorantes, y empieza a serlo de las instituciones y a las normas jurídicas que, en su discurso, impiden el cambio prometido.
Pero no es verdad. Nada de culpa tiene la Constitución de 1991. De hecho, esa constitución sí es el acuerdo nacional del que hablan. No solo por su origen sino también por su contenido, con una carta de derechos y de mecanismos de protección como casi ninguna en el mundo. Pocas cosas habría que cambiarle y ninguna es urgente ni es responsable del ruinoso e incompetente gobierno de Petro. Además, lo ha dicho bien el presidente de la Constitucional, es inaceptable y dañino ver la carta como una «masa deforme, gelatinosa y banal cambiable a placer». Lo que hay que hacer es cumplirla y desarrollarla, no usarla de excusa del fracaso del gobierno.
La constituyente, pues, no arregla nada y en cambio si trae muchos peligros. Produce inestabilidad política e institucional, genera aún más incertidumbre desestimula la inversión nacional y extranjera, que se desplomó en este gobierno, y es un riesgo para la democracia y para el desarrollo económico porque, aunque ahora digan que la constituyente sería en el próximo gobierno, nadie duda de que el propósito es el de permitir la permanencia de Petro o de los suyos en el poder, y porque su intención final es acabar la economía de mercado y establecer un modelo socialista y estatizante que solo ha traído miseria y tristeza donde se ha aplicado.
No, no necesitamos una constituyente ni una nueva constitución, necesitamos un gobierno bueno y decente. Y otro presidente, por cierto, porque este no solo no dio la talla sino que hace un daño inconmensurable.
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