¿Y el uribismo qué?

“Bajo el Nogal de las ramas extendidas yo te vendí y tú me vendiste” George Orwell


Tras la resaca electoral, posterior a 3 días luego de haberse conocido los resultados y develarse que Gustavo Petro sería el próximo presidente de Colombia, todos los partidos, personajes y líderes de opinión hacia el lado derecho del espectro político comenzaron a reorganizarse respecto de la nueva coyuntura. Esta nueva realidad política ha llevado a que surjan escenas surreales que antes no eran concebibles de ser observadas en la palestra pública de las redes sociales, como la pelea dentro de la familia Lafaurie Cabal respecto del peso de la presencia de Álvaro Uribe en los proyectos de la derecha futura, así como los rumores de vieja data de las charlas entre Lafaurie, Cabal y Santiago Abascal en España para construir un proyecto político similar a Vox en Colombia, del mismo modo que las críticas fuertes de líderes de opinión de la derecha hacia Uribe (como “El Patriota”) comienzan de nuevo a leerse en redes sociales como “una visión del futuro desde el pasado” en la que Uribe ahora se configura como otra herramienta de aquel proyecto socialista que pretende “acabar con el país” y “llevarlo a la crisis y al caos como en Venezuela”.

Lo que denota esta nueva reorganización de la derecha (que se cuestiona sus propias figuras y comienza su búsqueda por reencontrarse y ser una opción de poder de cara a las elecciones de 2023 y a las presidenciales de 2026) es que, antes que existir un mensaje de unión tras la catástrofe política y electoral que acaban de vivir, existe un ambiente de ruptura y crítica mordaz que puede extenderse conforme las decisiones del presidente electo les obliguen a adaptarse a las nuevas circunstancias, muy diferentes a la cómoda oposición que ejercieron durante el período 2014-2018 y totalmente novedosas frente a la nueva realidad política nacional que nace el próximo 7 de agosto. Y todo bajo la cabizbaja figura de Álvaro Uribe que, antes que tener una última oportunidad de unión como figura central de esta nueva derecha que surgió en 2002, acepta cada vez más el retiro forzoso que la coyuntura le está imponiendo.

¿Hacia dónde va la derecha diezmada, la gran perdedora de este proceso electoral?

  1. ¿El fin del Uribismo en Colombia? El ocaso del gran patriarca.

Con una sobriedad inusitada, Álvaro Uribe Vélez aceptó el triunfo de Gustavo Petro y reconoció los resultados de la segunda vuelta presidencial. Tras luego de una gesta de 20 años y de haber sido el personaje más influyente en la historia reciente del país, Uribe abandona el barco de la política observando desde las gradas el triunfo de uno de sus acérrimos opositores, aquel a quien atajó en 2018 y a quien logró, por medio de los vigentes (en ese tiempo) personajes que seguía conservando en las instituciones del Estado, poner en jaque en 2013. Acorralado por el proceso judicial en su contra y sin su presencia, la derecha alternativa que logró estructurar y lanzar como opción de poder apenas hace 8 años se desinfló hasta un punto en el que su dispersión habla muy bien de su estado actual: rota, en medio de disputas y pugnas internas personales entre quienes quieren retomar las banderas que impulsaron al Uribismo y le dieron la suficiente fuerza para derrotar a Santos dos veces, en 2016, con el plebiscito, y en 2018 con el ascenso de Duque.

La coherencia que existía dentro del discurso del Centro Democrático se ha venido desmoronando desde el paro nacional del 21 de noviembre de 2019, cuando comenzaron a surgir los primeros disensos entre los sectores más conservadores y reaccionarios del partido respecto a las formas como el gobierno nacional estaba confrontando el estallido social. Esa división comenzó a profundizarse luego de que la Corte Suprema ordenara la detención de Uribe en Septiembre de 2020, situación que se vio acompañada por otro estallido el 9 de Septiembre, cuando ocurrió la muerte de Javier Ordóñez en manos de efectivos policiales (en la que se canalizaron muchas de las frustraciones económicas de la gente a causa de las medidas de la emergencia social para paliar la pandemia) y que alcanzó su punto máximo con el paro nacional del 28 de Abril de 2021, cuando aquella división volvió a hacerse manifiesta en el momento en el que Duque retiró la reforma tributaria y sucedió la crisis de gobernabilidad que, por poco, lo desplaza de la presidencia.

Lo que estas tres situaciones coyunturales tienen en común es que en todas se criticó que el gobierno de Iván Duque fuera “bastante laxo” respecto a las formas como se estaban confrontando las protestas, la mera idea de negociación con los sectores alternativos que estaban involucrados en ella y la falta de “mano dura” para imponer el orden. Y aunque Duque en realidad se mantuvo bastante reactivo frente al reconocimiento de los manifestantes y de sus demandas, para sus críticos dentro del mismo partido de gobierno no estaba haciendo lo suficiente para confrontar la “amenaza” de la izquierda, “amenaza” que hoy se materializa de manera electoral.

Sin embargo, también Iván Duque tuvo respaldos inesperados, especialmente de sectores políticos afines al gobierno que no necesariamente estaban dentro del Centro Democrático, pero que se convirtieron en la base desde donde Duque intentó mantener su gobernabilidad. El Partido Conservador y los partidos cristianos se volvieron aliados importantes frente a la fuerza que dentro del Centro Democrático tomaban las posturas críticas a su gestión, y aunque logró mantener sus apoyos suficientes dentro de la bancada del mismo partido para seguir impulsando proyectos legislativos importantes y evitar la destitución de varios de sus ministros, era claro que gobernaba lejos de la aprobación de su propio movimiento y de su mentor.

Uribe, quien ya no tenía fuerzas para asumir un conflicto de varios frentes, decidió apartarse poco a poco de él, sabiendo que, de nuevo, su cálculo para poner a un posible sucesor natural de su herencia política había salido mal. La inexperiencia de su aprendiz y la incapacidad para negociar con los sectores más fuertes de su propio movimiento le pasaron factura y pronto Uribe comprendió que la lucha por mantener su ideal de alguna manera u otra en el espíritu institucional del Estado colombiano se estaban convirtiendo en un sueño imposible más que en la realidad certera con la que construyó las bases para derrotar a Santos en 2014. El cálculo de las posibilidades de reformar y cambiar los aspectos más progresivos de la Constitución de 1991 (que le llevaron en la campaña electoral de 2018 a enarbolar las banderas de una potencial asamblea nacional constituyente que jamás caló en la opinión pública nacional) y frenar las reformas que se abrieron tras la firma del Acuerdo de Paz para promover su visión última de lo que debe ser el Estado de Opinión y “El Triángulo de la Confianza” (como materialización máxima de su filosofía política, esa con la que leyó al país desde 2002) terminaron diluyéndose conforme Duque se aferraba a la idea de mantenerse en el orden actual de las cosas y dinamitar los Acuerdos de Paz por vía institucional, sin cambiar de ninguna forma la constitución.

Ha pasado su tiempo ya. Esta campaña electoral ha estado marcada por su ausencia, que fue forzada en tanto su apoyo, que seguía teniendo un fuerte peso en la dinámica política colombiana, a hoy ha perdido bastante valor. El desmarque que tuvieron respecto de él Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández demostró que, antes que capitalizar y movilizar a las bases uribistas, el apoyo de Uribe implicaba una cruz y un estigma, más en un momento coyuntural del país donde su presencia es vista con desconfianza, donde el proceso judicial en su contra le ha bajado de un pedestal y le ha quitado el halo de idealismo con el que se seguía observando hace unos años.

Y aunque es arriesgado señalar la muerte del Uribismo como ideología y pensamiento político, sí es claro indicar que el triunfo electoral de Petro sí agota al Uribismo de primera generación que no logró articularse en una realidad política posterior al relato de terrorismo y lucha por la seguridad que les legitimó hace 20 años, pero que a hoy se ha vuelto un tema secundario respecto a las grandes urgencias sociales y económicas que tiene el país, varias de ellas generadas por su propio gobierno en los últimos 4 años, otras pasadas pero agravadas durante la gestión del mismo.

  1. Las nuevas y las viejas derechas: un novedoso campo en disputa.

Desde mediados del siglo XIX se había asumido que el pensamiento de la derecha colombiana era un monolito representado por el discurso del Partido Conservador. Las pocas disidencias que existieron por fuera de él y que se enunciaron desde premisas de derecha hacían creer en la existencia de una capacidad pragmática dentro del mismo para contener y aglutinar diferentes expresiones políticas sin que eso llevara a la fragmentación política. Exceptuando el caso de Álvaro Gómez Hurtado, el Partido Conservador mantuvo esta coherencia ideológica hasta el fracaso del proceso del Caguán y el descrédito de Andrés Pastrana que llevó a la derecha, en un nuevo escenario político en el que el bipartidismo se fragmentaba, a buscar una nueva representación política mucho más coherente con su discurso anticomunista y antisubversivo. Lo encontraron en Álvaro Uribe Vélez, quien aglutinó dentro de su movimiento Primero Colombia un nuevo proyecto político desde la derecha que aglutinaba el liberalismo conservador que había surgido en los años 90 y que privilegiaba una lectura liberal de la economía y una lectura conservadora y gradualista en asuntos sociales. Sin embargo, esta nueva derecha no se materializó sino hasta 2006 cuando surgió el Partido de la U y existió la posibilidad de construir un ideario político y programático a la postre de una intensa ofensiva tanto mediática como militar contra las guerrillas y contra lo que ellos consideraban sus “brazos políticos” reflejados en ese momento en el Polo Democrático.

Tras la llegada de Juan Manuel Santos y su inesperado viraje hacia un discurso de Tercera Vía, además de iniciar un proceso de paz con la guerrilla de las FARC, este ideario de derecha comenzó a recalar en un nuevo proyecto político que Uribe dimensionó con la finalidad de oponerse a los futuros acuerdos y establecer un proyecto de país a mucho más largo plazo, estructurando aquel populismo de derechas que lo había llevado al poder en 2002 en una estructura política mucho más organizada y coherente con la realidad política del momento. Cuando surgió el Centro Democrático en 2013, junto a él emergió el Centro de Pensamiento Primero Colombia (CPPC) como un proyecto doctrinario que buscaba darle forma a las ideas políticas dispersas del uribismo y hacerlas un programa viable de gobierno que tuvieran soporte ideológico y técnico a futuro con o sin la presencia de Álvaro Uribe, a quien se consideraba la fuente primigenia y original de estos planteamientos. Y aunque la existencia del CPPC y la presencia del expresidente (que en ese momento se convirtió en senador) mantuvieron la firmeza ideológica y la jerarquía vertical que impidieron los disensos, estaba claro que habían comenzado a surgir diferencias en temas clave que hoy se manifiestan en la ruptura al interior de esa colectividad.

La aglutinación de las diferentes expresiones del pensamiento de derechas cohesionadas en la presencia de Uribe en el Congreso y en la construcción de una doctrina en torno a su discurso comenzaron a ser problemáticas desde 2017, cuando las diversas fuerzas que confluyeron en torno a la elección de la candidatura presidencial de 2018 comenzaron a denotar diferencias en la manera como se eligió a Iván Duque y las tensiones entre el sector “tecnócrata” (de tendencia hacia una derecha más institucionalista y “moderada”) y el sector “radical” (de tendencia hacia discursos de derecha fuerte y extrema derecha, que se caracterizan por incluir a libertarianos, uribistas “purasangre” y representantes de movimientos laureanistas, iliberales o alt-right). Estas tendencias se marcarían más en 2019 y en 2021, cuando el sector “radical” cuestionó al sector “tecnócrata” aliado de Duque de los fracasos en las reformas tributarias y en construir consensos respecto al proyecto político del Centro Democrático, acusando los más “críticos” de que Duque estaba traicionando, como Santos en 2012, las premisas que sustentan el programa uribista de su partido.

Finalmente, las elecciones que acaban de pasar abrieron la caja de Pandora para un movimiento que se contrajo bastante en muchas regiones que se habían convertido en sus fuertes bastiones políticos. La supervivencia del Centro Democrático en las elecciones legislativas puede explicarse por la construcción de maquinarias políticas (o el traslado de éstas desde algunos partidos) que lograron sostener una votación considerable por su proyecto político en algunas regiones, siendo claro que perdieron una buena parte del voto de opinión frente a otros proyectos de derecha (como el proyecto anti-establecimiento de Rodolfo Hernández) y frente al mismo avance de opciones más moderadas como la Coalición Centro-Esperanza e incluso frente a la propuesta de cambio del Pacto Histórico, especialmente en las grandes ciudades, donde las necesidades económicas y los problemas sociales se impusieron frente al discurso de la seguridad y mediaban el voto de opinión.

Lo que denota la coyuntura política son varias cosas:

a. Que no existe un proyecto real de derecha en el que se sustente a futuro un proyecto político común. Toda la narración que se ha realizado en esta columna tiene como objetivo demostrar que los intentos de Álvaro Uribe y su líder programático, José Obdulio Gaviria, por construir un programa de derechas que vaya más allá de la presencia en la política nacional de aquella figura no han triunfado. Por el contrario, la fragilidad del Centro Democrático como partido se ha agudizado conforme el líder natural ha ido apartándose de la vida pública y se ha reservado en opiniones trascendentales en estos momentos para el país. Por lo tanto, hay que partir de la idea de que ese proyecto político no está consolidado y no existe.

b. ¿Cuál es el legado real de Álvaro Uribe dentro de su propio movimiento? El cuestionamiento de Juan José Lafaurie respecto a la necesidad de construir un proyecto político de derecha por fuera de la presencia de Álvaro Uribe no es un descache ni una pequeña disputa familiar resultado de la frustración. Es un cuestionamiento válido y que ha crecido desde que en 2016 un sector del uribismo se opuso a la mera idea de negociar y dialogar con Juan Manuel Santos posterior al triunfo del NO en el Plebiscito. De hecho, el cuestionamiento respecto a la herencia y el legado que deja Uribe se convertirá de ahora en adelante en uno de los elementos que reconfigure a la derecha tanto como pretensión de proyecto como frente a la relación que tendrá con otros sectores políticos en los próximos 4 años. Lo es porque la aceptación de ese legado puede impulsar, reconfigurar o agotar procesos políticos y darles fuerza respecto al surgimiento de esta derecha como movimiento de oposición. Para algunos dentro del Centro Democrático, el partido debe depurarse y debe consolidarse alrededor de la recuperación del discurso radical de Uribe en 2002 conjugado con las nuevas premisas de las derechas europeas y norteamericanas, que buscarán crear otro nuevo relato de un “enemigo común” esta vez representado en las fuerzas progresistas y multiculturales que han llegado al poder en Estados Unidos y en diferentes partes de Latinoamérica. Para otros, el Centro Democrático como proyecto ya se agotó y una nueva propuesta política debe surgir. La idea de que un partido similar a “Vox” pueda emerger con figuras controvertidas del uribismo radical (como Cabal, Lafaurie y Nieto) toma más fuerza desde que El Espectador soltó aquel rumor en marzo de 2020 y en octubre de 2021, cuando varios representantes del Centro Democrático se adscribieron a la Carta de Madrid.

c. Ahora la disputa es sobre quién se reclama heredero del programa político de Álvaro Uribe. Mientras la discusión sobre el legado de Uribe tomará bastante tiempo (el suficiente hasta que los nuevos proyectos de derecha comiencen a materializarse y sean susceptibles de análisis más certeros), en el corto plazo la disputa dentro del Centro Democrático radicará en quiénes surgirán como los nuevos liderazgos del partido y qué papel tendrán en la reconfiguración de la derecha de cara a 2023 y 2026. Tras el fallecimiento de Carlos Holmes Trujillo y las sanciones éticas que Edward Rodríguez ha recibido al interior del mismo partido, además del aislamiento de Uribe y el fracaso rotundo del gobierno de Iván Duque, surgen varias figuras que podrían tomar la dirección del partido o, al menos, volverse las figuras visibles y los liderazgos internos tanto en el ejercicio legislativo como en el escenario de la opinión pública. Quién tiene más aceptación ahora como liderazgo dentro del Centro Democrático es María Fernanda Cabal, que tiene el apoyo de un cuarto de su partido y se ha vuelto la representación de las voces más críticas y radicales dentro del uribismo. Su discurso anticomunista y conservador, su carácter agreste y directo y haber tenido la segunda votación en las consultas internas de noviembre de 2021 le han vuelto una figura atractiva con capacidad de unir a los sectores más extremos del partido. Sin embargo, su misma capacidad confrontativa y su poca flexibilidad discursiva generan desconfianza en los sectores moderados. Por otro lado, Paloma Valencia también ha emergido como un nuevo liderazgo dentro del movimiento, capaz de unificar tanto las posturas extremas como los sectores moderados, pues sabe moverse y negociar entre ellos y su buena fama de polemista y periodista le permiten mostrarse como una figura “de centro” en medio de la disputa ideológica que ahora mismo existe. No obstante, su liderazgo ha dependido mucho de la presencia de Uribe, lo que puede pasarle factura frente a otras figuras emergentes o consolidadas dentro de su partido. Del mismo modo, Rafael Nieto se sigue manteniendo como el líder del sector libertariano del partido, cuyo discurso minarquista no tiene mucha relevancia en la construcción ideológica del uribismo, pero que es importante para que este movimiento que ha tomado relevancia en el mundo posterior al gobierno Trump y puede convertirse en una fuerza importante en el continente bajo los liderazgos de personajes como Javier Milei. Alirio Barrera puede representar al uribismo regional cuya experiencia política ha sido distinta a la del uribismo urbano y personajes como Ernesto Macías o Edward Rodríguez pueden convertirse en los abanderados de la herencia de Iván Duque y defensores del discurso “institucionalista” del uribismo, que posterior al gobierno Duque ha sido derrotado dentro del mismo partido.

Claramente esta lectura debe observarse a la luz de la dirección ideológica del Centro Democrático, que sigue bajo el mando de José Obdulio Gaviria, y del reacomodamiento de nuevos personajes que ingresan al parlamento nacional, como Miguel Uribe (quien acaba de anotarse una victoria jurídica al demandar el POT de Claudia López, lo que le puede dar fuerza a futuro dentro del movimiento) y Alirio Barrera.

3. La gran paradoja.

Parte de la capacidad de recuperación que tenga la derecha de aquí a 4 años depende muchísimo de como se resuelvan las situaciones coyunturales en el gobierno de Petro. Aunque esta nueva derecha puede capitalizar algunos de los errores que el Frente Amplio (como se denomina ahora el Pacto Histórico junto a los partidos que se le están sumando en el gobierno) pueda llegar a cometer a futuro y de la desilusión que potencialmente habrá en la implementación de algunas de las políticas de gobierno de Petro, es claro que su reconstrucción tomará muchísimo tiempo y también dependerá del surgimiento de otras figuras de derecha por fuera del uribismo, como en el Partido Conservador (que también está radicalizando su discurso, posterior a que Andrés Pastrana suscribiera la Carta de Madrid, aunque han salido a declarar su potencial postura independiente en el gobierno Petro) y en los movimientos cristianos que, aunque no tiene mucha fuerza en este momento, pueden enarbolar el discurso conservador a partir de la búsqueda de un Referendo por la Vida u oponerse de manera férrea a la implementación de políticas de equidad para poblaciones LGBTI y a partir de allí capitalizar una nueva fuerza social en sectores que antes estaban vedados debido a su fuerte militancia uribista.

También hay que tener claro que este nuevo proyecto de derecha debe disputarse con otro discurso de cambio que también es de derechas pero que se considera antiuribista, como un sector amplio de los votantes por Rodolfo que se enunciaron así posterior a los resultados de la primera vuelta presidencial. Esto es importante en tanto la derrota del Centro Democrático en los tres procesos electorales de este año demuestran que el proyecto político de una nueva derecha ya no está solamente en el campo del uribismo, sino que el uribismo entra a disputárselo con otras fuerzas y sectores, algunos que fueron antiguos aliados durante los últimos 20 años, otros que han emergido claramente como oposición a este proyecto político, y otros más que desde su pasado histórico intentan recuperarlo, como es el caso del Partido Conservador.

La gran paradoja que se abre en este momento para la familia Lafaurie (y, con ello, para todo el movimiento uribista) radica en construirse como un proyecto político anulando al gran patriarca y buscando representar sus ideales en otro liderazgo fuerte, que lo ponga en diálogo con las discusiones de la derecha mundial y latinoamericana, o disputar abiertamente el legado de Uribe con otros proyectos que, ahora que el gran patriarca no está, son libres para tomar los restos de su proyecto y construir uno nuevo, quizás con otro nombre y con otras potencialidades distintas.

Así como a Laureano Gómez en el ocaso de su vida, Uribe, desde el Ubérrimo, le corresponderá ser testigo ocular de cómo su proyecto político original termina siendo retocado, destruido o transformado por aquellos herederos en los que ya no tiene mucho poder más allá de lo que le permite su prestigio. Así como el escenario en el que Jesús observa cómo sus ejecutores romanos se echan a suerte sus despojos, Uribe, quien fuera “el gran colombiano”, deberá mirar como sus “hijos” echan a su suerte los suyos.

Es seguro que, mientras observa como se pone el sol en Córdoba, repita las mismas palabras del célebre Orwell mientras observa con impotencia como no puede reprender a Juan José, a esa nueva generación que no le concibe como líder natural del nuevo proceso histórico que está emergiendo en el país: “Bajo el Nogal de las ramas extendidas yo te vendí y tú me vendiste”.

Alejandro Chala Padilla

Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Analista político y escritor. Creador de contenido y podcasts en @CoyuntContextos. Candidato a Concejo Municipal de Juventudes en el municipio de Madrid (Cundinamarca).

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