Y como por arte de magia, dejamos de ser una dictadura

Con una vertiginosa jornada electoral para Senado y Cámara de Representantes llevada a cabo este domingo, el Pacto Histórico culminó con una victoria importante en ambas corporaciones. Predeciblemente, sus lacayos –sin media gota de sangre en la cara– cesaron de acusar que “Colombia es una dictadura” porque ahora si –que ganaron– “se vivió un proceso democrático transparente”.

Son muchas las conclusiones y reflexiones que nos dejan estas elecciones. Algunas apuntan a la crítica como la previsible derrota del partido oficialista, otras al asombro como la sorpresiva votación al Partido Conservador Colombiano. Pero hasta el momento, ninguna es tan grande –en su inmundicia– como la hipocresía demostrada por la mayoría de las personalidades del Pacto Histórico tras ver sus resultados.

Una guerra sin cuartel contra la democracia

El ataque empezó de manera coordinada desde las redes sociales semanas antes del día cero, con la agresividad que caracteriza al fanatismo. Unos decidieron anunciar que entramados de talla internacional iban a trucar las votaciones, mientras otros predecían una derrota gracias a la infiltración de votos basados en una foto de unas cajas con el logo de la Registraduría Nacional del Estado Civil en una tienda Olímpica.

No escatimaron en munición y los ataques incluso vinieron, por más irónico que suene, de senadores actualmente nombrados y que gozan del pleno ejercicio de sus derechos democráticos como ciudadanos elegidos:

Pero no había que dejar vivo al enemigo, ese imaginario y quijotesco gigante que amenazaba su “arrasadora victoria”:

El objetivo era claro. Si al final su profecía de perder se cumplía, habría que incendiar el país para deslegitimar las votaciones y seguir desestabilizándolo hasta lograr el poder. Pero…

Fueron los ganadores

La anterior, era la publicación promedio de la cuenta oficinal de Twitter de Petro previo a las votaciones. A cuanta información sin verificar que anunciara fraude, se le daba like y retweet –aprovechando esos cuatro millones de seguidores–. Sin embargo, cuando ya los resultaron salieron a la luz:

La narrativa cambio y ahora sí, con la pomposidad desbordada por su triunfo, sale a exhibir sus curules cual trofeo que, entre otras, demuestra que si en algún momento existió ese “fraude” ya vemos a quien benefició.

El verdadero rostro del enemigo

Se puede pensar que es mi frustración la que ha hablado a lo largo de esta columna, pero nada está más lejos de la realidad. De hecho, que ganaran fue, guardando las justas proporciones, una buena noticia.

Piénsenlo detenidamente. Si por tergiversar una reforma tributaria el país vivió una de las más violentas protestas jamás vistas ¿Qué pasaría si esta sarta de impresentables hubiera avivado la narrativa del falso fraude electoral solamente por perder? ¿De cuántos muertos estaríamos hablando hoy? ¿Cuántos locales incendiados? ¿Cuántas vidas destruidas?

No estoy promoviendo el ceder y dejarles hacer lo que quieran solo por temor a sus métodos violentos, sino de aprovechar su descarada hipocresía para evidenciar que son lo bastante ruines y viles para tener, como plan B, el explotar una bomba social que ellos mismos armaron, exclusivamente, por la ambición de obtener un poco de poder.

No podemos permitir que en un país tan propenso a la violencia política se deslegitime la única herramienta que permite la transición del poder público de manera pacífica: la democracia.

Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Carlos Noriega

Barranquillero. Administrador de empresas con varios años de experiencia en formulación y ejecución de proyectos productivos de capital privado, público y mixto. Director ejecutivo (CEO) y miembro fundador del medio digital liberal/libertario El Bastión y de la Corporación PrimaEvo.

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