Vituperio a un adagio popular

A Luz, a Janet, a Juan Felipe, a Rosita y

a mis Amigos que descendieron.


Pocas estupideces dichas por grandes mentes pueden llamársele con ese nombre excelso de sabiduría. Dentro de aquellas, están estas palabras. Es posible que muchos filósofos o literatos por mí admirados, que aún pellizcando la médula de las verdades eternas, no logren con tales méritos de llamárseles sabios. Ni mucho menos qué decir de los pesudosabios o las palabrerías posmodernas. En esta amalgama de pensamientos se encuentra esa palabra expresión bella y jocosa de sabidurías populares.

Quizá la más alta sabiduría humana posible fue la socrática, la salomónica o la davídica. Sin que, eventualmente, en algunas otras puedan haber destellos diamantinos de tan excelso maná. Entiéndase que cuando indico humano dejo a propósito fuera a la absoluta sabiduría del Cristo.

Especialmente en la socrática o davídica encontramos que la sabiduría es una especie de maravillosa humildad. Humildad que permite acoger el Misterio, que por su misma naturaleza, se presente como irresoluble. Es indispensable dejar reservada la palabra Misterio para la sabiduría, pues el relacionamiento con este no puede mediarse a través de técnica alguna o de esas magias infantiles actuales. Es cierto por principio: absolutamente ninguna técnica o magia logrará solucionar los Misterios Insondables, por la misma naturaleza de lo Misterioso.

Quizá los científicos sigan creyendo que la técnica química, matemática o neuronal podrán resolver la pregunta por el sentido de la existencia. Aunque dudo que un roca tenga vida interior y por eso, por la misma soberbia de su posicionarse en el mundo, jamás podrá un científico ser un sabio. Por esta razón nunca compartirán el olimpo terrenal de las sabidurías de la historia.

Comparta yo o no las posiciones de algunos, debe reconocerse que jamás los científicos de rigor del actual estúpido método científico o de la indexación en revistas especializadas –con lo ya pomposo que esto suena– podrán estar a la altura de Jesús, de los Profetas, del Buddha o de Gandhi, aunque les remuerda el ego. Quizá Dawkins o Darwin sean hoy importantes, pero dudo que alguno de estos sobreviva 2.021 años que ha permanecido el Cristianismo, a los más de 4.000 años de tradición judía, a los 2.500 años de tradición budista o a los jóvenes 70 años de pensamiento de Gandhi. Son grandes porque se hallaron ante lo Irresoluble, y sin embargo, hacia allí se embarcaron, allí se atrincheraron y allí mismo moraron. Evidentemente, la sabiduría es prudencia. No es la techné: es la phronesis.

Cuando nos hemos dado cuenta que la sabiduría está mucho más cerca de los problemas éticos, y más explícitamente, de las preguntas de la religión, es que no podemos hacer más que sonreír con la expresión jocosa de sabidurías populares.

Estas no atienden en absoluto a tales cuestiones, sino simplemente, recogen en sentencias aforísiticas las pseudosabidurías de los pueblos, o lo que es lo mismo, las prácticas inveteradas de estos. Si recogemos los adagios bajo los que se sustenta una cultura, nos encontraremos inmediatamente en la médula de la ética de un pueblo y veremos que quizá, en nuestra vida cotidiana, habita un terrible Leviatán. No basta sino detenerse en monstruos de la clase de: “mejor malo conocido, que bueno por conocer” para ver la lepra que subyace al pensamiento cultural. Adagio que repetí como asno y hoy que hoy critico como pantera. ¡Cómo es posible una aberración de esta clase! Porque esto traduce, hablando seriamente, así: es mejor habituarnos a la maldad, que tener apertura a la bondad.

Todo este recorrido pretendía llegar a una expresión ya muy familiar y que fue aquella que suscitó este escrito. La expresión es más o menos la siguiente: “Uno acompaña al amigo al entierro, pero no se entierra con él”. Esta tiene un sentido natural, genuino, obvio y verdadero: uno acompaña al velorio, pero no se guarda en el ataúd. Sin embargo, la expresión se emplea más en un sentido que apunta a que ante las adversidades del amigo, se acompaña pero no se implica hasta el final: no se compromete en serio. Esto quiere decir en otro sentido lo siguiente: te acompaño en el ascenso pero no en el descenso. Por eso el amor o su reverso, la amistad, es una especie de abajamiento infinito o un compromiso hasta el fin.

Aquel adagio presupone la muerte del amigo, del que naturalmente, es imposible revivir. Pero no hay que olvidar que el sentido usual en que es utilizado esta corriente expresión es que no se acompaña hasta el final, aunque quizá, mi esfuerzo vital y sobrehumano pudiera salvar su vida y su interior moribundo. Este coloquialismo da por muerto a quien sólo necesita de alguien que entre hasta su hueco, lo levante, lo ayude y lo haga resucitar. Tampoco dudemos que esto tiene su sentido religioso, pero tampoco se descuide su sentido existencial y humano.

Si se pudiera modular un mito platónico, no estaría allí sólo la forma en que se vivencia o experimenta la Verdad, sino, con algunos complementos, la verdadera forma de lo ético y lo religioso: no es que el hombre pueda salir de la caverna y ascender hacia la Luz, es que el Amor te compele a bajar de la Luz por el Otro y hacerlo ascender a la Luz.

Simón Ibarra Zuluaga

Abogado. Gustoso por la filosofía –con la carrera suspendia – y la literatura. Feliz católico. Afiliado a la fenomenología husserliana y devoto de la literatura chestertoriana. Me gusta el cine, especialmente el de Nolan. Practico fútbol desde que tengo uso de memoria. Hincha fiel del Real Madrid, River Plate y la Vecchia Signora. Me gusta, para ser breve, la vida.

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