Vendo mi voto: ¿quién da más?

Hace 57 años Anthony Downs enseñó que el proceso electoral en democracia podía ser entendido como un mercado en el que se cambian promesas por votos.[1] En ese mercado, políticos y votantes actúan racionalmente – es decir, en función de sus propios intereses- como lo hacen en cualquier otro. Los primeros buscan llegar al gobierno por el ingreso, el poder y el prestigio que supone gobernar. Los segundos eligen entre las ofertas políticas aquella que creen les reportará un mayor beneficio, utilidad o renta.

A mediados del siglo XIX, John Stuart Mill había expresado sus dudas sobre el funcionamiento de la democracia en países pobres y con una población poco educada y carente de cultura política.[2] No es extraño que al lado del voto independiente e informado – el llamado voto de opinión – aparezca en el mercado electoral de esos países el pago contante por el voto en lugar del pago con promesas.  Colombia no es ajena a esta situación. El mercado electoral está segmentado en dos: uno donde el voto se cambia por promesas; otro donde el voto se paga en efectivo. En la última edición de la revista Semana se habla de que el voto para las elecciones legislativas del 9 de marzo alcanza un precio de $ 200.000[3].

 

A pesar del tiempo transcurrido del tiempo desde la publicación de la obra de Downs, son muchas las almas candorosas que aún persisten en fustigar a los políticos por comportarse como lo hacen para maximizar su caudal electoral y en predicarles a los ciudadanos las bondades de informarse y de buscar al votar el bienestar colectivo. Sin duda está bien que los que compran votos sean fustigados y que se predique la virtud ciudadana. Pero además de eso convendría revisar el régimen electoral en aquellos componentes que incentivan y facilitan la compra del voto.

 

Burlándose de mi ingenuidad, hace algunos años experto político me explicó cómo es qué funciona la cosa. He aquí el diálogo que tuvimos en esa oportunidad:

 

·         Hombre Ataulfo – le dije – si el voto es secreto y el votante marca el tarjetón y lo deposita en la urna sin que usted pueda ver, ¿cómo puede estar seguro de que el votante al le ha pagado no le ponga conejo y vote otro candidato?

 

·         No sea bobito, doctor Vélez, usted, dizque se interesa por la política, debería saber esas cosas. No se compra votico por votico – me explicó – se compran paquetes de votos a los líderes que los manejan. Decir que un líder tiene o maneja votos significa que tiene una o varias listas de ciudadanos inscritos en una o varias mesas. El político llega a un acuerdo con el líder de pagar cierta suma por determinado número de votos. Cuando se realiza el conteo tiene que aparecer en cada mesa la cantidad de votos que fue contratada y si es así, se efectúa el pago.

 

·         Pero en cada mesa están inscritos 400 votantes. En unas elecciones presidenciales o de alcaldía es difícil verificar que los votos que salieron por el candidato que usted apoya fueron puestos por la clientela del líder con el que se hizo el acuerdo – argumenté.

 

·         Lo que le explico tiene que ver con las elecciones legislativas, no con las elecciones para presidente, gobernadores o alcaldes. En estas últimas controlar el voto es más difícil.

 

·         De todas formas en las legislativas se vota por una lista. ¿Cómo puede usted saber que los votos de esa lista son los que usted contrató?

 

·         Para eso está el voto preferente. Como usted sabe para las elecciones legislativas puede haber listas cerradas y listas con voto preferente. En esta última el votante puede votar por la lista y escoge dentro de ella el candidato que prefiere. Para ello debe marcar el logo del partido y el número de su candidato. El total de votos que obtiene una lista determina el número de curules ganadas y dichas curules se asignan a los candidatos de la lista que han obtenido el mayor número de votos preferentes. Así las cosas, el control sobre los votos comprados en cada mesa se hace con los votos preferentes en ella obtenidos. ¿Entendió?, concluyó socarronamente.

 

·         Una última cosa. Con cuanta anticipación se realizan los contratos de votación. Imagino que los políticos deben tratar de comprometer los votos de los líderes tan pronto como les sea posible, antes de que se les anticipen sus rivales.

 

·         Algo así. Existen, para emplear la terminología de ustedes los economistas, contratos de largo plazo que se mantienen a lo largo de los años y que se cumplen en cada elección. Estos contratos conforman lo que puede llamarse las empresas políticas. Existen también contratos para una elección que suponen el acompañamiento de los líderes a lo largo de la campaña y que se materializan el día de la votación. Finalmente, hay contratos que se concluyen y se ejecutan el día mismo de la elección, una especie de mercado spot del voto, como diría usted, doctor Vélez.

 

·         ¿Cómo así? Explíqueme eso.

 

·         En coyunturas políticas particularmente intensas algunos líderes prefieren no comprometerse anticipadamente y reservar sus votos para venderlos el día de la elección. En muchas localidades existen puestos y mesas de votación conocidos por todos los operadores políticos en los que están registrados los votantes controlados por esos líderes. Hacia el fin de la jornada electoral, los políticos que creen que los votos contratados y los votos de opinión que estiman obtener no les van a alcanzar, acuden presurosos a esos sitios para hacer el ajuste. Ese es el mercado spot del voto. Por esa razón en muchas mesas la mayoría de los votos se depositan en las dos últimas horas de la jornada electoral. No es porque a la gente le dé pereza de ir a votar temprano.

 

 

Hasta aquí el diálogo. El voto preferente incentiva y facilita el mercado contante del voto. Sin duda puede haber otros mecanismos mucho más burdos; pero aquel hace parte del régimen electoral, vale decir, que es institucional y por tanto susceptible de modificación.

 

El problema del precio del voto es un tanto más complejo. Sin duda alguna el voto independiente o de opinión crece con el ingreso de la gente y la mayor disponibilidad de información. El aumento del segmento de votantes que cambian sus votos por promesas, disminuye la oferta en el mercado del voto contante haciendo que el precio se eleve. Adicionalmente, la adopción del método de la cifra repartidora, en lugar del método de cocientes y residuos, para la asignación del número de curules ganadas por cada lista ha elevado el precio de las curules en términos de votos. Es bueno detenerse en este punto.

 

En otros escritos he explicado el funcionamiento del sistema de cifra repartidora en oposición al de cocientes y residuos. Basta aquí con decir que bajo este último sistema las curules pueden tener diferentes precios en términos de votos, con cifra repartidora el precio es único y sustancialmente más elevado pues en la práctica es equivalente al cociente electoral. En las elecciones de 2002, las últimas en las que se empleó el sistema de cocientes y residuos, algunos candidatos pudieron hacerse elegir para el senado con algo más de 40.000 voticos. En las de 2006, con cifra repartidora, el costo de la curul estuvo cercano a los 80.000 votos; en las de 2010, se bordeó los 100.000. Esto hace, naturalmente, que el precio del voto se eleve sustancialmente.
Vendovoto

Al parecer muchos líderes no entienden lo de la cifra repartidora y continúan pensando en términos del sistema de cocientes y residuos. Hace pocos días hablé con uno de ellos, que controla 1.000 voticos en los barrios de Medellín. Me contó los tenía ya contratados con un candidato al senado y que estaban muy contentos porque había conseguido asociare con varios candidatos a cámara de otros departamentos y que de esa forma garantizaban los 60.000 votos necesarios para llegar al senado. Cómo que 60.000 votos, Fabriciano, se necesitan por lo menos 100.000, y procedí a explicarle el método de D ´Hont o cifra repartidora, que el hombre entendió perfectamente pues al despedirse me dijo: entonces, doctor Vélez, mis mil voticos valen mucha más plata.

Cuando se discutió el Acto Legislativo No 1 de 2003, mediante el cual se adoptó la cifra repartidora, los mayores empresarios políticos de todos los partidos se opusieron con fuerza – y a la postre exitosamente – a la adopción legal de listas cerradas y consiguieron imponer el voto preferente. Como ya se explicó, el voto preferente es un mecanismo muy adecuado para el funcionamiento del mercado contante del voto en todas sus modalidades. Dudo mucho de que esos empresarios políticos consientan en eliminar el voto preferente, lo cual supone una reforma constitucional de 8 debates. Tendría que darse una verdadera revolución en la composición del legislativo. Mientras eso ocurre, he decidido, como Fabriciano, valorizar mi voto y cambiarme de mercado electoral, pasándome para el segmento donde por el voto me dan un toma desde el segmento donde solo me ofrecen un posible tendrás. En consecuencia: vendo mi voto, ¿quién me da más?

[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2013/10/luis-velez.jpg[/author_image] [author_info]Luis Guillermo Vélez Álvarez Economista, docente de EAFIT y consultor. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]

 

 


 

[1] Downs, Anthony (1957). An Economic Theory of Democracy. New York: Harper.
[2] Mill, John Stuart (1861). Del gobierno representativo. Tecnos, Madrid, 1994.
[3] Semana. Marzo 3 de 2014. Edición No 1660. Página 36.

Notas Al Poniente

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