¿UN PAÍS DE DERECHOS?

La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe.

[Ramón de Campoamor, 1817 – 1901]

Cuántas veces me he preguntado por qué en Colombia y, de manera particular en Bogotá, es tan caótico vivir. Si va uno conduciendo un vehículo, tiene que manejar a la defensiva porque solo así se logra sobrevivir en medio del caos que son las calles de la ciudad; los conductores suelen cerrar las intersecciones con el pretexto de que deben llegar pronto al sitio a donde van, sin importarles que quien va por la calzada que cruza, también puede tener la misma necesidad; las calles se han vuelto un parqueadero interminable, en donde es casi imposible circular porque los dos costados de las vías están invadidos por carros parqueados, mientras su dueño “hace diligencias”. Esta situación se ha vuelto más crítica en los barrios residenciales en donde no se encuentra un espacio disponible para ingresar o salir de las casas porque personas que no son vecinas del barrio sino visitantes o feligreses de cultos religiosos, inundan de carros los dos costados de las calles, haciendo la vida de los habitantes prácticamente invivible y, si usted reclama, la respuesta es que “tengo derecho a parquear, porque es espacio público”.

Pero si en la ciudad llueve, en la UD no escampa, es curioso que cuando se menciona el tema de la invasión del espacio comunal por parte de terceros, algunos no miembros de la comunidad, se argumenta que se está atentando contra el derecho al trabajo; cuando se intenta establecer algún control, para regular el acceso a los predios de la UD restringiéndolo a sus naturales usuarios como son estudiantes, docentes, administrativos, egresados, padres de familia, etc. Se alega que se está atentando contra el derecho a la libre circulación de un espacio que por ser de una universidad pública, es de carácter público; o bien, cuando se trata de proteger a los estudiantes víctimas de los negociantes del microtráfico o de evitar que se practique el sexo libre dentro de la UD, se alegue que hacerlo atenta contra el libre desarrollo de la personalidad.

Todo ese derroche de derechos, contrasta con la actitud frente  a la acción de vándalos que destruyen lo que con gran esfuerzo económico se construye; basta hacer un recorrido por las diferentes sedes para observar qué de lo que está en mal estado es resultado del desgreño administrativo y qué del accionar de miembros de la comunidad que actúan como si fueran enemigos de la UD., nadie responde por el mantenimiento y conservación de los espacios recuperados a costos muy altos, como es el caso de la Macarena.

Es tan contradictoria la situación que, paradójicamente se defiende, con todos los argumentos, el derecho que se tiene a elegir y  a ser elegido; pero cuando llega el momento de cumplir con el deber de votar, solo lo hace una minoría que se arroga el derecho de representar a la inmensa mayoría que se abstiene y, como resultado se da una muy débil gobernabilidad, que hace que el ejercicio del gobierno universitario sea precario y que los que deben gobernar, resulten sutilmente gobernados.