Después de mucho tiempo, vuelvo a escribir para la prensa de Antioquia, pasando la frenética Feria Internacional del Libro de Bogotá feliz por el triunfo de Agustín Laje contra la cultura de la cancelación, pero triste -además de no poder entrevistar a Daniel Habif-, porque se me cae una teoría que discutía como verdad de a puño: lo inservibles que han mostrado ser los denominados “think tank” en el éxito electoral y la calidad de la comunicación política en la centro derecha colombiana, y que era mejor invertir los recursos económicos importantes de dichas instituciones en los jóvenes talentos de las redes sociales: los “influencers”. Craso error.
«Para eludir la tentación de imputar a la estética moderna la nauseabunda mediocridad del arte actual, recordemos la mediocridad semejante de la plebe artística en cualquier estilo. La mediocridad no tiene patria, ni siglo»
Nicolás Gómez Dávila, filósofo y políglota colombiano. Cofundador de la Universidad de los Andes (1913-1994)
Durante el desarrollo de los cubrimientos de la FILBO 2023, vimos que uno de los eventos centrales que fueron atendidos en el auditorio central de Corferias, que para efectos de la temáticas literaria se bautiza temporalmente como José Asunción Silva -el único personaje ilustre conservador que quedó en la nueva familia de billetes colombianos que desde 2016 circulan por orden del santismo en el país- fue el de las influenciadoras bogotanas denominadas Calle y Poché, una pareja femenina del mismo sexo en este momento manda la parada en el YouTube de consumo juvenil e infantil de nuestro amado país polarizado y con inflación del Sagrado Corazón.
Conversando sobre ese particular el 1 de mayo, mismo día que se presenta Daniel Habif, a quien después seguiría la conferencia en el escenario anteriormente citado, hablaba con Jhonatan Rojas Ahumada, director de la revista digital Impacta Magazine sobre las influenciadoras citadas, de un incidente que tuvo frente a unas seguidoras de las mismas y las reflexiones sobre los nefastos mensajes y pautas de comportamientos vacías que este tipo de personas exponen en redes sociales como estilos de vida óptimos y de personas de éxito, algo que a lo largo de casi una década y media diferentes hombres y mujeres ya no tan jóvenes han convertido en una profesión muy lucrativa literalmente vendiendo humo.
Cuando empezó la moda de los influencers, yo estaba en otro cuento. Nunca la consumí, nunca me interesó. Veo YouTube y escucho podcast de contenidos serios o de entretenimiento consciente. Al único influenciador juvenil que respeto es a Nico Arrieta, más por la lealtad política y aprecio que siento por su padre, el concejal de Bogotá Samuel Arrieta, un ser humano triunfador, hecho a pulso, despierto de la mentira del comunismo en la universidad pública y víctima de la calumnia y la leyenda negra permanente.
¿Por qué respaldé hasta hace seis días la idea de desfinanciar e incluso acabar los “think tank” por “influencers” entonces? Por una idea expuesta en una directa del abogado y creador de contenidos Alejandro Bermeo, a quien entrevisté hace más de un año para El Nodo en las épocas de los especiales. Argentina y Chile son los países que más de este tipo de instituciones tienen en América del Sur, y eso no sirvió de nada para la debacle socialista. Lo mismo podría decirse en la Colombia actual. Miles de millones de dólares durante años en capacitaciones, libros, eventos, becas de capacitación, reuniones, comidas y hasta fiestas…a la caneca. Mi pensamiento, en palabras de Fals Borda, era que los “thinks tank” eran estafas sociales, por no cumplir su misión institucional, y por eso debían desaparecer progresivamente al pasar la financiación a los nuevos comunicadores.
Pero, esta epifanía nocturna, provino de una conversación de hace cuatro meses con el abogado y periodista David Porras, uno de los pocos luchadores valientes que desentraña la mentira de Rodolfo Hernández. Desde su clara posición ideológica de izquierdas, curiosamente creí que iba a tener eco mi antigua posición de mandar al traste los “think tank”…pero no…ningún conservador hubiera realizado una mayor defensa de los mismos. Deselitizar el discurso, realizar control fiscal de inversión, combinar su estrategia de comunicaciones con los nuevos lenguajes de redes, fomentando incluso los medios alternativos de producción propia (en Colombia no existe la radio digital política de centro derecha), mayor seriedad en elaboración de documentos, libros e informes…
Ante este panorama hay que entender algo: el nuevo lenguaje social de las redes sociales -y en un tiempo del Metaverso y la Inteligencia Artificial- como podrá caber dentro de la estructura mental e institucional de los “think tanks”, además de involucrar o inclusive formar a influencers o creadores de contenidos propios para formación política y económica. Y ese reto no puede esperar mucho tiempo. Se calcula que Colombia puede tener más de veinticinco de estos centros, pero los que se mantengan anquilosados fuera del radar, simplemente pasaran ni siquiera a la historia, sino al anonimato y al olvido…y con ellos, nuestra democracia…
Procesos formativos como el del ICP-Hernán Echeverría Olózaga en todo el país son una respuesta frente a los retos muy interesantes. La Escuela de Liderazgos Emergentes
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