Sobre el lenguaje (III): La relación palabra-mundo

Alejandro Villamor Iglesias

El problema filosófico en torno a los nombres propios gravita en la posibilidad que tienen estos de referir o denotar cosas ajenas a ellos. Es decir, ¿cómo una palabra como ‘Julio César’ puede evocar algo tan aparentemente distinto de ella misma como un hombre que ha muerto hace unos dos mil años? Para abordar esta cuestión, existieron dos grandes concepciones. La primera de ellas se debe al fundador de la lógica simbólica moderna, Gottlob Frege, y son las llamadas “teorías de la concepción o sentido” (“conception theories”). Por otra banda, destaca la propuesta de autores como Kripke o Geach, conocida como “teoría de la cadena causal o histórica” (“historical chain theory”).

El problema de los nombres propios fue abordado inicialmente por Frege a raíz del llamado problema de la identidad. Esto es, ¿qué es lo que hace que enunciados de identidad como “Clark Ken es Clark Ken” y “Clark Ken es Superman” tengan un valor cognoscitivo diferente? Particularmente, el segundo aporta información acerca del mundo. Ahora bien, desde una perspectiva exclusivamente referencialista esta diferencia no se puede manifestar, pues ambos denotan al mismo objeto. Por ello, Frege comenzó a hablar del “sentido” como el “modo de presentarse” o “modo de pensarse” (“way of thinking”) el referente. La finalidad del matemático alemán fue alcanzar un lenguaje ideal en donde cada nombre tuviera un sentido y referencia exclusivos que fueran conocidos por todos los hablantes. Sin embargo, nos encontramos con que el lenguaje natural está lleno de ambigüedades que lo desacreditan para cumplir con aquel propósito. Esta fue una concepción fuertemente criticada por autores como el recientemente fallecido Saul Kripke.

Kripke critica la introducción del sentido por Frege para explicar el valor cognoscitivo de determinados enunciados sintéticos entendiendo que las proposiciones expresadas por los nombres no involucran ninguna manera de darse el referente porque, según este, de ser el caso las proposiciones expresadas tendrían que ser metafísicamente necesarias y a priori. Esto no es el caso atendiendo al ejemplo “Aristóteles fue el discípulo de Platón”, que no es necesario, mientras que “El discípulo de Platón, el cual fue maestro de Alejandro Magno, fue discípulo de Platón”, sí lo es. Esta diferencia conduce a Kripke a su famosa distinción entre los nombres o designadores “rígidos” y “no rígidos”. Por ejemplo, el nombre propio “Aristóteles” es un designador rígido en la medida de que, para todo mundo posible, nos estamos refiriendo a la misma persona cuando utilizamos dicho término. Empero, el “discípulo de Platón que fue maestro de Alejandro Magno” no es necesariamente el mismo individuo para todo mundo posible. Este podría ser perfectamente otra persona, o incluso nadie. Asimismo, los dos enunciados de más arriba difieren entre sí epistémicamente. Mientras que el segundo es conocido a priori, independientemente de la experiencia, no así con el primero.

Una teoría del sentido alternativa a la de Frege fue propuesta por John Searle, quien asoció para cada nombre toda una gama de descripciones que varían entre sí dependiendo del hablante. Kripke sostiene que no importa qué gama de descripciones asociemos con un nombre particular, pues en cualquiera de los casos estas generan enunciados que tienen la misma forma lógica que la segunda oración, conocida a priori, indicada más arriba. Por lo que, en definitiva, no se solucionaría a través de la introducción del sentido el problema de la identidad que se comenzó a abordar.

Kripke destaca otros defectos de la teoría del sentido. El principal consiste en la posibilidad de que cierto sentido asociado comúnmente a un referente no lo exprese realmente. Por ejemplo, respecto al clásico sentido asociado con “Gödel”, “el descubridor de la incompletud de la aritmética”, no lo es tal. Es decir, supongamos que históricamente sucedió que “Gödel” fue un impostor de “Schmidt”, quien realmente demostró tal característica de la aritmética, pero murió en extrañas circunstancias. De tal modo que nadie jamás supo de su hazaña otorgando el mérito a Gödel.

La propuesta de Kripke, junto con Geach, es la llamada “teoría causal de la referencia”. Acorde a la visión de Kripke, un nombre adquiere su referencia, convirtiéndose así en un designador rígido, a través de una especie de ceremonia bautismal (de atribución social de lo denotado). Así, la relación entre este nombre con el susodicho referente se mantendrá perennemente. Esta propuesta también tiene sus dificultades, generalmente relativas a la introducción del concepto de “designador rígido” y a la noción de “ceremonia bautismal”. Así, en virtud del esquema presentado por el propio Kripke, parecen existir algunas dificultades para dar cuenta de los nombres propios que remiten a entidades ficticias. Como se señala en The Shorter Routledge Encyclopedia of Philosophy: “For instance, straightforward application of the picture could lead to the conclusion that ‘Santa Claus’ is the name of a certain central European king, which seems wrong”. De esta manera, en definitiva, la propuesta alternativa de Kripke pasa por la aceptación de su propio pertrecho teórico (designadores rígidos, ceremonia bautismal, cadena causal…), el cual resulta cuestionable, de partida, para muchos autores.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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