Oda a la podredumbre

“Las ciudades son la gran burbuja que nos “protege” de lo que está afuera. Olvidando que quedamos expuestos al animal más peligroso de todos: a nosotros mismos”


El miedo siempre ha hecho que la humanidad tome decisiones extremas, por ejemplo, cuándo el ser humano se dió cuenta que era la criatura más débil en su hábitat decidió asentarse, relegarse del entorno y protegerse. De ahí que el término construir y habitar esté ligado al cuidado. Lo curioso es que intercambiamos el espíritu “primitivo” que vivía en armonía con las demás cosas a su alrededor, por un espíritu que ha perdido la consciencia, y permitió que el miedo se volviera la base de todo lo que hoy conocemos.

Las ciudades son la gran burbuja que nos “protege” de lo que está afuera. Pero olvidamos protegernos del animal más peligroso de todos: nosotros mismos. Y esto alimentó un egotismo silencioso que se ha manifestado por siglos en actos justificados por la norma antinatural, el moralismo y la complicidad. Lo único que ha quedado de la evolución es una guerra contra el otro.

La xenofobia, el racismo, la discriminación, la destrucción del entorno, no son más que una muestra de lo que está hecha la humanidad. Así que esa búsqueda incesante de los humanos por encontrar de quién es la culpa, es como el perro que persigue su cola.

Construimos un mundo en el que no sobrevive el más fuerte, si no el de mayor capital. Y con el cinismo que nos caracteriza surge la aporofobia que sin ser muy estricto con su definición dirigimos el miedo al otro, al que no tiene. Se posó como una Urraca airosa se posó en los más alto mirando fijamente al prójimo, haciendo calificaciones por utilidad. “Este me sirve, este no me sirve”.

Cuándo llegue el momento de no ser provechosos para los dueños de lo habitable, es importante preguntarnos: ¿Dónde habitaremos? Ya el hábitat está en extinción, nos tocará habitar lo construido / lo público, los puentes, las aceras, los muros. Y ¿será posible hacerlo sin acabarnos? Vivimos actualmente un desplazamiento forzado. Porque no sabemos a dónde pertenecemos.


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Mateo Montoya Arboleda

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