Ocasos de enero

Y en las sombras
mis años luz empiezan a ser vida
y con las lágrimas
rocío de luna
se purifica el cristal de mis sonrisas
y los inquietos pasos
que son anécdota
me recuerda el éxtasis de ser ahora
una muerte incierta
que grita atenta
que no hay placer que valga
en una odisea eterna.


Buscamos tantas explicaciones pero siempre será irracional el deseo que consume ansiosamente el momento; saber dejar: pasar, continuar.

No hay quién sepa amar, si se busca atentamente, lo más parecido que podemos encontrar es una deidad que sacie el vacío que nuestro error humano no supo saldar.

Vamos dañando, somos culpables del sabotaje interno y de lo que frustramos al crecer, menguar; pusilánime aquel que queriendo, por ego deja de ser, un afecto que no tendrá lugar.

Estúpido es conocer la belleza y pretenderla ignorar, no hay peor daño que ese que un beso reprimido puede causar. Veneno en las palabras que nos tragamos, como una droga es el olvido que de la realidad puede cedar.

No importa qué tan grande seas, siempre serás pequeño para un insensato que no sabe que significa valorar. Sonreír, pues no hay paso temeroso que recorra la oscuridad y la tempestad para con honor honrar. Valentía es caminar.

La depresión es compañera con la que puedes conciliar; construir puentes desde la percepción hasta la cotidianidad, respirar con paciencia, como todo terminará.

En algún momento eres tú misma batallando a la inmensidad; la decepción será muy fuerte si a la deriva no surgen caminos al andar. Es entonces cuando entendemos que solo en la voluntad que otorgan los sueños crecen las alas para volar.

Siempre clamé por compasión, una noche más… Era esa la misma que un día la muerte me quitará. Sanarán las heridas más los recuerdos serán escritos a evocar. Agradecida del tiempo que con gallardía osé disfrutar.

Me faltarán cariños para narrar todas las historias que musas nostálgicas me pudieron entregar. Más me sobrará memoria para tallar un cuerpo a besos que mis labios sepa cuidar.

Jamás serán mis poemas una apología de romances que amedrentan, de ser así, las letras con irreverencia cortan y me revelarán que mata. Ser el hierro es fuerte metáfora para esta armadura de orgullo poder trazar, cartas a blindar.

Quise gritar tantas veces mi necesidad, que ahora me asfixian vocablos mientras erizada me evaden los celos por aquella danza en vela y una mirada que me podría conquistar.

¿Quién aprenderá a querer queriendo, quererse y querer lo demás?, Quién que en madrugada la utopía no le pueda lastimar. Quién que no conozca el tesoro al que en su corazón pueda aspirar. Quién dispuesto a quedarse para brillar en el fango, cuán flor de loto, ya que de placebo basta el capital.

Siempre es tiempo, vida, una vez más.

Mira a tu alrededor, observa diligente y comprende lo que dejas atrás y se oculta en tu interior. Mira el espejo, ya eres otro, éxito es recordar sin sufrimiento aquel Yo, aceptar con franqueza y coraje el arte que es esa subjetividad perfecta en la objetiva imperfección.

Deidad es una condensada identidad y esperanza en tiempos de negación, inspirarse en su lógica es abrazar la igualdad que otorga el perdón, y la soledad que es la magnificencia donde reposa lo existente, conciencia para una moral, disenso ético, por la evolución.

Una gota es el inicio y el final, lágrimas o fluidos, todo se derrama sin más, la concepción. Son parecidos, principio y fin, pues se anuncian a la par el espiral de entropía y expansión. La materia, es materia, más no es igual, transformación.

Con el esfuerzo de la carne se abonan los frutos para una vida en calma, cultivar perseverancia, un cariño sincero es lo mejor. Son los ojos ese portal donde el infierno y el cielo pudiesen habitar, también refugian la posibilidad, privilegio de la ilusión.

Aún quedan rezagos del instante en que aposté mis creencias, basadas en emociones complacientes, y perdí contra la evidencia abarcable desde la racionalización; y corro hacia el conocimiento como tenue luz certera para consolarme en esta destrucción, vacío como orfandad, pero también superación.

Pretender el poder sin saberse dominar. La perdición.

Me han moldeado los golpes, más me dibuja una caricia, piel tersa, lecciones consagradas en la ternura y la sensual rudeza. Me sostiene el aprecio de corazones que en el absurdo de la vasta existencia, disfrutaron compartir conmigo la experiencia terrenal sin profanar mayor apariencia.

Un manifiesto al adiós constante que nos hace sentir sed en el oasis y nos obliga a buscar cuando parece que todo es claro, se resuelve y es natural; el sinsabor de quien certezas – que son preguntas – logra encontrar.

Nada es lo que parece, cuestionarnos es reconfigurar la humanidad, más surge necesario un nuevo paradigma que al nivel de la 4RI y del mundo (ya globalizado) pueda reaccionar. La democracia es la pugna por los pueblos y su identidad.

María Mercedes Frank

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