Marx, el socialismo y los abajo firmantes

El socialismo no es más que una estafa. Una maquinaria infernal de demoler libertades e imponer tiranías. Prometiendo riquezas y provocando miserias. Más nada.

«El marxismo está más vigente que nunca»

Vladimir Padrino López, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas

Venezolanas y Ministro de Defensa de Nicolás Maduro.

Karl Marx fue uno de los intelectuales más brillantes del Siglo XIX. Reconocerlo no supone desconocer la hecatombe universal que causó con su ingenio: construir el modelo teórico-filosófico que, convertido en dogma de acción política por Lenin, daría pie al régimen más devastador y desalmado de la historia. Echando a andar la sistemática devastación de la mitad del planeta, conquistado a sangre y fuego por fanáticos seguidores que jamás lo leyeron, con la intención de arruinarlo para siempre. Tarea en la que aún se encuentran. En cuanto a la valoración teórica, su aporte tuvo trascendencia más por haber extraído las consecuencias prácticas de la economía política y haberla puesto en el centro de la historia, a partir de su definición de la lucha de clases como clave esencial de su desarrollo, que por haber aportado algo sustancioso a su desarrollo. Dando inició al destructivo movimiento sociopolítico que determinaría, en gran medida, el curso posterior de la historia, hasta el día de hoy.

Sin Marx, la historia de la humanidad hubiera sido otra. Cosa que él, naturalmente, hubiera rechazado de plano en base a su propia teoría: la historia no la hacen los individuos. La hacen las clases, meros instrumentos reactivos de las fuerzas productivas. La hacen las pulsiones económicas. Y las élites intelectuales poseídas por el demonio de la dialéctica materialista y el materialismo histórico – sus principios teóricos –  capaces de comprenderlo y llevarlo a cabo junto al proletariado bajo la conducción del partido comunista de los trabajadores. Es la esencia del Manifiesto Comunista que comienza con su mundialmente famoso lema Proletarios del mundo: ¡uníos!  Y el imperativo categórico impreso en la undécima de sus famosas tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.»

 Un pronóstico fallido y uno de los más sonados fracasos de la historia: el socialismo no fue el resultado automático e inexorable del desarrollo de las fuerzas productivas, no obedeció los deseos deletéreos de filósofos trasnochados ni triunfó en ninguna sociedad industrializada de la mano del proletariado. Sólo pudo imponerse en sociedades subdesarrolladas, esclavizadas y tiránicas, de extracción campesina, carentes de toda tradición libertaria: la Rusia de los Zares y la China imperial. Del resto, voluntarismo puro de élites desquiciadas. O brutal imposición de los ejércitos soviéticos.

Nada de lo cual hubiera sido posible, si el marxismo no se hubiera convertido en un acto de fe, enganchándose a la tradición mesiánica, utópica y milenarista del judeocristianismo. A la que, aunque judío emancipado, Marx pertenecía. Un ateo practicante, mortal enemigo de las religiones, a las que consideraba opio de los pueblos, transfigurando el utopismo judeocristiano, sintetizado en el Sermón de la Montaña, profundamente afincado en el inconsciente colectivo europeo desde la Edad Media, en acción política. El reino de los cielos sería de los pobres. El del infierno, de los ricos. Pues más que un análisis objetivo y científico de la sociedad y su desarrollo histórico real, desmentido por los hechos y causal de los horrores y espantos de su puesta en práctica, el marxismo se convirtió en una religión estatólatra con vocación universalista que satisfacía las taras de una humanidad consumida por la vanidad, el rencor, el odio y la ambición. «El éxito incomparable del marxismo» – escribe Ludwig von Mises en su obra capital, SOCIALISMO –  se debe al hecho de que promete realizar los sueños y los viejos deseos de la humanidad y saciar sus resentimientos innatos. Promete el paraíso terrenal, una Jauja llena de felicidades y de goces, y el regalo más apetitoso para los desheredados; el descenso de todos aquellos que son más fuertes y mejores que la multitud. Enseña cómo eliminar la lógica y el pensamiento, debido a que hacen ver la tontería de tales sueños de felicidad y venganza.«

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La verdad es que el marxismo es una ideología ajena a los procesos económicos reales. Sin mercado no puede haber cálculo económico. Y sin libertad no puede haber mercado. El socialismo no fue, en consecuencia, más que el enmascaramiento seudo científico y filosófico del totalitarismo político que el desarrollo de las fuerzas productivas había posibilitado. Como lo anticiparon Alexis de Tocqueville y Donoso Cortés, que vieron en la universalización de las fuerzas productivas facilitadas por la revolución industrial, el centralismo estatal y el protagonismo de las masas hechos realidad por la revolución francesa, las condiciones para la emergencia de los feroces totalitarismos sociopolíticos del Siglo XX. Que culminarán en el desiderátum del dominio tiránico de un partido sobre el conjunto social – el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) o el Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (NSDAP) y la ambición de poder total de Lenin, de Stalin, de Mussolini y de Adolfo Hitler, puesta en práctica por sus seguidores, que siguiendo su teoría hicieron de la lucha de clases el pretexto necesario como para montar una nueva forma de monarquismo absoluto, despótico y cruento. Ante el cual los horrores inquisitoriales del absolutismo palidecerían.

En rigor, como lo demuestra Ludwig von Mises en ese, su tratado sobre el Socialismo, la economía, el cálculo económico y el mercado, vale decir: la propiedad privada, la producción y la fijación de precios, son constitutivos de lo económico, todo lo cual, al faltar absolutamente en la forma de dominio llamado socialismo, hace imposible que funcione según las reglas inherentes a la economía y al cálculo económico. Sin su racionalidad intrínseca, todo cálculo económico es imposible y todo socialismo será un fracaso. Como en efecto. «Probar que en la comunidad socialista no sería posible el cálculo económico,» escribiría en la obra citada, «es demostrar de un solo golpe que el socialismo es irrealizable. Todo lo que se ha adelantado en favor del socialismo desde hace cien años, en millares de escritos y de discursos, los éxitos electorales y las victorias de los partidos socialistas, la sangre derramada por los partidarios del socialismo, no lograrán hacer viable el socialismo. Las masas pueden desear su advenimiento con el mayor fervor y se pueden desatar en su honor tantas revoluciones y guerras como se quiera, pero jamás se realizará.» Un pronóstico cruelmente confirmado por el horror del GULAG, Auschwitz y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. De la que heredaríamos el bloque soviético y la Cortina de Hierro, la China maoista y el siniestro legado de la tiranía cubana y su postrer coletazo, la dictadura chavista. De ellos, La Unión Soviética se derrumbó como un edificio en ruinas, por su propio peso. Cuba se ha estancado en un pasado irreal, como congelado en el tiempo. Venezuela se ha convertido en un monstruo antediluviano, terrorífico y sanguinario, que se devora a sí mismo. China se liberó de toda la ferretería marxista para desarrollar un feroz capitalismo de Estado y estrujar con crueldad intolerable a sus millones de pobres de misericordia. El socialismo es una estafa. Una máquinaria política de imponer tiranías. Más nada.

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Socialismo fue escrito por Ludwig von Mises en 1932. Cuando el socialismo era la principal creencia universal y se contaban con los dedos de una mano aquellos capaces de negarse a su encantamiento y no sucumbir ante su influjo. En el prefacio a su trascendental tratado escribió el mismo Ludwig von Mises: «si quisiera designarse con el nombre de ‘marxistas’ a todos los que admiten el pensamiento condicionado por el espíritu de clase, la inevitabilidad del socialismo, el carácter no científico de los estudios sobre la naturaleza y funcionamiento de la sociedad socialista, se encontrarían muy pocos individuos no marxistas al oriente del Rin y bastantes más amigos que adversarios del marxismo en Europa occidental y en los Estados Unidos.» Agrega un apotegma que sigue imperando en Occidente, desde el despacho papal del Vaticano a la sede del Partido Demócrata norteamericano: «No solamente los marxistas sino la mayor parte de los que se creen antimarxistas, pero cuyo pensamiento está totalmente impregnado de marxismo, han tomado por su cuenta los dogmas arbitrarios de Marx, establecidos sin pruebas, fácilmente refutables, y cuando llegan al poder gobiernan y trabajan totalmente en el sentido socialista.» Basta revisar los escritos de Jorge Alejandro Bergoglio y de Arturo Sosa Abascal, los dos papas jesuitas de la cristiandad, para comprender la aseveración que hace ochenta y seis años adelantaba von Mises. El socialismo, abierta o solapadamente, continúa rigiendo la hegemonía intelectual de Occidente.

Desde la ominosa declaración de «los abajo firmantes», esa pléyade de 911 «trabajadores de la cultura» en su mayoría de reconocida filiación marxista, que se postraron ante Fidel Castro durante su visita a Venezuela en febrero de 1989 coronándolo como el desideratum de la dignidad latinoamericana, queda claro que no es la religión el opio del pueblo venezolano, sino el marxismo el opio de sus intelectuales. Está en los pliegues del subconsciente de quienes cohabitan con la dictadura, le buscan la quinta pata al gato para evadir todo enfrentamiento final con el tirano y llevan escondido el germen del socialismo, poco importa el partido en que militen y  el apoyo subrepticio que puedan darle a ese esperpento llamado «socialismo del Siglo XXI». «Los bolcheviques no cesan de repetir que la religión es un opio para el pueblo. Lo que hay de seguro realmente es que el marxismo es un opio para la alta clase intelectual, para quienes podrían pensar y a quienes desea separar del pensamiento.»  Están separados y ya no piensan. Véalos de comparsa de un sargento golpista que se presta a la entronización de la tiranía y tiene in pectore la esperanza de vicepresidir la Sexta República: un aborto venezolano de la naturaleza. La palabra de von Mises vaya por delante.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania