Los dueños de la franja amarilla

LA CEJA, COLOMBIA - FEBRUARY 13: Children / Fans / Public / Flag / Detail view / during the 2nd Tour of Colombia 2019, Stage 2 a 150,5km stage from La Ceja to La Ceja / @TourColombiaUCI / Tour Colombia 2.1 / on February 13, 2019 in La Ceja, Colombia. (Photo by Maximiliano Blanco/Getty Images)

“El gran salvador de este país no lleva un apellido en concreto o un lema de campaña para el 2022. El gran salvador del país es en realidad un plural que nos convida a todos”


Mi abuelo tiene 93 años, y al igual que muchos compatriotas que tienen la suerte de llegar a tal edad, pareciera que esperase la muerte con la esperanza de dejar un país diferente. Desde aquellos agitados años treinta en que nos matábamos por un color, pasando por el exilio de los campesinos a causa de una guerra ajena, el auge del narcotráfico y el intento de un tratado de paz que solo nos terminó de dividir más, el panorama nacional ha estado embriagado en la desesperanza y en la incertidumbre. William Ospina en un ensayo titulado “La franja amarilla”, se preguntaba por aquel color que predomina en nuestra bandera y que irónicamente representa la riqueza de nuestra gente, nuestro pueblo. Cuando el rojo y el azul dejan de ser un camino, ¿Qué nos queda? Nuestro país ahogado en brechas abismales de desigualdad y capacitado para asombrarse de lo que se pinta como increíble y no hacer nada, eso es lo que nos queda. Los jóvenes somos desacreditados por pertenecer a otra generación y supuestamente no conocer los verdaderos dolores y horrores de la guerra, y los que más “saben”, aquellos que han vivido todo el melodrama a flor de piel, se anclan a promesas hostiles y discursos políticos que responden a fantasías descaradas como lo de supuestamente copiar el ejemplo del país vecino. Otros un poco más humildes, como mi abuelo, solo se sientan en la mitad a observar, escuchar, y dejarse llevar por la corriente en un país que se encomienda a Dios en la Constitución pero que parece que ha perdido la fe por completo.

Sin falta y a pesar de los problemas que van acarreando los años, mi abuelo prende el radio día a día para sintonizar las noticias. Cada emisión es una sorpresa, masacres, escándalos de corrupción, enfrentamiento entre los dos bandos opuestos que ahora carecen de colores, y sentimentalismos de pseudo periodistas que en vez de informar siembran odio. Luego, a la hora del almuerzo, al confrontar y discutir un poco sobre la realidad del país, mi abuelo solo pregunta, ¿Pero el gobierno con tanta plata por qué no arregla todos estos problemas de una vez? Y ahí, en medio de la pregunta, reposa inocente uno de los grandes problemas, solo queda respirar profundo y buscar las palabras correctas para explicarle a él, y a un montón de colombianos más, que esa riqueza, la cual se percibe tan ajena, es realmente nuestra. El Estado no tiene la posibilidad de generar sus propios ingresos, o bueno, son más bien pocos los casos donde pasa. Esas personas las cuales elegimos en las urnas, para que supuestamente nos representen, no son las generadoras de los números, ni de las riquezas, ni tampoco de las obras que milagrosamente se van levantando en pro de la ciudadanía y el desarrollo. Esas personas de cuello blanco son únicamente los administradores de todos nuestros años de trabajo, de todas las bolsas de leche que compramos al mes y de cada gota de esfuerzo que nos implica existir dentro de este pedacito de mundo llamado Colombia. Ellos no podrían ser nada sin nosotros, literalmente les damos de comer. El país no solo se construye en la Casa de Nariño o en el edificio bonito del pueblo donde vive el alcalde. El país también lo construimos nosotros mismos, en el día a día, en todo lo que hacemos. La ecuación parece muy sencilla y cuando escribo sobre esto pareciera que estoy repitiendo lo obvio, pero si a mi abuelo le ha costado 93 años caer en cuenta, para los demás, para nosotros, es un reto.

Es difícil culpar a mi abuelo, y dejando de lado la nula educación política que existe en el país, solo puedo remitirme a nuestra anticuada costumbre de confundir las causas con los efectos. Ya lo decía por allá Estanislao Zuleta, “Si a uno le cuentan que alguien se suicidó arrojándose de un octavo piso, y le preguntan cuál fue la causa de la muerte, uno no responde que la ley de la gravedad”. Cuando hablamos del conflicto armado, la solución es arder en plomo contra los disidentes sin ni siquiera cuestionarse que otras razones hay de fondo. Cuando en la capital aumenta la delincuencia, se prohíbe el parrillero en las motos solo porque supuestamente es la estrategia preferida de los amigos de lo ajeno, ¿Pero alguien se pregunta qué factores podrían estar atenuando la situación? Lo mismo pasa con temas un poco más complejos, una mala administración de los recursos se la achantamos de una vez a la corrupción y ahí se queda el asunto, no nos preguntamos qué factores permitieron que nos vieran la cara y nos robaran, si fuera así, estoy seguro de que no seguiríamos eligiendo a los mismos cada vez que tenemos la oportunidad de ejercer nuestro derecho al voto. Otra cuestión a tener en cuenta es que todos los colombianos, sin distinguir entre generaciones, hemos crecido con el ejemplo de que aquellos que se empoderan por su país y difunden discursos donde se le da protagonismo al pueblo, terminan muertos. Yo tengo el claro ejemplo de los líderes sociales, a mi abuelo le tocó la muerte de Gaitán, a mi papá la de Galán y quién sabe qué pasará mañana. ¿Será que hay un sector de la sociedad que no le conviene que el pueblo se dé cuenta de la potestad que tiene sobre este territorio?

El amarillo en la bandera sigue siendo una realidad, así el rojo quiera desbordarse del marco, la riqueza sigue estando allí, estática. Se va pasando entre las manos de los grandes dirigentes que se la van repartiendo a su antojo, nosotros solo nos limitados a observar, aplaudir cuando sea necesario y aventar madres en Twitter. El gran salvador de este país no lleva un apellido en concreto o un lema de campaña para el 2022. El gran salvador del país es en realidad un plural que nos convida a todos, desde el Amazonas hasta la Guajira, desde Nariño a Arauca. Si la historia nos ha demostrado que tener líderes no es muy rentable, ¿Por qué no ponernos todos en esa posición para cambiar el país? Y no es algo que haríamos solo por nosotros, sino también por aquellos que ya no están y por los que están próximos en venir. Si todos nos ponemos de acuerdo para izar bandera y ponernos una misma camisa para cuando juega la solución, ¿Por qué no encontrarnos para el desarrollo? Las grandes voces solo tratan de dividirnos en un momento en que nos necesitamos más que nunca. No sé si le pueda asegurar a mi abuelo un nuevo país para antes de que se borre de la lista, pero sí tengo la dicha de decirle que podemos hacer parte del cambio.

Sebastián Castro Zapata

Envigadeño de corazón, amante a la poesía y a la literatura. Le tengo miedo a los truenos y llevo una tormenta tatuada en mi brazo derecho. A veces me las doy de poeta y en la actualidad, estudiante de psicología en la Universidad Pontificia Bolivariana.

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  • Felicitaciones, Sebastian muy a lugar, el gran desafío sería cómo lograr que algunas personas cambien, cuando los intereses económicos qué hay de por medio son tan grandes.