La sociedad de la urgencia sexual

El siglo XXI trajo consigo nuevas prácticas. O más bien, prácticas transformadas y masificadas vía internet. El sexo fugaz es tan viejo como la humanidad, pero en la actualidad es sorprendente la cantidad de personas que buscan sexo. Yo puedo apostar que si la misma cantidad de tiempo y energía que dedicamos a buscar sexo por internet, la dedicáramos a buscar la cura para el VIH y el cáncer, hace dos décadas las habríamos encontrado.

¿Por qué hay tanto afán de buscar sexo? Yo tengo una pequeña teoría que está conectada con el tema del “poder”, y no me refiero al “poder hacerlo”. En esencia tenemos sexo por un impulso fisiológico evolutivo, en eso creo que estamos claros. El problema es que al evolucionar nos volvimos más complejos, creamos un proceso psíquico individual que trasciende lo social de manera muy compleja. Me preguntarán ¿Qué tiene de complejo follar con quien nos guste o se nos venda mejor? De complejo no tiene nada, es real, y para la mayoría de las personas el sexo es sólo un acto que da escape a la agonía corporal, la cual está ligada a su proceso psicológico. Si no me creen, paguen una consulta con un psicoanalista y se darán cuenta de cuanto está ligada la sexualidad a los problemas de cada individuo.

La modernidad trajo el destape de la sexualidad. Nos convertimos en una sociedad donde el sexo rige la vida. Aunque siempre la rige, aparecen esos elementos que lo complejizan todo: el sexo como un juego de la estética que le da al arte una función que media nuestra razón práctica y la razón teórica.

Según Kant, ambas son pilares de nuestros procesos de represión. Pero estos se ven confrontados cotidianamente. La represión en sí misma es la construcción de la idea de libertad, la cual está dada por la civilización, dentro de parámetros como la enajenación del trabajo, la sensualidad y la represión de la libido. Estos, a su vez, se convierten en formas de control social que se ejerce a través de la liberación de algunas fuerzas libidinales. Cabe anotar que esas fuerzas son la sensualidad y los discursos eróticos modernos, los cuales se muestran como la epifanía para la búsqueda de ese sexo que se quiere, no importa con quién.

Acá entra el sexo como un símbolo social moderno de “poder”. Pero un poder mediado por el juicio estético, el cual no es otra cosa que el desarrollo de lo superfluo, se crea el imaginario de la abundancia material como parte vital de la libertad. El sexo entra en ese juego entre lo estético y lo natural, convirtiéndolo en algo superficial, que emana de cualquier lado y que todos podemos tener, porque abunda y es inagotable ¿Si eso es así por qué el afán de conseguirlo?

Porque el “poder” que se le asigna al sexo lo convierte en moneda corriente y, por las leyes de la economía, un bien en abundancia implica que su valor monetario sea bajo, pero cuando este es escaso su valor aumenta dramáticamente, ya que la demanda supera a la oferta. Es en este punto donde debo decir que el sexo no es igual para todo el mundo, no todos son conscientes del poder de su poder. A ellos les urge tener sexo no se da a cualquiera, son individuos totalmente enajenados por la cultura y reprimidos con su falsa libertad de follar, cosa contraria sucede con quienes saben que el sexo no se da con cualquiera.

Quienes no follan con cualquiera saben perfectamente el poder del sexo como función de dominar. Saben, de manera inconsciente, que follar con cualquiera les baja su valor social frente a los demás. En otras palabras, al follar con todo el mundo sienten que se vuelven baratos y que se pierde el verdadero poder del sexo; el cual consiste en reprimir al sexo como una la ley constitutiva del deseo y que su poder está definido de una manera limitada, ya que se trata de un «poder pobre en recursos muy ahorrativo en sus procedimientos, monótono en sus tácticas, incapaz de invención y condenado a repetirse siempre. Luego, porque sería un poder que sólo tendría la fuerza del «no»; incapaz de producir nada, apto únicamente para trazar límites, sería en esencia una anti energía; en ello consistiría la paradoja de su eficacia; no poder nada, salvo lograr que su sometido nada pueda tampoco, excepto lo que le deja hacer”, según Foucault.

Aquí radica el poder no comprendido del sexo. Por eso, la cultura mediática se afana en presentarlo como la libertad. Pero no es una libertad, sino un arma de represión que sigue mutando como un elemento escaso en nuestra cotidianidad. Es algo que vemos a diario, todos quieren vivir follando, cumpliendo a cabalidad los designios de las elites sociales que verdaderamente entienden que ese “poder” se ejerce pocas veces, a diferencia de quienes quieren ejercerlo constantemente. Para ellos el sexo es valioso no sólo como elemento de reproducción, sino también como elemento de dominio sobre el otro. Es triste ver cómo quienes urgen de buscar sexo con cualquier persona están tan inmersos en las dinámicas culturales de la civilización y nunca tendrán el poder que anhelan, mucho menos la libertad que desean.

Mauricio Gil Arboleda

Soy sociólogo de la Universidad de Antioquia con fuerte inclinación por las tecnologías en el desarrollo social, amante del análisis de la moda y la sexualidad, con gusto por la música, especialmente esa que es poco escuchada en occidente y con intereses en la geopolítica de Asia en América Latina.

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