La argumentación en la ciencia (I): Holton y su Ciencia y anticiencia

En el capítulo titulado “Cuantos, relatividad y retórica”, de su conocida obra Ciencia y anticiencia, el físico alemán Gerard Holton ofrece varios conceptos de especial interés para el análisis retórico del discurso científico. Comienza el autor destacando en el prólogo del texto la tendencia y, en ciertos casos, una cierta obsesión de los autores científicos por demarcar su discurso de la retórica. Asumiendo que esta consiste en una suerte de arte de persuasión en virtud de la cual el texto se inunda de elementos, por ejemplo, metafóricos, con el único fin de convencer al lector, el científico, especialmente desde la revolución científica, procura presentar su producción “depurada” de esta. El objetivo prioritario consiste en “dejar que hable la Naturaleza”, en su pureza y objetividad, al margen del autor del texto. Esta será una empresa inmediatamente cuestionada por Holton al comenzar por distinguir entre una “retórica de proposición” y una “retórica de apropiación o rechazo”. Mientras que la primera designaría a los artificios con los que un autor, convencido de sus tesis, intenta convencer a la comunidad científica en un artículo a publicar, la segunda hace referencia a la diversidad de respuestas con las que la comunidad recibe el artículo. En este punto convendría, a nuestro parecer, establecer una distinción respecto a la actitud con la que los científicos pretenden depurar sus textos de componentes subjetivos y los tipos de retórica que, como acabamos de mencionar, introduce Holton. A pesar de que, indudablemente, toda producción científica es en tanto tal una actividad humana, y por ende una actividad sujeta a un punto de vista particular, no se puede dejar de lado el carácter peculiar de esta. La naturaleza, en tanto constituida por un conjunto de fenómenos que cumplen con la propiedad de ser mensurables, sí puede en cierto sentido “hablar” ella misma de alguna manera a través del discurso científico. Es decir, existe un indudable espacio de “realismo mínimo”, o como se le quiera denominar, basado en la capacidad explicativa y predictiva de la producción científica. En la medida en que aceptemos esta premisa, resulta relevante, como acabamos de apuntar, discernir dentro del texto científico entre el espacio, por escaso que sea, en el que “se habla de la naturaleza”, de aquel que se encuentra “contaminado” por la retórica apuntada por Holton. De esta manera, no estamos criticando ni siendo escépticos acerca de la pertinencia de la atribución del concepto de retórica al texto científico, sino defendiendo el objetivo de “depuración” de subjetividad que pretende este último. Aun a pesar de que pueda ser cierto, desde una perspectiva psicológica, que muchos científicos sufran la ilusión de estar produciendo un artículo completamente ajeno a sus circunstancias particulares.

Tras la introducción de los conceptos de “retórica de proposición” y “retórica de apropiación o rechazo”, Holton los desenvuelve, en un nuevo apartado, con un nuevo e importante concepto, el de “actor”. Dicho en plata, la idea que, nos parece, pretende transmitir el autor se sostiene sobre un intento de eliminar la visión del avance científico como un fruto de mentes individuales privilegiadas centradas en su trabajo en lo alto de una torre de marfil. Por la contra, señala el autor ya en el propio título de este apartado “no hay un solo actor, sino (como mínimo) dos”. Tal y como lo hemos entendido, con este “mínimo” de dos actores, Holton quiere centrar la atención en la circunstancia vital, académica e/o intelectual, en la que se halla un científico en el momento en que escribe un artículo. Esto es, en ese preciso instante aquel está determinado tanto por sus anteriores trabajos como por la línea de trabajo que pretenda seguir en el futuro. Niels Bohr ilustra a modo de ejemplo la forma en la que los textos científicos pueden ser analizados, nos dice Holton “párrafo por párrafo”, en aras de encontrar los resultados de los dos actores que hay en Bohr respecto a su retórica propositiva. En cada caso es posible otear el auditorio al que se dirige Bohr con distintos objetivos. En la página 101 se muestran las distintas referencias implícitas de Bohr en su artículo como, verbigracia, Thomson o Plank.

El ejemplo que copará el resto del trabajo de Holton es el de Einstein, a través del cual se realiza un especial hincapié en la “retórica de apropiación o rechazo” por parte del auditorio que recibe el artículo en el que el físico pergeña la relatividad especial. Respecto a este, Holton adelanta la retórica provocadora que le subyace y que históricamente se plasmó en su inicial aceptación por parte de un círculo cercano de amistades, entre las cuales es de gran relevancia subrayar la de Planck. Más allá de la focalización de este ejemplo en la “retórica de apropiación o rechazo”, Holton apunta algunos elementos más propios de la “retórica de proposición” que impregnan el trabajo de Einstein. En concreto, en la “visión del mundo” que el propio Einstein tenía del desenvolvimiento de la física que se estaba llevando en su momento, lo cual incluye razones de orden psicológico, de carácter más intuitivo que científico.


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La mencionada “retórica de apropiación o rechazo” en el caso einsteniano es ilustrada en un apartado propio del capítulo. A colación de este, el autor introduce una cuestión vital para el presente tema, que es la infradeterminación de la teoría por los hechos. Durante una conferencia pública celebrada en 1906, Holton narra el modo en que se contrapusieron la teoría de Lorentz-Einstein con la teoría del físico Max Abraham que arrojaban resultados semejantes o, cuanto menos, con una diferencia discutida por lo presentes en la conferencia. Lo realmente significativo para nuestros intereses se encuentra en las respuestas dadas por algunos de los físicos presentes acerca de cuál de las dos teorías les merecía mayor aprobación. Dirá Plank someramente: “[…] por lo que a mí respecta, me inclino de hecho por la propuesta de Lorentz”. Con todo, más paradigmática fue la aportación de Sommerfeld, quien apela explícitamente a una explicación de tipo psicológico: mientras que los científicos menores de 40 años preferirán la teoría de Abraham, el resto suscribirá la de Lorentz-Einstein. Asimismo, concluirá afirmando el papel que desempeña en esta elección el factor estético. Este es a nuestro ver el quid de la “retórica de apropiación o rechazo” de Holton, el factor subjetivo de cada científico para aceptar o rechazar una teoría o propuesta científica novedosa.

La teoría de la relatividad, se nos dice en el epílogo, tardará algunos años tras esta conferencia en ser mayoritariamente aceptada por la comunidad científica. Para ello hará no sólo una ampliación de la teoría en su aplicabilidad (según se nos dice: la explicación de la “estructura fina de las líneas espectrales”) sino una demostración de su capacidad predictiva (que llegarán de manera determinante con las observaciones de los eclipses de Eddington o el experimento de Michelson). Así, concluye Holton, la imagen del mundo de Einstein terminó integrándose en la comunidad científica “con la ayuda de una retórica que poco tenía que ver con la de su génesis”. Reiterando la idea sostenida más arriba, parece oportuno volver a puntualizar que el hecho de que la física einsteniana fuera aceptada, al menos en parte, gracias a una retórica que le era completamente ajena, no semeja guardar relevancia alguna en el campo estrictamente científico. Es decir, creemos que la forma a través de la cual esta teoría se termina aceptando, es decir, mediante la retórica que fuere, no guarda ninguna relevancia en lo que respecta a ese espacio en el que “se habla de la naturaleza”. No obstante, al menos tal y como hemos entendido el texto, una de las ideas que Holton parece querer transmitir consiste en la contingencia, basada prioritariamente en la “retórica de apropiación o rechazo”, de la elección de una teoría, en este caso la einsteniana. Por ejemplo, supongamos nuevamente que se diese un caso infradeterminación entre dos teorías científicas, imaginemos que fuese el caso de la einsteniana y la correspondiente a Max Abraham. ¿Diría Holton que la elección de la primera en detrimento de la segunda responde a una mayor eficiente de la “retórica de apropiación o rechazo?” Podríamos pensar que quizás es así, al menos parcialmente, puesto que el autor menciona en varias ocasiones, especialmente en la página 118, los malentendidos que acompañaron a la aceptación de la teoría einsteniana y que, empero, contribuyeron muy posiblemente a su asunción por la comunidad científica. De ser así, de nuestra lectura del texto nos parece que el autor no termina de presentar, más allá de la introducción de los dos conceptos de retórica y de su uso del concepto de “actor”, las razones por las que ello pudiera tener relevancia en lo que al conocimiento científico respecta.

Si bien podemos decir que Holton nos convence en este texto al respecto del peso que tiene para la elaboración de propuestas científicas tanto el “soliloquio” interno del científico a lo largo del tiempo, como de los criterios subjetivos que determinan la aceptación o no de sus tesis, no lo estamos plenamente. No lo estamos en particular con la extrapolación que se pudiera hacer de este hecho al respecto de la neutralidad del conocimiento científico eo ipso. Volviendo al ejemplo anterior, puede que la retórica de Einstein y de aquellos que comulgaron desde el inicio con él ayudaran a poner la balanza a su favor, pero eso no puede ser óbice para colegir que la búsqueda de neutralidad científica, tal y como se ilustra al principio del texto con el ejemplo de Newton, sea una empresa completamente falsa. Debido esto al carácter retórico, no admitido abiertamente por los propios autores, de los textos científicos. En definitiva, podemos admitir que la existencia de una retórica científica, mostrada por Holton, conlleva la afirmación de que el conocimiento científico disponible en un determinado momento está determinado por factores contingentes, subjetivos, derivados de un buen o mal uso de esta retórica. Ahora bien, creemos que el valor de esta información se restringe a un ámbito sociológico o psicológico, quizás incluso histórico. En la medida, por ejemplo, en que nos explican por qué la teoría de Einstein fue mayoritariamente aceptada en un momento concreto y no en otro. Lo que no consiguen poner en cuestión es el carácter neutral, el valor epistemológico, que esta teoría pueda tener al margen de las consideraciones relativas al autor-emisor y el auditorio-receptor. Por lo tanto, aunque Newton no estuviera del todo atinado al considerar, como se dice en la página 92, a los científicos como una especie de “conductos” por los que habla el “libro de la naturaleza”, Holton no consigue en este capítulo desmentirlo del todo.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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