Cómo salir de la mierda

El argumento de esta historia es el mismo que Bill Gates presentaba hace poco al hablar de la crisis climática: no debemos buscar acciones políticas ni cambios en nuestros modos de producción y de consumo, sino que debemos apostar a la innovación, a las salidas tecnológicas y a los empresarios que van a llevar estas soluciones al mundo entero”.


Hay una anécdota muy popular sobre Nueva York que no deja de llamarme la atención, no sólo por la historia en sí sino por la extrapolación, las moralejas y consejos que se sacan de ella. Se trata de cómo Nueva York pudo salir de la mierda literalmente.

El cuento es más o menos así: a finales del siglo XIX y principios del XX el gran problema de las ciudades era la limpieza del estiércol ya que la mayoría de los vehículos eran carruajes de tracción animal y estos caballos tenían que hacer sus necesidades en algún lugar. No solo se transportaban personas, también paquetes postales o bienes. Algunas fuentes citan artículos alarmistas en los que se advertía que de no solucionarse el problema ciudades densamente pobladas, como Nueva York (aunque aplicaría para cualquier gran urbe) terminaría enterrada bajo tres metros de excremento. Parece que se asumía que, a pesar de las complicaciones de salud, del olor, e incluso problemas prácticos al tener que caminar o dejar a los caballos marchando sobre una plasta de mierda cada vez más gruesa, la gente no iba a cambiar sus costumbres e iba a seguir utilizando de forma continua e indiscriminada los mismos medios de transporte hasta que fuera literalmente intolerable. Otras fuentes suelen mencionar que los políticos hacían cumbres y reuniones para buscar soluciones, pero que como todos sabemos que la política no puede crear buenas ideas fueron incapaces de encontrarlas. Entonces, el cuento termina con una solución que vino de la nada (un deux es machina si esto fuera literatura) empresarios e ingenieros que nada tenían que ver con el problema, que ni siquiera buscaban arreglarlo, impulsados por sus propios intereses comerciales empezaron a apostarle a los carros con motor a combustión y más o menos en 1915 habían logrado reemplazar a los caballos y su mierda. Los ciudadanos no sólo estaban felices con un juguete nuevo, que iba más rápido y más lejos que cualquier caballo y que no se cansaba; tenían un invento destinado a convertirse en uno de los símbolos del estilo de vida estadounidense y toda la crisis fue evadida sin mayores inconvenientes.

La anécdota parece ser exagerada e inexacta, hay muchas versiones de ella en internet y muy pocas con fuentes confiables. De todas maneras, insisto que lo interesante es su moraleja para nuestros tiempos. Básicamente el argumento de esta historia es el mismo que Bill Gates presentaba hace poco al hablar de la crisis climática: no debemos buscar acciones políticas ni cambios en nuestros modos de producción y de consumo (obvio que el bueno de Bill no dice esto porque él sea uno de los más beneficiados con el estado del mundo actual) sino que debemos apostar a la innovación, a las salidas tecnológicas y a los empresarios  que van a llevar estas soluciones al mundo entero a cambio de una buena comisión.

Sin embargo, creo que incluso si tomamos la historia por cierta en cada detalle, la conclusión de la salida de las crisis mediante el desarrollo y la implementación tecnológica es un poco precipitada. Somos como un atleta que cada día se levanta lleno de fe y convicción para entrenar duro y poder romper sus propias marcas e incluso batir récords mundiales, ya lo hemos hecho antes y no habrá mayor diferencia en el futuro; pero también hay que reconocer que en algún punto vamos a fallar, el cuerpo no va a dar abasto o simplemente vamos a tener mala suerte y el viento va a soplar en contra. Aunque la tecnología nos pueda librar de muchas crisis en algún punto no va a ser suficiente, tal vez se llegue a un problema tan grande que las mentes más brillantes no puedan resolver o quizás tengamos tan mala suerte que incluso resolviéndolo técnicamente no resulte lucrativo para quienes tienen el poder económico para aplicar la solución. Igual que el joven atleta que se enfoque en su cuerpo de manera excesiva si no tiene un plan b, si no ha pensado en otras formas de desarrollo, está a una lesión de arruinar no solo su carrera sino su vida en general.

Además, hay una interpretación pesimista de la anécdota. En vez de pensar que el automóvil con motor a combustión salvó a Nueva York de la mierda se puede pensar que ese mismo invento condenó al mundo. Hizo que un problema localizado en las grandes urbes pasara a ser un problema general de todo el planeta; hizo que las ciudades se diseñaran alrededor de los automóviles y que, en países como Estados Unidos, sea más fácil imaginarse la vida sin tener un techo donde dormir que sin tener un carro para transportarse; lleno de polución el aire y favoreció en gran medida nuestra dependencia del petróleo.

Hoy sucede lo mismo con los celulares, las computadoras y el auto eléctrico. Se han masificado, todo el mundo tiene uno y se cree que pueden ayudar contra la crisis ambiental. Sin embargo, las baterías de litio que utilizan estos aparatos son un problema ambiental que cada día va a escalar más y más, basta ver lo que sucedió recientemente en Bolivia. La energía que los hace funcionar en casi todas las regiones se sigue generando a partir de combustibles fósiles. A la larga no están solucionando nada, como mucho, están trasladando el problema de lugar. Todo sumado al consumo más o menos desechable de estos aparatos.  Hace 50 años un padre podía soñar en heredarle el auto familiar a su hijo; alguien que compre un Tesla este año piensa en cambiarlo por un nuevo modelo al año siguiente por gusto, porque el software queda desactualizado o deja de tener respaldo de la compañía.

No estoy diciendo que se deba culpar a la tecnología en sí. Igual que nadie diría que la crisis de mierda en Nueva York fuera culpa del primer hombre que adiestró un caballo.  Se puede seguir creando, inventando soluciones. Muchos investigadores y científicos dedican su vida a ello con total desinterés, no buscan fama ni fortuna. Sus ideas son valiosas y fundamentales para cualquier cambio.  Lo importante es empezara pensar cómo se van a recibir esos desarrollos tecnológicos, que otros cambios estructurales se pueden hacer y cómo las nuevas ideas son herramientas que debemos aprender a utilizar antes de consagrarlas como salvadoras.

De todas maneras, no deja de ser curioso que Nueva York sea la ciudad elegida para esta aleccionadora historia, pues simultáneamente es considerada una de las peores ciudades para manejar carro particular en los Estados Unidos y una de las mejores en servicio público de transporte. Ahí creo que puede haber otra lección.


Otras columnas del autor en este enlace:  https://alponiente.com/author/cvolkmar/

Omar Celis Volkmar

Soy comunicador social con posgrado en escritura creativa. He cursado algunos semestres de la carrera de Historia y tomado cursos libres en distintas áreas como fotografía y guion cinematográfico. Con interés especial por la cultura, la política y la ética.

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