Hayek no defendió la renta básica universal

Unas declaraciones del Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, en las que supuestamente apoya la renta básica universal, escandalizaron a algunos jóvenes liberales, como mi amigo en redes, Pedro Rangel Mejía, quien cree por ello que Carrasquilla se volvió marxista. Mi también amigo, Daniel Gómez, a quien sus grandes ocupaciones del el DNP le dejan tiempo para estar activo en redes, defiende al Ministro diciendo que se convirtió en libertario hayekiano, y remite a un texto de un señor Matt Zwolinski en apoyo de su punto; lo que hace trastabillar a Rangel quien encaja el golpe y trata de defenderse diciendo que ese es un error de Hayek.  Mejía, Gómez y Zwolinski están equivocados: Hayek no defendió nunca la renta básica universal.

Voy a mostrar la equivocación de mis amigos, con base en los textos relevantes de Hayek, pero antes me parece importante decir algo sobre las nociones de solidaridad y responsabilidad personal, que son fundamentales para entender la posición genuinamente liberal frente a la suerte de las personas menos favorecidas y el concepto de renta mínima garantizada de Hayek.

Solidaridad

El liberalismo arrastra el sambenito de que su afirmación de la libertad y la responsabilidad individual, como pilares fundamentales de la sociedad, y de la primacía de mercado sobre el estado, en la asignación de los recursos y la distribución de los bienes y servicios, supone desentenderse de la suerte de los pobres y los menos afortunados. Nada más contrario a la verdad.

En el centro del pensamiento liberal, como lo señala  Bertrand de Jouvenel, está “la idea de que los que sufren necesidades apremiantes deben ser atendidos es inherente al concepto mismo de sociedad”[1]. No debe haber ninguna duda al respecto. La discusión tiene que ver con sobre la forma en de atender esas necesidades. Tal vez no sea ocioso decir que Bertrand de Jouvenel, gran filósofo y economista liberal francés, es uno de los 37 fundadores de la Sociedad Mont Pelerin.

Lo que debe ser claro es que esa atención solidaria de los necesitados no puede confundirse con el ideal, rechazado, ese sí, por cualquier liberal, de igualación de rentas y patrimonios por la acción del estado, mediante la implantación del socialismo o por obra del asistencialismo ilimitado del estatismo parasitario de nuestra época.

Los liberales deben siempre distinguir, en el concepto y en la acción, entre solidaridad y redistribución y adoptar como suyo, sin ambages, el primer ideal para oponerlo vigorosamente al segundo. Un pequeño texto de Bertrand de Jouvenel ilumina esa distinción:

“Cuando, por la acción de los servicios sociales, un hombre realmente necesitado recibe medios para subsistir, ya sea un salario mínimo en días de desempleo o atención médica básica que no podría haber pagado, eso es una manifestación primaria de solidaridad, y no forma parte de la redistribución. Lo que si constituye redistribución es todo lo que evita al hombre un gasto que podría hacer y presumiblemente haría de su propio bolsillo, y que, al liberar una parte de su ingreso, equivale por lo tanto a una elevación de ese ingreso”[2]

Responsabilidad

Pero la acción solidaria misma, incluso si se distingue cuidadosamente de la redistributiva, no puede llevar a socavar el valor supremo de la sociedad liberal: la responsabilidad de cada uno de su propio destino.

La obligación de velar por el interés personal – plantea Alexis de Tocqueville[3] – disciplina a las personas en los hábitos de la regularidad, la moderación, la previsión y la confianza en sí mismas. Esto no ocurre, en general, por voluntad propia consciente sino por la fuerza de la costumbre.  Cuando las personas están obligadas a tomar sus propias decisiones y a mantenerse con su propio trabajo, son más esforzadas, constantes, ahorrativas, sobrias, orgullosas de sus propios logros y amantes de la libertad.

Habituar a la gente a depender de las ayudas o los empleos poco demandantes del gobierno tiene un efecto deletéreo sobre esos hábitos, socava la dignidad personal y diluye el sentido de libertad, todo lo cual predispone a la aceptación de la sumisión y la servidumbre. No tiene por ello nada de sorprendente que los ideólogos totalitarios sean al mismo tiempo los ideólogos del asistencialismo, que busca hacer a las personas dependientes del gobierno porque esa dependencia moldea también las actitudes políticas.

La crítica de los economistas clásicos – Malthus y Ricardo[4]– a las Leyes de pobres inglesas se apoyaba principalmente en consideraciones de esa índole. Es por ello que Malthus[5] dejó dicho que las leyes de pobres nunca tendrán recursos suficientes para atender a los pobres que esas mismas leyes crean.

Pero al mismo tiempo los economistas liberales clásicos daban por descontado que había que asistir a los desvalidos y a las personas afectadas por graves calamidades. Nassau William Senior – contemporáneo y discípulo de Ricardo, y amigo y corresponsal de Alexis de Tocqueville – dejó este extraordinario texto que parece escrito a propósito de la pandemia que nos agobia:

“Ningún fondo público para la asistencia a estas calamidades tiene tendencia alguna a disminuir la laboriosidad o la previsión. Son males demasiado grandes para permitir a los individuos una previsión suficiente contra ellos, y demasiado raros, en realidad, para que los individuos se hallen previstos contra ellos absolutamente. Por otro lado, su permanencia es probable que canse la paciencia privada. (…). Yo deseo, por consiguiente, ver atendidos estos males con una amplia asistencia obligatoria”[6]

También los capaces de ser independientes y valerse por sí mismos, podían, eventualmente, requerir alguna asistencia. Esa asistencia, pensaba Senior, debía ser limitada en el tiempo y en la cuantía y no podía convertirse en un derecho incondicional. El asistido no debería recibir una ayuda que excediera lo que los trabajadores independientes ganan con su propio trabajo. Esto se conoce como el principio de la menor preferencia.

Muchas veces oí decir a mi maestro Hugo López Castaño, conocedor como el que más de la cuestión de la pobreza en Colombia, que el problema de ayudar a los pobres no era tanto el tener con qué ayudarlos, sino el saber cómo ayudarlos sin tirarse en ellos. Por lo que evidentemente entendía ayudarlos sin volverlos totalmente dependientes, sin despojarlos de la capacidad de valerse por sí mismos, que, a fin de cuentas, es lo que nos hace verdaderamente libres, verdaderamente humanos.

Hayek y la renta mínima garantizada

La idea de una renta mínima garantizada, que es totalmente distinta a la idea de una renta básica universal que proponen los socialistas, se encuentra en diversas partes de la vasta obra de Hayek. En Los fundamentos de la libertad hay una formulación que citaré extensamente porque en ella queda clara la distinción entre esos dos conceptos:

“A continuación viene el importante aspecto de la seguridad, de la protección de contra riesgos comunes a todos nosotros. La actitud del gobierno puede consistir tanto en reducir tales riesgos como en ayudar al pueblo para que se defienda de los mismos. De cualquier manera, se impone la distinción entre dos conceptos de seguridad: la seguridad limitada, que puede lograrse para todos y que, por tanto, no constituye privilegio, y la seguridad absoluta. Esta última, dentro de una sociedad libre, no puede existir para todos. La primera es la seguridad contra las privaciones físicas severas, la seguridad de un mínimo determinado de sustento para todos. La segunda es la seguridad de un determinado nivel de vida, fijado mediante comparación de los niveles de que disfruta una persona con los que disfrutan otras. La distinción, por tanto, se establece entre la seguridad de un mínimo de renta igual para todos y la seguridad de la renta particular que se estima que merece una persona. La seguridad absoluta está íntimamente relacionada con la principal ambición que inspira al estado-providencia: el deseo de usar los poderes del gobierno para asegurar una más igual o más justa distribución de la riqueza. Siempre que los poderes coactivos se utilicen para asegurar que determinados individuos obtengan determinados bienes, se requiere cierta clase de discriminación entre los diferentes individuos y su desigual tratamiento, lo que resulta inconciliable con la sociedad libre. De esta manera, toda clase de estado-providencia que aspira a la ´justicia social´ se convierte primariamente en un redistribuidor de renta. Tal estado no tiene más remedio que retroceder hacia el socialismo, adoptando sus métodos coactivos, esencialmente arbitrarios”[7].

Se trata de una especie de aseguramiento colectivo con el objeto de garantizar a todo aquel que caiga en desgracia un ingreso mínimo que le permita cubrir sus necesidades básicas y librarlo de privaciones severas. No es una renta mínima para todos ni, mucho menos, un ingreso igual para todos.

En su obra El espejismo de la justicia social, el segundo volumen de su gran trilogía Derecho, legislación y libertad, Hayek retoma la idea haciendo más explícita la noción de aseguramiento y reiterando que el beneficio está limitado a aquellos que por cualquier razón no son capaces de ganar en el mercado un ingreso adecuado.  

“No hay motivo para que en una sociedad libre no deba el estado asegurar a todos la protección contra la miseria bajo la forma de un renta mínima garantizada, o de un nivel por debajo del cual nadie caiga. Es interés de todos participar en este aseguramiento contra la extrema desventura, o puede ser un deber moral de todos asistir, dentro de una comunidad organizada, a quien no pueda proveer por sí mismo. Si esta renta mínima uniforme se proporciona al margen del mercado a todos los que, por la razón que sea, no son capaces de ganar en el mercado una renta adecuada, ello no implica una restricción a la libertad, o un conflicto con la soberanía del derecho. Los problemas que aquí interesan surgen cuando la remuneración por los servicios prestados la determina la autoridad, quedando inoperante el mecanismo impersonal del mercado que orienta los esfuerzos individuales”[8]

Conclusiones

La idea de solidaridad es inherente al concepto mismo de sociedad. La sociedad solidaria es aquella que ayuda a que los más favorecidos puedan suplir sus necesidades básicas en aquello que no pueden proveerse por sí mismos.

La solidaridad debe ejercerse de forma que no destruya en las personas el sentido de responsabilidad personal, que no las despoje de su capacidad de valerse por sí mismas, de la autoestima, lo que es en definitiva el fundamento de la libertad.

La renta mínima garantizada propuesta por Hayek reposa en esas dos nociones – solidaridad y responsabilidad- y es por eso que está destinada a aquellos que verdaderamente, de forma circunstancial o permanente, son incapaces de alcanzarlas con su propio esfuerzo.

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista. Docente. Consultor ECSIM.

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