¿Está obsoleta la explicación “biologicista” de la conducta humana?

“Lo que no resulta tan cuestionable, al menos en términos no científicos, es que la naturaleza es como es, y que nosotros somos forzosamente, con toda nuestra diversidad conductual, una parte de ese estado de cosas”


En el sugerente trabajo En el principio era el sexo, publicado en el año 2010, Cacilda Jethá y Christopher Ryan mantienen la tesis de que, por su propia naturaleza, los seres humanos no somos seres monógamos. Esto es, está en nuestro ser innato el no permanecer a lo largo de nuestra vida con una única pareja sexual. Los esfuerzos culturales de nuestra tradición occidental por reprimir el instinto a mantener relaciones afectivo-sexuales con otros individuos tienen como respuesta un fracaso constante en las relaciones monógamas, sea a través del aumento de la tasa de divorcio o terapias de pareja, de una abrumadora cantidad de infidelidades o, simplemente, de la infelicidad propia de quien pasa, hastiado, toda su vida sexual con una única pareja. Para defender su tesis, uno de los argumentos esgrimidos en esta obra se puede resumir como sigue: los primates más cercanos filogenéticamente a los humanos (bonobos, chimpancés, gorilas…) tienen una forma de relacionarse no monógama.

De un modo semejante al proceder de En el principio era el sexo, en un debate al que asistí hace unos años una de las ponentes presentó, en favor de su postura, una serie de argumentos de base biológica. Es decir, aseguraba que determinado rasgo de la conducta humana era, de facto, así, puesto que a ella subyacía una determinada configuración genética modelada con el discurrir del tiempo a través de la selección natural y sexual. Para mi sorpresa, el bando contrario aseguró que argumentos de ese jaez no son válidos puesto que “la explicación biologicista de la conducta humana está obsoleta”. Por el contrario, la atención debe estar centrada sobre nuestra dimensión cultural y no animal. Si entendemos por “biologicismo” el intento de explicar los diversos fenómenos psicológicos, sociales y, en definitiva, conductuales de los humanos, apelar a ello sería, acorde a este último bando del debate, una trampa que reflejaría los prejuicios culturales soterrados en el propio quehacer de la ciencia biológica.

Pocas personas pueden tener dudas de la extrema importancia que tiene la cultura en el comportamiento individual y social. Baste con apreciar las vastas diferencias existentes entre distintas sociedades humanas a lo largo de la historia, o incluso, a pesar de la globalización, hoy en día. Hay quien pudiera decir que tal es el impacto de la cultura (de la información recibida del entorno una vez nacemos) que incluso muchos deciden, en aras de alguna ideología o idea particular, ir en contra de su propia naturaleza. Un ejemplo, muchas personas deciden no tener hijos propios a pesar de que la reproducción es una, posiblemente la, función biológica por excelencia. De una forma análoga, una académica puede dedicar toda su vida enclaustrada en un despacho dedicándose al estudio, pongamos por caso, de las matemáticas. Hace ello aun a pesar de que así puede disminuir en amplia medida su probabilidad de procurar una pareja genéticamente atractiva con la que reproducirse.

Sin embargo, casos como los mencionados distan de ser “opuestos” a nuestra configuración biológica. De hecho, es probable que el propio concepto de algo contrario u opuesto a nuestra naturaleza biológica sea, en sus propios términos, contradictorio. Como seres vivos surgidos a partir de un proceso de selección natural estamos compuestos de los rasgos geno y fenotípicos que fueron valiosos por una enorme cadena de ascendientes. La diversidad cultural o individual no es sino una consecuencia más de este hecho. De la impresión ilusoria de que hay comportamientos no explicables en términos evolutivos no se puede colegir que no estemos encadenados a nuestra esencia biológica. Somos seres culturales en la medida en que somos seres biológicos sometidos a las leyes de la realidad en que vivimos. En última instancia, las leyes de la física y de la química de las que se derivan los mecanismos biológicos. Puede que haya muchas personas que decidan no tener descendencia. Pero ello no es ni mucho menos un contraejemplo contra su naturaleza esencialmente biológica, sino la manifestación de un rasgo inscrito en su carga genética. Por ejemplo, ante la convicción de un mundo superpoblado, surge la convicción ética de que no se deben tener hijos. Mas toda convicción ética deriva de la importancia que tuvo y tiene, en el proceso de selección natural de los humanos, la sociabilidad. Puede que haya personas que dediquen sus vidas al estudio, incluso a un estudio aislado. Pero estas personas no están con ello siendo “outsiders” de su biología, sino que en ellas se manifiestan ciertos rasgos propios de su genética, y que por ende han sido en su momento reproductivamente valiosos, como por ejemplo la curiosidad.

Aun cuando no haya una intención consciente de reproducirse (caso humano), la atracción sexual animal, incluida la humana, se produce ante la presencia de rasgos fenotípicos -características visibles de la carga genética- que se consideran reproductivamente valiosos. Incluso la conducta de personas que afirman no sentir ningún tipo de deseo sexual es explicable en términos biológicos. Toda conducta, de hecho, lo es. Cosa aparte es que, ante la ausencia de evidencias, todavía se carezca de una explicación sólida en un momento concreto.

Presumiblemente, el rechazo que causa en algunas personas la explicación “biologicista” se debe a un malentendido que consiste en el proceder falaz de concluir lo que debe ser a partir de lo que es. Que algo sea así por determinadas causas biológicas, químicas o físicas inamovibles, no implica que ese algo deba ser moralmente así. En otras palabras, que queramos conscientemente que sea así. Que en nuestro código genético esté inscrita una tendencia no monógama, sino promiscua, como se sostiene en En el principio era el sexo, no implica que debamos actuar así. Socialmente, cualquier persona debe hacer aquello que le produzca una mayor satisfacción siempre y cuando esto no interfiera en el bienestar ajeno. El error se produce, por tanto, en el momento en que alguien sostiene que, por ejemplo, debemos agruparnos en parejas monógamas o heterosexuales porque así lo establece la naturaleza, un Dios o lo que sea. Lo mismo sucedería a la inversa. Lo que debe ser no está establecido en el libro de la naturaleza y, en consecuencia, siempre es cuestionable. Lo que no resulta tan cuestionable, al menos en términos no científicos, es que la naturaleza es como es, y que nosotros somos forzosamente, con toda nuestra diversidad conductual, una parte de ese estado de cosas.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.