Errare humanum est

Terminamos el mes de septiembre con la triste noticia de la muerte de Joaquín Salvador Lavado, más conocido como Quino, el ilustrador de Mafalda y de un sinfín de caricaturas en las que combinaba con un estilo único la crítica social y política con el humor. Recuerdo con particular afecto una de sus ilustraciones en la que se ve a un paciente siendo llevado en una camilla por una enfermera hacia el quirófano donde lo esperan los médicos, el pobre hombre mira consternado la inscripción que hay sobre la puerta de la sala de cirugías: “errare humanum est” (errar es humano).

Es evidente que los constantes avances y el perfeccionamiento de la ciencia y la técnica nos han llevado a despreciar las equivocaciones, buscamos siempre el método adecuado para evitarlas, olvidándonos que estas inevitablemente pueden surgir en cualquier proyecto que emprendamos. Podemos decir que el error es una pieza clave dentro de nuestros procesos de aprendizaje y en la vida misma, pues nos recuerda nuestras limitaciones como seres humanos y nos impulsa a ser creativos para buscar formas de superarlo satisfactoriamente.

No obstante, hay errores de errores, unos son pequeños, otros enormes, mientras que algunos pueden resultarnos insignificantes otros pueden tener consecuencias desastrosas no solo para nosotros sino también para los demás. En el caso particular de los gobernantes y de los funcionarios públicos que los acompañan en su gestión sus equivocaciones pueden pasar una cuenta de cobro bastante costosa.

Claramente podemos decir que dentro de los sistemas democráticos es muy difícil evitar los errores, sabemos que aquí entran en juego una gran variedad de posturas, los acuerdos de voluntades que generaron consensos pueden romperse y dar paso a acuerdos totalmente distintos, en las democracias todo siempre puede pasar, se vive en la incertidumbre.  A lo anterior hay que sumarle el auge de demagogos que se han hecho elegir con programas de gobierno irrealizables y que luego, embriagados de poder y vanidad, desean controlarlo todo y que su imagen permanezca intachable, por ello muchos prefieren persistir en el error antes que reconocerlo y buscar una solución razonable.

Nuestro panorama nacional no deja de ser convulso, la negligencia del presidente Duque y de los miembros de su gabinete ha sido una constante durante toda su gestión. Luego de su posesión prefirió darle una cita a Maluma antes que a los estudiantes y profesores de universidades públicas; prefiere las reunirse con los gremios y no con los sindicatos; los asesinatos sistemáticos de líderes sociales y excombatientes le parecen hechos aislados; el retorno de las masacres para él son solo homicidios colectivos; la implementación de los acuerdos de paz son una carga fiscal que no está dispuesto a asumir dentro del presupuesto. Durante los últimos días ha descartado la posibilidad de viajar a Cali donde lo espera la Minga indígena y delegó a la ministra del Interior para que se siente en la mesa de negociación. Eso sí, cuando los sectores sociales salen a marchar, como consecuencia de su sordera e inacción, su respuesta es inmediata: la fuerza.

Los casos de Juliana Giraldo en Cauca y de Javier Ordóñez en Bogotá son apenas una muestra de los recurrentes excesos de autoridad que cometen los miembros del ejército y de la policía, de allí que resulta muy preocupante que tanto el presidente Duque y su ministro de la defensa, Carlos Holmes Trujillo, se rehúsen a pedir disculpas a las víctimas de estos abusos, incluso cuando se lo exige una sentencia de la Corte Suprema de Justicia. No, la violencia desmedida que ejercen los “agentes del orden” no puede ser reducida a  meros casos de manzanas podridas, por el contrario, parece ser parte de una política institucional que urge ser reformada y no validada por un silencio cómplice.

El principal error de este gobierno es precisamente que no reconoce sus errores, se ha blindado de forma tal que desea que todas sus decisiones sean incuestionables.  Sin embargo, el poder es un enorme generador de errores, por esto resulta necesaria una buena dosis de humildad para revisar, cuestionar y corregir las consecuencias de las malas elecciones. Ya lo decía Agustín de Hipona en uno de sus sermones: “Humanon fuit errare, diabolicum es per animositatem in errore manere” (errar ha sido humano, pero es diabólico permanecer en el error por orgullo).

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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