Último día en la oficina

“Dulce o travesura”

Ese lunes 31 de Octubre se despertó temprano, se vistió, tomó un vaso de jugo de naranja, se bañó y salió de casa.

El camino al trabajo se hizo inusualmente largo, y subir las escaleras se hizo pesado. Esa mañana de lunes, cuando todo el mundo aún estaba somnoliento, llegó a la oficina, el viernes pasado había sido su último día en la oficina; ese viernes no quiso empacar sus cosas, y decidió encargarle el trabajo a su buen amigo el conserje, que, todo ese fin de semana se quedaría en la oficina, pues haría una remodelación completa, por lo que ése lunes solo había ido a la oficina a recoger sus cosas.

La oficina lucía reluciente, todo era nuevo, el piso de madera brillaba, relucía como espejo, las paredes, antes grises y opacas, ahora lucían blancas y resplandecientes, había nuevos focos blancos, las paredes de madera que dividían las oficinas fueron reemplazadas por vidriales que dejaban ver el interior, todo parecía perfecto y pulcro, pero; faltaba algo importante, la mesita de madera donde estaba el termo de café estaba vacía, ese termito refulgente con asita de ébano, el termito que ya estaba ahí cuando el empleado más antiguo llegó a la oficina, y que nadie sabía quien trajo, había desaparecido y en su lugar había un papel con un mensaje: Señores, hemos reemplazado en termo por uno nuevo, en unos días lo tendrán aquí.

El hombre se sentó, la oficina estaba vacía, entonces oyó la confusión afuera, abrió la puerta y escuchó los reclamos, pero no tenía ganas de unirse; sacó del bolsillo del saco el periódico que trajo de casa, leyó durante un rato, se estaba quedando dormido; entonces el sonido de la puerta abriéndose le hizo despertar.

  • Buenos días, le acomodé todas sus cosas en esas cajas – dijo el conserje, y señaló un montoncito de cajas en una esquina.

El hombre dejó el periódico sobre la mesa vacía, asintió con la cabeza y sonrió.

  • Una lástima que te vayas de la empresa, se te va a extrañar mucho por aquí – dijo el conserje, y salió.

Pasaron los minutos y todos parecían ansiosos, incluso enojados, murmuraban entre ellos y se miraban confundidos, con sus vasitos vacíos en las manos; parecía algo vanal y sin importancia, pero los años que llevaba en la oficina, la infinidad de bebidas calientes que había obsequiado tan generosamente a los empleados, de alguna forma éste accesorio se había vuelto algo imprescindible para todos, y su ausencia generaba en todos una sincera aflicción, sin duda habría de ser un dia dificil para todos.

  • Parece que el supervisor  no vendrá hoy – dijo el conserje a  los descorazonados empleados que se amontonaban alrededor de la mesita vacía.

Era cerca del  mediodía, y el termo de café seguía sin aparecer, las actividades parecían desarrollarse con una normalidad tensa.

Por fin llegó la hora de salir.

El hombre llegó a casa cansado y hambriento, había sido un día complicado. Empezó a  abrir  las cajas traídas del trabajo, cajas que contenían  años de experiencias vividas; y entonces; empezó a sentir la soledad, era toda una vida de trabajo, casi treinta años de servicio, y ahora todo lo que quedaba de su brillante carrera era un montón de cajas vacías.

Fue abriendo cajas y desenvolviendo paquetes, la sala de su casa se fué llenando de polvo, esto empezó a fastidiarle, así que decidió posponer el desempacado. De pronto, de la calle se empezó a oír una bulla.

Sacó la cabeza por la ventana, y vio hordas de pequeños con disfraces y calabacitas de colores en las manos, en un ruidoso y colorido desfile: ¡dulce o travesura!; abrumado por el vocerío infantil, se sentó en el sillón  y tomó el periódico que tenía doblado en el bolsillo del saco, trató de leer, pero el ruido era demasiado. Sin haber podido leer más de un párrafo, dobló el periódico y  volvió a guardarlo en el saco. Por fín, decidió volver a la sala, y vió los cajas empolvadas a medio abrir, pensó que, tal vez, continuar desempacando le distraería de todo el alboroto.

Desenvolvía papeles opacos, y salían lapiceros, fólderes y cuadernos; entonces; en medio  de unos pequeños maceteros; apareció una  pequeña asita de ébano y el cuerpo  espléndido de un termito dorado.

Frank Poma Martel

Nací en el departamento de Pasco en Perú, me gusta la lectura desde que estaba en la escuela y cuando cursaba la primaria escribí algunos cuentos infantiles, al terminar el colegio postule a la Universidad Alas Peruanas el año 2010, en la que estudié la carrera de Administración y Negocios Internacionales de la cual egrese el año 2015. Actualmente vivo en la ciudad de Lima en la que me he desempeñado en el ámbito privado y público ejerciendo mi profesión pero no he dejado mi afición por la lectura y continuamente escribo, teniendo especial predilección por las historias de ciencia ficción.

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