Tras las elecciones del domingo pasado, como en cualquier jornada electoral, unos quedaron aburridos y otros contentos. Clara López y Marta Lucía Ramírez tienen motivos para estar orgullosas: López sacó una votación bastante alta para ser de izquierda (todos sabemos que la izquierda no es particularmente exitosa en Colombia) y Ramírez logró posicionarse a sí misma y a los suyos como la tercera fuerza política del país. A Peñalosa no le fue terrible, pero después de las expectativas que alcanzó a generar, el desinfle le debió resultar bastante duro. Respecto de los candidatos que pasaron a segunda vuelta, las cosas son más bien obvias: Santos debe estar perplejo, pues su contendor, Zuluaga, del que muchos (erróneamente) se burlaron por sus pocas capacidades electorales, le ganó, sacando aproximadamente medio millón votos más que él.
Personalmente, confieso que quedé aburrido, aunque no muy sorprendido. Pero no porque, como alegan algunos con un tinte insoportablemente moralista, los resultados electorales evidencian que este es “un país de cafres”, “un país de mierda”, “un país de ignorantes”, o peor aún, “un país de paracos”. No quiero caer, y no voy a caer, en el facilismo de calificar al uribismo y a los uribistas como un combo de seres irracionales y salvajes, que no piensan por sí mismos, y que están en un estado de absoluta seducción debido al estilo populista del caudillo. Creo efectivamente que una parte del electorado uribista no ha pensado muy bien las cosas y está bajo “el embrujo autoritario”, pero eso no abarca a la totalidad. Por lo demás, en todas las tendencias políticas hay gente que repite consignas sin pensar. Eso no es, ni mucho menos, exclusivo del uribismo.
Para la muestra un botón: los que tildan automáticamente, y sin pensarlo bien, a todo el que tenga reparos (de forma o de fondo) con el proceso de La Habana como un “enemigo de la paz”, cayendo en la misma peligrosa e irresponsable jugada que hacía Uribe al calificar de “idiotas útiles del terrorismo” a los que no apoyaban sus políticas. Otro botón: los que afirman, otra vez sin echarle bien cabeza, y repitiendo acríticamente la perorata del senador Robledo, que Santos y Uribe son exactamente lo mismo.
Volviendo al tema del uribismo, creo que Andrés Felipe Parra en una columna en Palabras al Margen da justo en el grano: el electorado uribista (estoy generalizando por supuesto, pero creo que efectivamente esto podría caracterizarse como la esencia del uribismo) está convencido de que acabar con las FARC, grupo que es visto exclusivamente (y equivocadamente considero yo) como una amenaza terrorista, es un fin superior que debe ser alcanzado a toda costa, por lo que cualquier medio que se use para ello está plenamente justificado, y está también por el mismo motivo más allá de cualquier juicio ético. Es decir, a los medios a los que se recurra para destruir al enemigo no se les puede calificar de buenos o malos, ni importa si son legales o ilegales, el punto es que son necesarios.
Estoy en completo desacuerdo con esa posición, pero no voy a entrar a juzgarla. Esto es Colombia, y aquí el contexto es lo suficientemente complejo como para que este tipo de posturas surjan y tengan acogida en la esfera pública. Además, buena parte de la culpa por este tipo de fenómeno le cabe a las FARC, que son probablemente la fuerza más políticamente torpe que he tenido la desgracia de ver.
Las FARC son una guerrilla que es mayoritariamente rechazada, si no detestada, por la sociedad colombiana. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que negociar con ellas no es precisamente una jugada popular, y que la presión de la opinión pública, cansada por lo que percibe como un proceso de paz más bien inútil, puede obligar a finiquitar las negociaciones en La Habana.
Bastaría con que dieran algunas muestras serias y visibles de voluntad de paz (por ejemplo un cese al fuego), y creo que este tipo de posturas radicales (las del uribismo) aflojarían un poco, y parte del electorado derechista (no todo) podría correrse levemente al centro, y esperar cauteloso lo que sigue. Pero si las FARC insisten en hacerse los difíciles, con frases efectistas como la de que no van a entregar las armas porque sería una humillación, entonces van a terminar de inclinar el electorado a la derecha, muy a la derecha, y van a ser culpables de su propio hundimiento en el pantano.
Nota al pie. Termino de escribir esto y veo que Oscar Iván Zuluaga anunció que si gana en segunda vuelta no suspenderá de inmediato los diálogos de La Habana, y continuará con las negociaciones. Si Zuluaga moderó su posición, y se corrió discretamente hacia el centro, me parece que es la oportunidad perfecta para que las FARC hagan lo mismo, a ver si le bajamos el tonito a esta vaina.
@AlejandroCorts1
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1.0-9/10157367_1429775133947014_2734248217865849022_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y Revista Debates de la Universidad de Antioquia. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Actualmente se desempeña como practicante en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI). Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
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