El ser aristocrático de Rodrigo Saldarriaga

Muchas letras tendrán que escribirse para nombrar la vida y obra de Rodrigo Saldarriaga en todas sus múltiples facetas, proezas y profundidades.

Yo quisiera –hoy lo confieso- en algún momento hacer la biografía de Rodrigo, la más completa biografía que deje entrever su periplo vital, su ser revolucionario, su ser creador, su amor a las alturas del pensamiento.

Por el momento, en medio del dolor y de la distancia, hoy quiero ofrecer una caracterización sobre su ser aristocrático.

Dado que la palabra aristocracia causa tantos equívocos entre los hombres modernos voy a utilizar una definición que formulé años atrás sobre este concepto y que puede ser el marco esencial para ponderar la esencia del gigante del Pequeño Teatro.

Rodrigo siempre se reía cada vez que yo le decía que él era el único aristócrata de verdad que yo había conocido de carne y hueso, pues que los demás sólo los había encontrado en los libros.

Nietzsche habla de una nueva nobleza. Esta nobleza no se puede comprar, no es una oligarquía burguesa del mundo moderno: “En verdad, no una nobleza que vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio”. No se trata de una nobleza hereditaria, pues no importa el lugar de origen, sino hacia dónde se va, cómo se supera el hombre a sí mismo: “¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, – ¡eso constituya vuestro nuevo honor!” Un aristócrata, en tanto que crea valores. Una aristocracia del saber, del arte, de anticipación al futuro. En definitiva, un aristócrata, que no es un monarca que vive de privilegios heredados sin hacer ningún esfuerzo, ni un burgués moderno egoísta y ambicioso. No se puede confundir este concepto de aristocracia con las modernas oligarquías burguesas. Se trata de una cuestión de altura, de arte, de conocimiento, de los pensamientos más profundos, se trata una elevación humana.

Rodrigo era un sibarita, un hombre de arte, cuya vida misma fue una exquisita obra de arte. Un seductor empedernido. Sabía de los placeres del mundo sin hacer ostentación de la vida trivial del mundo burgués. Un día me dijo que sólo gustaba de vinos y carne, no quería tragos fuertes, prefería siempre la misma cerveza que tomaba en cantidades enormes, también decía que casi no dormía y cuando uno compartía con él sabía que todo aquello era cierto. Amaba la noche, amaba a la mujer bella. Amaba la conversación inteligente, espontánea, era un experto en hablar, en narrar historias con una galanteo lleno de picardía. No gustaba de lujos y propiedades, lo suyo era el vivir bien, con aplomo, jovialidad y gusto por la vida. Rodrigo era la muestra de la más alta nobleza, entendiendo la nobleza, no por la casta de apellidos, sino por la más alta superación de la vida en un ser humano que se hizo de tremendas batallas en la política y en el arte. Fue un espíritu libre. Por ello estaba muy por encima de gentes y cosas, y aun así, no olvidaba que era un hombre de pueblo, sencillez y grandeza era el secreto de su personalidad.

Yo no me pregunto tanto de dónde venía Rodrigo sino hacía donde se dirigía siempre, y la respuesta es clara, Rodrigo siempre tendía sus anhelos hacía las alturas del pensamiento, hacia la elegancia de la veracidad, hacia el gozo de la creación; Rodrigo hizo realidad con su vida aquella máxima del joven Nietzsche de la Tragedia, “sólo como fenómeno estético está justificada la existencia”.

Rodrigo fue un aristócrata, en tanto que creó valores, extrajo del mundo lo mejor de sí, varias generaciones aprendimos de su amor a la aventura. En la despedida que me regaló antes de partir a Venezuela, me dijo unas palabras que retumban en mi cabeza, “Ándate, que en la aventura está la verdad”.

No he dicho nada sobre el ser político de Rodrigo, quizá mucho de su ser aristocrático de indicaciones para entender al Rodrigo político, que también en este campo fue un fascinador. Hablar del compromiso político de Rodrigo con Colombia es un trabajo que requiere tiempo y concentración, es una gran parte de la historia de la izquierda en Colombia. Yo no tengo hoy los materiales para decir todo lo que significó Rodrigo para la izquierda.

Estoy atado a un recuerdo,  a su palabra, a su mirada. Ahora no consigo decir nada más. Quizá tan sólo por el momento para sustentar mi opinión:

Rodrigo Saldarriaga era un aristócrata en tanto que siempre permaneció dueño de cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía y la soledad.

 

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-a-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-ash2/t1.0-9/31774_102838173096686_2341246_n.jpg[/author_image] [author_info]Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, fundador de la Escuela Zaratustra, autor de los libros «1815: Bolívar le escribe a Suramérica», «Tras los espíritus libres» y «Andanzas y Escrituras». Actualmente reside en Venezuela donde viajó a comprender en profundidad la Revolución Bolivariana. Leer sus columnas [/author_info] [/author]

 

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1 Comment

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  • Excelente escrito. Muchas gracias compañero por compartir con nosotros esta estampa de Rodrigo Saldarriaga. Gracias por refrescarnos el alma en medio de tanta tristeza.