Ya lo hemos dicho con insistencia, sentimos la obligación íntima de ser voceros de la esperanza; no como una declaración de optimismo irredento, sino con la fe puesta en la capacidad colectiva de conseguir los resultados que nos hemos propuesto como sociedad. Y sin duda un propósito común urgente tiene que ver con la superación de la crisis derivada del coronavirus, ese virus letal al que jamás imaginamos que tendríamos que enfrentar.

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Tener esperanza es abrigar un deseo, pero anticipar su materialización. Por eso, Aníbal Gaviria ha definido el futuro como aquello que se puede cambiar, que se puede transformar. Mantener la esperanza no es sentarse y aguardar que las cosas sucedan, sino hacer lo necesario para que ocurran como esperamos o necesitamos que sean. No es una actitud pasiva, sino todo lo contrario, la expresión máxima de la cooperación y de la unidad para alcanzar metas comunes. De hecho, el pedagogo brasileño Paulo Freire define la esperanza como una necesidad ontológica, que nos mueve y nos marca una dirección.

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Y justamente la esperanza es la que nos ha impulsado siempre a defender, cuidar y proteger la vida. Con esperanza, desde antes de que la pandemia llegara al país, Aníbal Gaviria asumió personalmente las acciones de gobierno encaminadas a hacerle frente, como siempre, en clara muestra de ética y de humanidad, pero también de invitación a la unidad. Por eso desde el minuto cero sumamos aliados en búsqueda de tomar las mejores decisiones para equilibrar la salud y la economía, con la convicción de que la vida depende de ambas dimensiones, en distintos niveles.

El momento presente de la pandemia es todavía bastante complejo, hemos tenido tantos aprendizajes dolorosos, hemos sumado tantas pérdidas, pero también hemos demostrado las bondades de trabajar unidos, de escuchar a la ciencia y a la academia, de consolidar alianzas público – privadas, de articular diversos niveles de estado, sin embargo, cada vez más transita el camino de la ESPERANZA.

No me cabe duda. Las medidas que hemos tomado han salvado miles de vidas. Aunque es cierto que hoy lamentamos más de 12 mil pérdidas, otra sería la realidad sin ellas. Y en buena medida hoy la esperanza tiene que ver con el proceso de vacunación que viene mejorando en ritmo y cobertura, de cara a la inmunidad colectiva que necesitamos.

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Ahora bien, una de las obligaciones que tenemos como gobernantes es leer los ritmos y las urgencias del momento, porque los tiempos son distintos y nos corresponde entenderlos para actuar en consecuencia: sin duda, la gente ha cambiado sus prioridades y quiere asumir de manera distinta la pandemia y su vida en medio de esta crisis.

Hoy, el grueso de los ciudadanos quiere libertad para vivir, para trabajar, para disfrutar una vida que el virus les ha arrebatado durante más de un año. Es una postura totalmente humana y debemos hacer una lectura lúcida y realista de ella, sin prejuicios y sin radicalismos.

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Como he manifestado en diversos escenarios desde hace días, viendo las proyecciones epidemiológicas, pienso que ES MOMENTO DE LA CONFIANZA. De creer en la gente.

Pero, sobre todo, también es el momento de la libertad, pero con responsabilidad. Eso implica que todos entendamos que falta poco para recuperar cierto nivel de normalidad y que el mejor homenaje que podemos hacerle al personal médico en este tramo, aparentemente final de la pandemia, es cuidarnos con responsabilidad.

Nuestros abuelos y papás ya están protegidos con la vacuna. Aunque seguimos avanzando a buen ritmo, aún faltan nuestros hermanos y muchos de nuestros amigos. Por ellos, debemos protegernos, falta poco para completar la vacunación, pero no podemos olvidar que la consigna es Cuidarnos y Vacunarnos.

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Es importante entender que en este periodo los contagios pueden ir en aumento, pero la esperanza es que la letalidad baje gracias a los avances en vacunación y a que lo que hemos logrado en materia de seroprevalencia, es decir de personas que han tenido contacto con la enfermedad. Ese panorama nos deja pensar en una disminución en los pacientes en estado crítico y en el número de muertes. Aún tenemos días difíciles por delante, pero confiamos en que sean pocos y sabemos que seremos capaces de hacerles frente.

La libertad de vivir exige responsabilidad individual, que cada uno se cuide y que piense en los demás, que cuide al otro. Creo sinceramente que falta poco para poder declararnos supervivientes del momento más difícil de la historia. Hoy, más que nunca, está en manos de cada persona que termine bien. He repetido hasta la saciedad que ello no requiere ni una orden ni un decreto, es un asunto del fuero personal y el compromiso con la vida, propia y ajena.

Tengo la esperanza puesta en esta sociedad que ha sido capaz de superar tantos momentos difíciles, confío en que sabremos usar la libertad para honrar la vida, la nuestra y la de quienes se fueron. Esa deberá seguir siendo la tarea de todos.

Luis Efe Suárez.