El discurso moral en la política

A diario hacemos juicios valorativos, práctica común y recurrente a la que nos enfrentamos todas las personas al momento de hacer elecciones personales y colectivas. Por ejemplo, al momento de elegir qué ropa ponernos, qué tipo de comida queremos, qué transporte usaremos (teniendo en cuenta tiempo y dinero), qué libro o qué autor deseamos leer, entre otros muchos más escenarios.

La atmósfera política en democracia no es ajena a este tipo de valoraciones, se hacen sobre candidatos en relación con su programa de gobierno, comparaciones con otros candidatos, analogías, se manifiesta cuál sistema de gobierno es mejor, cuál candidato es más apto para gobernar, entre otro tipo de razones que justifican nuestro razonamiento práctico.

Es así como nuestro razonamiento valorativo es estructurado de acuerdo con diferentes criterios, existe una heterogeneidad de ideas que sin duda son ajenas a una posible sistematización debido a su escasa manera de poder acceder a ellas. No obstante, el interés de muchos filósofos de la moral, psicólogos y científicos sociales es demostrar la dimensión práctica de nuestros razonamientos morales.

Cuando realizamos valoraciones hacemos una defensa frenética sobre nuestras elecciones morales. Es decir, si decimos que el político X es mejor que el político Y realizamos una defensa discursiva un poco extraña. A saber, si estamos haciendo defensa del político X no diremos por qué razón es mejor el político X que Y, si no, que en sentido contrario se hará una defensa negativa sobre lo que no es Y.

En palabras de Moore:

“La posición es así. Un hombre dice que un triángulo es un círculo: otro responde ¡Un triángulo es una línea recta! y te demostraré que estoy en lo cierto: porque (este es el único argumento) una línea recta no es un círculo.”

Sobre este punto, afirma Moore que la relación que realizamos de elegir el político X o Y va de la mano de un argumento correctivo. Por lo tanto, cuando decimos que algo es “bueno” implícitamente dotamos de un meta-significado del que inicialmente pudiese ser, dándose así la corrección e incorrección. Tenemos entonces, por un lado “bueno” que se aleja en cierta medida de “lo bueno” y por otro lado tenemos “conducta” que pertenece al dominio del razonamiento práctico en la esfera política asignándole significado a lo bueno.

Es así como Moore pretende restringir el paso a las éticas naturalistas las cuales se basan o pretenden reducir un “debe” de un “es”, en otras palabras, no se pueden derivar hechos morales de los hechos de la conducta humana (falacia naturalista). Si seguimos la línea de razonamiento práctico de qué es lo bueno y lo malo en política, podemos pensar que existen razones que establecen que la forma de verificar dicho razonamiento se encuentra en el lenguaje. Como no existe manera cognoscitiva de acceder a los juicios de valor, sentimientos, enunciados morales, comunes en la arena y el discurso político, la verificación a través del lenguaje es una muestra de poder alcanzar tal empresa. Los dilemas morales que se encuentran en el primer nivel de aporías al momento de hacer elecciones o evaluaciones morales colisionan con lo que percibimos como “bien” o como “bueno”.

En muchos casos, nos encontramos en dilemas morales; cuando se elige el político X sobre el Y, y aún más en el caso de la ‘ética situacionista’, que propone resolver dilemas morales sobre situaciones contingentes o particulares y pretende que estas sean resueltas por otras sobre la misma base. De manera que la corrección normativa en ética es necesaria precisando los linderos conceptuales de nuestros juicios valorativos al momento de realizar discursos políticos o desde la palestra, escuchando el discurso político.