El Des-PEÑA-dero de la UNAL

Unal

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La elección del profesor José Ismael Peña como rector ha sumido a la Universidad Nacional de Colombia en un foso sin fondo. La crisis de legitimidad del CSU, órgano directivo máximo, ha socavado la democracia universitaria, ha pisoteado la voluntad de las mayorías, profesores y estudiantes, y motivado un llamamiento justo a una desobediencia civil, que hasta ahora sigue en firme y sin reversa, hasta tanto se restablezcan los derechos desvergonzadamente burlados.

El craso error de la Ministra de Educación, Aurora Vergara, que demostró inhabilidad y tibieza (es incomparablemente más penosa esta elección que la pérdida de los Panamericanos en Barranquilla), ha contribuido a ahondar un problema fundamental para el futuro próximo de nuestra Universidad.

Los comunicados (de convención) que han lanzado a la opinión pública los exrectores de la UNAL y la actual rectora, Dolly Montoya, solo hacen entrever los oscuros intereses de un continuismo en la dirección administrativa (ergo, los billones entre manos de la contratación y los puestos directivos lucrativamente bien pagos) y la caduca manera de entender los derroteros de la primera universidad colombiana.

La crisis de la UNAL no es nada nueva; viene de mucho tiempo atrás, de un pasado institucional que se asocia a una línea de continuidad en el tiempo y de un fallido proyecto universitario público de décadas. La Universidad Nacional es una especie precámbrica en extinción, que no le sirve, tal como hoy es gobernada, ya a la nación colombiana del cambio por la vida.   No es difícil buscar en la primera rectoría de Marco Palacios en 1984 un punto de quiebre hasta el presente.

Marco Palacio fue traído por Belisario Betancur de México para atender varios asuntos urgentes, ante la más espantosa crisis generada por la masacre de la luctuosa tarde del 16 de mayo del ese año[2]. Ante todo se trataba de restablecer un orden bajo el entendido de la negación de ese crimen de lesa humanidad. Lo demás provenía de una cartilla de un temprano neo-liberalismo: desmantelar residencia y clausurar el restaurante universitario, buscado la solución en la venta del sofá.

Antanas Mockus, quien tempranamente empezaba a figurar en los pasillos (y hasta por el Jardín de Freud) por sus ingeniosos juegos de buscar la pelotica (que es lo contrario de la dialéctica), ya como Vicerrector de Docencia, al calor de la Constitución de 1991, encontró la piedra filosofal para hacer el salto del tigre universitario. Debíamos, dice en un documento maestro de esos años, dejar de lado las especulaciones sociológicas o antropológicas y abocarnos a hacer investigación científica de punta que nos permitiera vender a la gran empresa nuestras patentes y no depender de la financiación estatal. La celebración del hijo de lituanos, que odiaban cordialmente el comunismo, encontró en esta formulación un ideario universitario a la altura de los tiempos pos-soviéticos.

Con todo, este programa que ha sido la línea directriz desde esos años a hoy, no ha logrado solucionar aquello que prometió el mundialmente célebre rector, no por sus grandes patentes científicas sino por la desvergonzada exhibición de sus blancuzcas y fofas nalgas ante un auditorio atestado de estudiantes y estudiantas (hoy se puede revivir el caso como Violencia Basada en Género).

A Palacios y Mockus les sucedieron en la rectoría otras figuras de museo de cera. Se recuerda a Ignacio Mantilla por los millonarios sofás para que Mockus pusiera sus posaderas de circo y a Moisés Wasserman por su engreimiento sin competencia etc. Este neo-liberalismo de escalafones y competencias inter-grupales (en el fondo desleal y por ende banal) están en bancarrota moral.

La Universidad Nacional de Colombia está hoy lastimada de muerte. El proyecto neo-liberal ha minado su tradición de más de ciento cincuenta años. Las tres promesas anunciadas en un elefante blanco por Mockus, a saber, que íbamos a estar entre las mejores universidades del globo, que los problemas financieros eran cosa del pasado y que los disturbios estudiantiles y en general la violencia y malestar estaban llamados a ser desterrados del campus, se han incumplido completamente.

La Universidad Nacional está en ruinas, sus campus adolecen de una infraestructura física apropiada, donde se cae ladrillo a ladrillo casi a la vista del transeúnte, y entre su planta profesoral no contamos con figuras nacionales representativas (intelectuales de talla respetable) que hablen a la nación de a pie y sean escuchados sin mesianismos, bajo el signo de la utopía. Desnudar “gayamente” la anomia de los valores de hombres cansados. La rebeldía audaz de la inteligencia, pues esa es su función social y política primordial, hay que buscarla en los libros que hoy los cubre el polvo del olvido.

El intento de hacer volar materia gris a la estratosfera (a lo Fabián Sanabria) tuvo el efecto del cabeceo ofuscado de los globos de helio atados a su tanque en tierra.  RIP a la obra de Manuel Ancízar y Miguel Plata a Cayetano Betancur, Virginia Gutiérrez de Pineda y Rubén Jaramillo Vélez, víctima de la reacción neo-liberal que la tiene al borde del abismo, desPEÑAda.


Todas las columnas del autor en este enlace: Juan Guillermo Gómez García

[1] Profesor Universidad de Antioquia y Universidad Nacional de Colombia (Sede Medellín).

[2] No han sido las directivas universitarias que han hecho mutis por el foro, sino la valiente investigación del grupo Archivos del Búho, recientemente presentado a la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, que ha logrado establecer la violencia planificada por los agentes del estado, Policía, GOES y F-2, con un saldo de víctimas enormes. Los cuerpos de los asesinados no han sido aún hallados.

Juan Guillermo Gómez García

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Doctor en filosofía de la Universidad de Bielefeld, Alemania. Profesor UN y UdeA.

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