“Quien se considera impoluto y procede a pronunciar apasionadas retóricas sobre el tema de la dignidad, engañando efectivamente a quienes no están al tanto de la situación, no es más que un ideólogo beligerante y militante de la extrema izquierda que, en realidad, no está en absoluto inclinada con los intereses de las clases populares. Se naturaliza la defensa a ultranza del crimen y la guerrilla mientras el progresismo colombiano hunde al pueblo en la pobreza. El capitalismo ostentoso que se ha observado florecer alrededor de su presidente, su familia y su círculo íntimo, ha sido identificado como un factor significativo en la erosión de la confianza pública y la credibilidad socialista en la nación.”
En el contexto de una crisis económica y un déficit fiscal de considerables proporciones, parece ilógico que Gustavo Francisco Petro Urrego destine importantes recursos para repatriar a migrantes ilegales que han optado por violar la ley de los Estados Unidos. La dignidad populista de su mandatario se sustenta en la movilización masiva de personas a Colombia para que salgan a las calles a defender una propuesta política de izquierda que engaña a los incautos haciéndoles creer que sacará a la nación del atolladero en que la ha sumido. Son censurables los recursos gastados por una corriente que se dedica a hacer payasadas, que quieren pasar de bajo perfil, como un concierto de la esperanza que cuesta a los colombianos miles de millones, mientras sigue infligiendo perjuicios a la salud, al bienestar, a la seguridad y todo lo que está por venir.
La situación actual en Colombia es la consecuencia de estar en manos del ego de un resentido que propaga una dignidad populista que en nada se alinea con la inmensa mayoría de los colombianos. Corta memoria de las clases populares ha llevado a omitir la inacción de la izquierda nacional, y sus agentes representativos, respecto a los millones de empobrecidos que Hugo Rafael Chávez Frías y su Partido Socialista Unido de Venezuela llevaron a la miseria e hicieron desfilar por los caminos del continente. Además, brilló por su ausencia toda desaprobación moral ante la pauperización de millones de argentinos bajo los gobiernos kirchneristas. Es imposible creer que un exguerrillero, no resocializado, mantendría su palabra en campaña y dejaría de ser el embustero al que el país le importa poco y nada. La noción de que alguna vez luchó por un ideal político es ahora un punto discutible, ya que se alinea con los objetivos de grupos armados, asesinos y productores de drogas que requieren el respaldo corrupto del progresismo.
Existen numerosas incongruencias en los militantes de la izquierda y sus fuerzas aliadas que se agrupan en lo que han denominado el Pacto Histórico por Colombia. Por ejemplo, expresan profunda consternación por la deportación de nacionales, pero parecen indiferentes ante la difícil situación de los pacientes que no pueden acceder a citas o medicamentos. Se propaga un discurso de libertad y dignidad; sin embargo, se hace imperceptible el sufrimiento de los oprimidos, al tiempo que se respalda la dictadura de Nicolás Maduro Moros. Se cuestiona la veracidad de las afirmaciones sobre la preocupación por los inmigrantes y el bienestar de las familias separadas, ya que las acciones parecen demostrar una mínima consideración por la dignidad de los más necesitados. Esto se ve corroborado por la aparente incoherencia en su enfoque, caracterizado tanto por instantes de defensa vocal como por periodos de inacción.
La complicidad de los progresistas colombianos, evidenciada por sus respuestas tácitas o sus marchas de acuerdo con las directrices de sus superiores, subraya aún más el silencio o la ambivalencia imperantes en torno a este asunto. Las acciones de Gustavo Francisco Petro Urrego y sus seguidores han dejado al descubierto una flagrante hipocresía, una frivolidad manipuladora y una bondad espuria, que ponen de relieve la superficialidad de sus principios profesados. La proclividad de su presidente a los trinos nocturnos y a las juergas de fin de semana no sólo altera los protocolos diplomáticos establecidos, sino que socava eficazmente las relaciones internacionales. Un ejemplo destacado de lo peligroso que es su mandatario fue la decisión de revelar datos de inteligencia militar relativos a la ubicación de un campamento del ELN en el Catatumbo, una medida que ha sido ampliamente criticada por sus posibles implicaciones para la seguridad nacional. Hechos indicativos de un desprecio por las leyes establecidas y de una voluntad de servir de facilitador para actividades terroristas. Además, sus acciones han llevado a la percepción de que es el dignatario más favorable a guerrilleros y criminales de la historia reciente.
El resentimiento que se aprecia en el pensamiento y la actitud de la izquierda progresista, ejemplificado en su presidente, es indicativo de individuos que nunca han tenido que esforzarse por conseguir sus logros, ya que siempre se ha esperado que todo les fuera dado. La mentalidad del colectivo «petrista» está íntimamente asociada al victimismo, caracterizado por la falta de voluntad para asumir la responsabilidad de los propios actos, atribuyendo la culpa a factores externos. Este perpetuo estado de victimismo fomenta la búsqueda de aliados entre aquellos que nunca han luchado por ganarse sus privilegios, sino que han sido beneficiarios de las acciones que les hacen pensar que el mundo y la sociedad tiene una deuda con ellos. En consecuencia, el llamamiento a la transformación se alinea con frecuencia con la agenda de los militantes de la guerrilla, buscando blindarlos con una serie de apoyos políticos, financieros y logísticos. Esto se manifiesta actualmente en forma de un deterioro económico que afecta a las Fuerzas Militares, con el objetivo de empoderar a colectivos que imponen su agenda ideológica mediante el uso de la intimidación.
El reto del progresismo de izquierda en Colombia es doble: en primer lugar, conseguir el respeto interno y, en segundo lugar, lograr el reconocimiento internacional. Mientras el discurso diplomático se caracterice por los ataques personales y los arrebatos caprichosos de una ideología mandada a recoger, la imagen del país seguirá empañada por discursos alejados de la realidad fáctica. La transformación de la nación, tal como la imaginó la izquierda, quedó confinada a la retórica. En su ejercicio del poder, Gustavo Francisco Petro Urrego demostró una incapacidad para gestionar eficazmente su visión política, atribuyendo en última instancia los desafíos imperantes a los mismos individuos. Es imperativo que el Sensey de los humanos reconozca que el liderazgo implica no sólo identificar las causas, sino también asumir la responsabilidad por ellas. Las acciones de su dignatario, que se han caracterizado por la locura y la inestabilidad mental, no parecen ser más que pasos premeditados para consolidar el poder y urdir un estado de caos y conmoción.
Gustavo Francisco Petro Urrego y sus aliados no conocen el concepto de lealtad. Son una corriente política arrogante que se cree el último oasis del mundo. La fusión de capitalismo con consumismo y riqueza con necesidades es indicativa de un juego irónico que teje la construcción de sentido en el marco de una propuesta que revela una crítica oculta que es incapaz de asumir. El «Petrismo» se muestra desinformado respecto a la historia «reciente» de Colombia, y aparentemente desconocedor de otros temas. Sin embargo, se empeña en presentar su propia interpretación de los hechos, que se transmite a través de murales panfletarios que parecen tener la intención de instrumentalizar a las víctimas. Mientras el Catatumbo es pasado por alto, la izquierda difunde una serie de argumentos compuestos por medias verdades y falsedades que constituyen una crónica de intereses propios y ajenos, racionalizados con sofismas y mendacidad. La lucha que ahora pretenden presentar como una búsqueda de dignidad es cada vez más irrelevante y carente de credibilidad. Su narrativa, que se basa en una comprensión rudimentaria de la geopolítica, es incapaz de validar el concepto de socialismo progresista.
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