Comiendo callados

Foto: vivirenelpoblado.com

Hoy esas personas, personas buenas y “normales”, hacen su mejor esfuerzo mientras otros se aprovechan de su buen nombre y gozan al obligarlos a cargar contra opositores, activistas y periodistas para ocultar los escándalos de cada mes.


Desde que entré a la universidad siempre quise aprovechar las vacaciones para trabajar y ganar un poco de dinero propio. Un diciembre tuve la oportunidad de trabajar en una de las tiendas de una reconocida marca de ropa; uno de esos días la administradora me comentó cómo operaban los típicos ladrones de centros comerciales, en grupos o parejas, llegan con morrales o bolsas grandes, ven toda la ropa, pero no compran nada, etc.

Dada esa descripción estuve confiado en cómo se vería un ladrón. Poco me imaginaba que podía ser como una persona completamente “normal”. Otro de esos días, mientras ayudaba a empacar la ropa que acababa de comprar una señora, hubo una discusión en la caja de al lado por un descuento que no se hizo efectivo. Durante la conmoción, la mencionada señora (quien era muy “normal” si les soy honesto), tomó un esmalte de la marca, le quitó el sticker que lleva el chip que hace sonar el dispositivo de seguridad a la entrada y se lo guardó en el bolso. Yo vi todo, en cámara lenta.

Luego, en cámara rápida, la señora me dijo algo como “nadie se va a dar cuenta porque usted no va a decir nada” y me guiñó un ojo. Efectivamente yo no dije nada, sentí miedo y culpa inconmensurables ¡por un esmalte! Hoy me hace pensar sobre cuán curioso es que cosas aparentemente tan pequeñas nos cuestionen profundamente, es lo que sucede cuando uno trata de vivir por principios, a diario la vida ofrece experiencias que te hacen reflexionar sobre los mismos.

Varios años después me encontraba en la universidad y al salir de clase quise comprar unas crispetas, de esas dulces que venden en el D1, metí un billete en una de las máquinas expendedoras y marqué el código del producto. No supe qué pensar al ver que caían dos paquetes en vez de uno, puede causar risa, pero sentí la misma culpa y miedo de aquella vez trabajando en la tienda. “¡Muy de buenas!” decía una compañera, pero yo no me sentía así, me sentía decidido a devolver el segundo paquete a como dé lugar.

Vaya sorpresa me llevé cuando al llamar a la empresa encargada de la máquina, la persona que me atendió se rio de mi historia, no podía creer que yo quisiera auténticamente, devolver un paquete de crispetas de dos mil pesos. Luego de dos intentos fallidos y casi una semana de llevar las crispetas a pasear en mi maleta, opté por comérmelas con la mediana tranquilidad de haber hecho mi mejor esfuerzo. Puede parecer tonto, claro, pero nuevamente, estas experiencias me cuestionan sobre la pregunta de los principios.

En nuestra sociedad hay muchas personas que cumplen las leyes, son buenos vecinos o hacen su mejor esfuerzo por reciclar pero que, como algunos de los lectores, pensarán a primera vista que no está tan mal si alguien se roba un simple esmalte, o se come un producto por el que no pagó. Hoy hay muchas de esas buenas personas trabajando para el gobierno local, incluso en relevantes cargos, personas que podrían ser buenos amigos o profesores de la universidad, gente “normal”.

Esas personas me hacen preguntarme en mucha mayor profundidad por el asunto de los principios. Especialmente en este momento cuando duele pensar en la Alcaldía de Medellín. Hoy, muchas de esas personas buenas están allí con la esperanza de generar un cambio positivo, de aportar a la ciudad. Pero también están allí callados, cambiando, renunciando a lo que creen bueno mientras dejan pasar lo incorrecto de otros como si fuera aceptable o normal.

Hoy esas personas buenas miran a otro lado mientras el alcalde gobierna con reconocidos politiqueros o nombra a familiares en cargos importantes, callan mientras el alcalde miente con descaro sobre las 1000 UCIs y muchas cosas más, y evitan, intencionalmente, reconocer las denuncias del inadecuado control que ejercen algunos secretarios (y el mismo alcalde) sobre las entidades descentralizadas del municipio.

Hoy esas personas, personas buenas y “normales”, hacen su mejor esfuerzo mientras otros se aprovechan de su buen nombre y gozan al obligarlos a cargar contra opositores, activistas y periodistas para ocultar los escándalos de cada mes. Hoy esas personas me hacen preguntarme ¿dónde quedaron los principios?

 

Foto: vivirenelpoblado.com

 

Pablo Andrés Estrada

Estudiante de Economía y Ciencias Políticas, interesado en la política, sobretodo si se hace con principios.

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