¿Cesó la horrible noche?

“Del Orinoco el cauce se colma de despojos; de sangre y llanto un río se mira allí correr”

Hace una semana sostenía una conversación con un gran amigo politólogo, de esas conversaciones que se hablan de todo. Pero, efectivamente había un hecho que se hizo protagonista en esa charla, una situación de la que reconozco pocas veces he escrito con la excusa del poco tiempo que me queda después de tener que cumplir con múltiples funciones y que en otras ocasiones dejo de hacerlo porque no consigo buena información para abarcar un tema tan delicado y doloroso como lo son las masacres, o como lo denominó el señor presidente Iván Duque: “Homicidios Colectivos” Hoy con total respeto a las víctimas y a sus familiares me atrevo a escribir sobre ello.

Como periodista nunca me ha interesado escribir a la carrera sobre tendencias nacionales que impliquen derrame de sangre, sueños rotos y familias con grandes dolores profundos y de los que normalmente no se obtienen respuestas ligeras de lo ocurrido. Estos hechos merecen todo el tiempo, la disposición para escuchar e investigar sobre lo ocurrido. No quisiera titular por titular sin ni siquiera haber escuchado las versiones de quienes lo vivieron en carne propia, y no sólo de los últimos asesinatos sino de todos aquellos que han sido parte de la historia y han marcado las horas más trágicas de nuestro país.   Parece contradictorio ir contra la regla periodística, no querer escribir con inmediatez y oportunismo sobre una realidad que nos afecta a todos, pero hay veces por en ir en busca de una inmediatez hace que normalmente se pierda la información más importante, en este caso, la de las víctimas. Además, se escribe bajo la rabia y la impotencia que hechos tan macabros originan, y la idea no es darle a la gente argumentos para incrementar el odio, la idea es que como sociedad podamos replantearnos y protegernos entre todos, porque hoy fueron ellos, que son parte de nosotros como construcción de país, pero que mañana puede ser uno de nuestros hijos, hermanos o primos.

En las últimas semanas, asesinaron a 5 menos de edad en Cali, los mataron en un cañaduzal del suroriente de dicha ciudad, en un barrio donde reubicaron a cientos de familias que huyeron del conflicto armado de diferentes regiones del Pacífico colombiano. Habían pasado mucho tiempo resguardados en cambuches sobre un Jarillón del río Cauca, a lo cuales luego, se los llevaron a vivir en un proyecto de vivienda de interés social hace siete años. En el Municipio de Fredonia al Suroeste de Antioquia según denuncias ciudadanas dispararon a 4 jóvenes y encontraron muertos a 3 personas más. En Samaniego, Nariño murieron a causa de las balas 8 jóvenes (Para cuyo caso la Fiscalía ya adelantó una hipótesis), en Pueblo viejo asesinaron 3 indígenas. También en Nariño, municipio de Leiva, en límites con Cauca, mataron a otros dos menores de edad: Cristian Caicedo y Maicol Ibarra, de 12 y 17 años, quienes iban para el colegio a llevar una tarea y fueron interceptados y asesinados por hombres del clan del Golfo, que se disputan el control de ese territorio con el Eln y con las disidencias de las Farc. Según informaron las autoridades municipales, se trata de una guerra por los cultivos de coca y por las rutas para sacar la droga. Los mataron a quemarropa con armas de fuego de largo alcance.

No iba hablar de la siguiente masacre, porque cuando ocurrió mi columna ya había sido enviada a publicación. Y me pregunté: ¿Cómo no voy a incluir una situación más que nos pone en agonía? Un hecho, que se arraiga al terreno en que floreció mi infancia y parte de mi adolescencia. En Venecia, Antioquia, el municipio de la montaña más exhuberante de Colombia, el pueblo que me vio crecer, el pueblo que hace poco era tendencia por la belleza cultural de sus murales artisticos y el cual se vio manchado por la ola infernal de sangre a causa de una masacre ocurrida el domingo, 23 de agosto siendo las 6: 30 pm en el barrio Los Álamos en los adentros de una vivienda. Allí fallecieron tres personas entre ellas un menor de 17 años, y otro más quedó herido. Según Óscar Andrés Sanchez Álvarez, alcalde del municipio “La hipotesis del ataque armado es la disputa local por el microtráfico de estupefacientes”.

Sin embargo, hay otros asesinatos que no me atrevo a nombrar porque aún faltan por documentar. Las cuales son igual de importantes y dolorosas. Los asesinatos de Cali y Samaniego ocurrieron apenas con cuatro días de diferencia.  Los primeros eran niños afro, estudiantes de bachillerato, hijos de recicladores, vendedores ambulantes, obreros de construcción y empleadas domésticas. Los segundos eran universitarios, en su mayoría. Muchachos de clase media, hijos de profesores, médicos, pensionados, campesinos y comerciantes que construían su futuro.

Frente a esta situación el presidente Iván Duque se pronunció y afirmó: “Muchas personas han dicho: ‘volvieron las masacres, volvieron las masacres’, primero hablemos del nombre preciso: ‘homicidios colectivos’, y tristemente hay que aceptarlo como país, no es que volvieron, es que no se han ido tristemente estos hechos de ‘homicidios colectivos”. Por otro lado, El ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, quien visitó la zona de Nariño, ha dicho que este lamentable caso está asociado al narcotráfico y a los cultivos ilícitos, y destacó que en esa región del país el Eln sigue haciendo una fuerte presencia.

No dejó de pensar en las familias al leer y al escribir sobre cada muerte, ni de asociarlo a la dura infancia que “viven” muchos de nuestros niños, no dejo de pensar que sentiría si fuera mi hija. Y, es inevitable no pensarlo cuando las cifras reflejan que Colombia es un país acostumbrado a que maten a sus niños. En el 2018, 710 menores de edad entre cero y 17 años fueron asesinados. En promedio, dos diarios. El rango con más casos es el comprendido entre 15 y 17 años, con 545 casos. Entre 2018 y 2019, 883 menores de entre 0 y 10 años fueron asesinados en el país, según cifras de Medicina Legal. En los mismos dos años, Cali lideró la cantidad de menores de edad muertos entre los 0 y los 18 años.

Para el presente año, la situación parece empeorar, hasta el 31 de julio, 294 personas clasificadas como ‘menor’ o ‘adolescente’ fueron asesinadas en Colombia. De esos casos, 34, es decir el 11 por ciento, ocurrieron en Cali. Es la ciudad con mayor cantidad de fallecidos en esos rangos en el país. Le siguen Bogotá, con 20 casos, y Medellín, con 12.

Colombia, aún vive bajo la incertidumbre de la sangre, el miedo a causa del conflicto armado, llora porque la libertad no es tan sublime ni derrama las auroras de su invencible luz. En Colombia aún vivimos bajo la oscuridad de la horrible noche.

Samaniego, la sangre derramada en la horrible noche

Contar cuántos quedan vivos y cuántos muertos no es fácil para nadie, menos cuando se es amigo o familiar de quienes murieron. Narrar la historia es mucho más escalofriante cuando viste como mataban uno por uno a quemarropa.

Según Mario* (Nombre cambiado para proteger su identidad) eran cuatro hombres con capucha que se hicieron presentes en medio del asado a las 9: 30 p.m. El joven afirmó que: los observó de pies a cabeza en busca de un brazalete o alguna prenda distintiva del ELN. Pensó que eran miembros de esa guerrilla, que suelen patrullar por esa zona rural, así que se quitó la gorra para que lo reconocieran. La mayoría de los 40 jóvenes que departían esa noche no vivían en Samaniego, pero sí nacieron ahí.

Mario* argumentó: “Puedo afirmar con seguridad que no eran de la zona, incluso uno de ellos tenía acento mexicano”. Los asesinos caminaron por encima de los jóvenes y escogieron a tres sin mediar palabra. Los llevaron al centro del semicírculo en que habían dispuesto las sillas para conversar en la fiesta y, una vez allí, los arrodillaron. Les apuntaron de frente y comenzaron a dispararles uno a uno a quemarropa”.

“Primero mataron a Byron Danilo Patiño. Había llegado tres meses atrás al pueblo, después de cursar su carrera de contador público en Cali. Tenía 25 años, dotes de cantante aficionado y una facilidad envidiable para el microfútbol. Le dispararon a un metro y en la cara. Después murió Brayan Alexis Cuarán, de 25 años, amigo de infancia de Byron y deportista destacado en Samaniego. Mario* escuchó los disparos desde el piso y cerró los ojos para no grabar esa imagen en su mente. Con Daniel Steven Vargas, estudiante de Radiología en Pereira, tardaron un poco más. Los criminales no tenían prisa, dejaron que la sangre de los asesinados llegara hasta los rostros de quienes aún permanecían boca abajo. Mario* pensó que el horror cesaría ahí, pero una vez más escuchó cuatro disparos a quemarropa. “Traigan a los otros”, dijo uno de los matones. En ese momento todo fue caos”.

Luego le dispararon a Laura Mishel Melo Riascos, 19 años, estudiante de Medicina en Pasto, quien también trató de huir y se desplomó a unos 8 metros. Mario* no supo bien cómo asesinaron a Jhon Sebastián Quintero, que a sus 23 años había representado a Samaniego en la selección de Nariño y era toda una promesa del fútbol en el pueblo. Estudiaba Administración de Productos en Pasto. “Sebastián estaba al lado mío cuando se formó la balacera, yo me mandé las manos a la cabeza y cerré con fuerza los ojos, estaba muy asustado”.

“Antes de abandonar la casa, los asesinos sacaron a las mujeres del cuarto y les mostraron lo que habían hecho y luego les ordenaron a todos correr. Algunos se internaron en el follaje del monte que circundaba la casa y otros se lanzaron al río Pacual, que pasa a 50 metros de ese lugar. “Yo no sabía que Sebastián estaba herido, apenas me levanté traté de levantarlo a él también, pero tenía un disparo en el cuello. Le dije: ‘Sebas, respire. Míreme, respire. Ya vengo, voy por ayuda’”, relata Mario*. A los pocos minutos agarró su moto y a unos 200 metros, cuando divisó la carretera pavimentada, se dio cuenta de que había tres camionetas blancas de doble cabina con 15 hombres bien armados. Y quedó frío cuando se percató de que los cuatro asesinos fumaban tranquilamente recostados contra las camionetas.

 

Andrea Ochoa Restrepo

Comunicadora Social- Periodista con énfasis en Educación de la Universidad Católica Luis Amigó.
Maestreando en Economía Aplicada Eafit
Apasionada por las letras, el periodismo investigativo y los viajes como una forma de conocer el mundo.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.