Cemento, cemento y ¡más cemento!

Parece delirante que, en pleno siglo XXI, todavía sea necesario explicar las razones del porqué los países en vías de desarrollo –como Colombia– necesitan una fuerte etapa de inversión en infraestructura y sostenerla hasta superar los desafíos que la ausencia de ella plantea.

Como no podía ser de otra forma, tras la narrativa acusatoria de que “el cemento no es desarrollo” están los mismos de siempre: politiqueros, pseudo-periodistas, intentos de activistas y, en el centro de todo, el mesías “inversor social” de turno, ávido de poder y votos.

Las razones del discurso

Las motivaciones ulteriores a la narrativa contra el cemento son básicas, como no lo son sus formas, que explicaré más adelante. Les dejo una lista con las más comunes:

  • Crear indignación para capitalizar votos
  • Hacer contraposición a una buena administración pública solo por ser oposición.
  • Obtener mayor reconocimiento en prensa.
  • Captar nuevos electores.
  • Subir escalafones en la organización politica a la que pertenecen.

La conveniencia del discurso

Si usted es una persona que jamás ha estado dentro de una organización con fines políticos –electorales o no–, me permito informarle que encontrar la financiación para el sostenimiento y expansión de esta es el mayor desafío por resolver. De hecho, como director de este medio –que en suma es una actividad política– puedo decirlo con toda la autoridad del caso.

A ese difícil escenario que es hallar recursos económicos, le añadimos el agreste contexto de pobreza en Latinoamérica. Es decir, buscar donantes en una región donde para muchos es difícil encontrar dinero para comer, es el triple de difícil y más si es por una causa tan intangible como la política.

Este gran desafío no respeta ideología política y, para solucionarlo, la mayoría de los colectivistas busca desangrar el Estado para garantizar los tan preciados recursos financieros. Les pongo este ejemplo: Supongamos que Pepito Pérezpertenece al Partido Laborista “El Yuyui” y funda su organización con 20 personas. Pepito tiene una férrea ambición y poco le interesan los logros cortoplacistas, pero sabe que no es así para las otras 19 personas que lo acompañan. Todos tenemos intereses diferentes en magnitud y tiempo.

Pepito entonces acude al parlamentario de su partido y le comenta de su organización, sus ventajas y necesidades. Obviamente cualquier resultado positivo de esa negociación implicará siempre dos cosas; primero, Pepito tendrá recursos financieros para su organización, y segundo, el parlamentario tendrá votos de la organización de Pepito para ser reelegido.

El tema entonces es ¿de dónde y cómo hacerle llegar esos recursos? El dónde ya lo sabemos, saldrá del presupuesto público que el parlamentario tenga a su disposición, pero ¿y el cómo? Para responder, primero se debe tener en cuenta que la mayoría de las organizaciones con fines políticos reposan en las ciencias sociales o humanas: sociología, economía y derecho, entre otras, mismas que tienen como sector de mercado a la educación.

Los eslabones se juntan y se forma la cadena. Lo más práctico para Pepito es solicitarle a su parlamentario presupuesto vía proyectos de capacitación, simposios, charlas, visitas a campo y mucho de lo que se conoce como “inversión social”. Así, matan varios pájaros de un solo tiro, logran los recursos financieros, pone a trabajar a su gente –las 19 personas– y van ampliando la militancia de la organización de Pepito y los votos del parlamentario.

¿Les suena familiar? No se preocupen, su deducción es correcta. Aunque este solo fue un ejemplo, la mayoría de la “inversión social” siempre va en miras de fortalecer las organizaciones políticas aliadas, complacer a los mandos medios y bajos del movimiento y sostener el poder de los altos mandos.

No es una generalización, la inversión social –la real– siempre será necesaria y la solución adecuada para muchos problemas que se salen de lo económico o lo productivo. Sin embargo, no debemos caer en engaños y ser conscientes de ese mal que está perjudicando seriamente el desarrollo del país, mientras le brinda poder a los totalitarios.

Cómo incrustan el discurso

Atacar al cemento resulta, en principio, razonable y lógico cuando esos populistas sacan una foto de un municipio mostrando una linda plaza central, mientras el texto que acompaña la foto anuncia los índices de desnutrición por los cielos. Esta situación naturalmente genera esa primera reflexión movida por el sentimiento que, en buena fe, hace concluir a la gente que es mejor invertir los recursos en alimentos y no en una plaza central bonita. No obstante, como en la mayoría de las cosas, esa lógica inicial casi siempre nos engaña. Veamos porqué.

Una de las principales razones por las cuales el agro en Colombia no prospera es por la rupestre conectividad que tiene con los centros de mercado. El tener que cruzar lodosas e imposibles trochas sube los costes de transporte al punto de comerse la totalidad de la ganancia neta del cultivo, volviéndolo inviable y empobreciendo a la población.

La cadena es así: los campesinos y su familia no tienen para su sustento cayendo en la miseria, las personas que viven en el casco urbano del pueblo dejan de tener oferta sobre ese producto que fabricaba el campesino, lo que subirá el precio tornándolo inaccesible, y por último, comienza la migración del campo a la ciudad, trayendo más pobreza y subiendo esos índices de desnutrición a las nubes.

Ahora, si una Alcaldía municipal quisiera verdaderamente evitar los índices de desnutrición de manera sostenible en el tiempo, su solución pasa obligatoriamente por pavimentar todas las vías terciarias que pueda, hasta volver económico el trasporte. Así, reactiva la economía agrícola, lo que permite a las personas del pueblo tener variedad de oferta de alimentos a precios accesibles, el campesino tiene forma de sostenerse y esa migración logra desacelerarse, por lo menos, una generación más.

La pregunta que queda es ¿Y porque hice en principio la comparativa con la plaza del pueblo y no con las vías terciarias? Sencillo, porque es el sofisma de distracción que usan. Es más fácil introducir una narrativa en las personas si se acude a su emotividad, ya que no surge efecto si la falsa dicotomía propuesta no termina a favor de esa narrativa.

Sería algo como:

  • Plaza del pueblo arreglada versus índices de desnutrición = opinión negativa sobre la inversión en infraestructura.
  • Pavimentación de las vías terciaras (con todas las soluciones que genera) versus índices de desnutrición = opinión positiva o neutra sobre la inversión en infraestructura.

Entonces, cuando se escuchan esos discursos contra el cemento, siempre se mencionarán las obras que se consideren “lujos” o “innecesarias” pero nunca las que de verdad generan desarrollo y progreso. Y ya que toco ese tema…

El cemento si es inversión social

Se que todos nuestros lectores son muy inteligentes y ya captaron el punto de esta columna con los ejemplos, pero permítanme ser más concreto –y nunca mejor dicho– sobre las razones por las cuales el cemento es la primera inversión social que Colombia debe hacer.

Saliendo del tema productivo/económico, vamos a un tema netamente social: la educación. La gran bandera de muchos colectivistas, populistas y politiqueros que se vuelve tema central en cada elección –a excepción de las de este año– ya que, como mencione, mueve mucho la emotividad de la gente.

¿Cuál es el primer paso para tener una buena educación? La narrativa contra el cemento arenga que son los salarios de los profesores y la calidad educativa… pero ¿Realmente es la primera? Pues no, la primera es y será siempre la infraestructura porque ella determina el entorno educativo. Da las herramientas más básicas como proteger a los estudiantes, los profesores y personal administrativo del clima –sea cual sea–, hasta promover las actividades extracurriculares como el uso de las canchas de futbol para fines deportivos, sin contar con los eventos culturales o artísticos.

Es la infraestructura la que permite focalizar mejor las futuras inversiones en materia social. Simplificando en otro ejemplo, tenemos el proyecto en Barranquilla de Universidad al Barrio, donde se usan los colegios para impartir clases de educación superior en las noches. La infraestructura le permite al distrito dar el dónde, el gobierno nacional pone el sostenimiento administrativo y las universidades aliadas al programa ponen la calidad.

¿Es posible tener un proyecto como ese si el colegio cuando llueve se moja más por dentro que por fuera? La conclusión es obvia.

Ahora vamos con uno que consolida varios temas como la seguridad, la salud mental, el fortalecimiento del núcleo familiar y la ecología: los parques. ¿Por qué es importante invertir en los parques? Sustentando cada área que mencione, varios son los estudios que señalan que las áreas públicas bien iluminadas disminuyen la inseguridad del sector y desplazan a los consumidores de drogas.

Por otro lado, ese mismo espacio permite tener áreas de descanso mental para la ciudadanía. A su vez, se convierte en el punto de congregación para el núcleo familiar con acceso libre para su esparcimiento. Por último, pero no menos importantes, son zonas que siempre cuentan con áreas verdes bien cuidadas y protegidas, mejorando desde la estética, la temperatura y hasta la calidad del aire del sector –dependiendo del tamaño del parque–.

En conclusión

Colombia requiere de más y ¡más cemento! Nos falta mucho para poseer la infraestructura necesaria para atender los requerimientos de cincuenta millones de personas, y no podemos desviarnos solo por una cofradía de mentirosos que, entre otras, les conviene por punta y punta, sigamos padeciendo los flagelos que esa falencia nos arroja.


Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Carlos Noriega

Barranquillero. Administrador de empresas con varios años de experiencia en formulación y ejecución de proyectos productivos de capital privado, público y mixto. Director ejecutivo (CEO) y miembro fundador del medio digital liberal/libertario El Bastión y de la Corporación PrimaEvo.

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